viernes, 16 de diciembre de 2011

Homilía para el 4to domingo de Adviento - Ciclo B

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre la Virgen, que nos consiga del Espíritu Santo la gracia de entender esta Palabra. Dios te salve...

David se había hecho su casa, de cedro, y quiso hacerle a Dios una casa. Pero se había olvidado que el que había diseñado el tiemplo de Dios entre los hombres hasta ese momento  había sido el mismo Dios. Dios le había dicho a Moisés que tenía que ser una tienda de campaña, especial. con lugares para el altar y los sacrificios, y lugar para el arca. En esa tienda de campaña, en esa carpa, Dios se mostraba cuando su nube descendía sobre ella y manifestaba que Él iba con ellos, acompañándolos.
Cuando David se siente seguro en Jerusalén, luego de haber afianzado su reino, piensa que Dios también debe instalarse y que él, como rey de Israel, debe y puede hacerle una casa a Dios. Parecía algo tan lógico que el mismo profeta Natán lo apoya.
Pero Dios piensa distinto.
Dios tiene un proyecto de salvación que está en marcha y que piensa hacer realidad de una manera portentosa.
Dios le hace ver a David que él ahora está seguro en Jesusalén y en su reino porque fue Dios quien hizo que sucediera todo: lo sacó de detrás del rebaño, le hizo ganar las batallas, le dio paz y lo estableció en Jerusalén. Y le anuncia que Él, Dios, le va a hacer una casa a David.
Este modo de decir las cosas, esto de la casa, se comprende totalmente si entendemos claramente los dos sentidos que tiene: familia y lugar.
La Casa de David es la descendencia de David. A uno de esa descendencia, Dios promete hacerle una casa, un lugar especial, donde reinará para siempre.
Como profecía le anuncia que uno de su descendencia será el rey eterno, el Mesías. Y ese mesías será Jesús.

A este Mesías, su propio Hijo, Dios  Padre le hará tener un lugar especial para nacer, un lugar especial para morir, y un lugar especial para reinar. Y se cumplirá el proyecto de salvación de Dios. El reino de Dios se hará presente.
Para nacer como hombre necesitó una "casa" especial, una mujer, y la preparó haciéndola purísima, sin mancha de pecado original, lugar apto para que Dios se hiciese hombre. Y el Espíritu Santo, con su obra y su gracia, la cubre con su sombra, como la nube de Dios con su sombra cubría la tienda de campaña que era el templo de Dios para el pueblo de Israel. Por eso María concibe en su seno sin haber tenido relación con ningún hombre. Y a su pregunta al ángel de cómo era posible que ella concibiera si no tenía relación con ningún hombre, el ángel le responde que "Para Dios no hay nada imposible" y María acepta y se ofrece como servidora del Señor: Casa especial para el Mesías que debía venir.

El lugar especial en el que el Mesías debía morir va a ser la cruz. Y el lugar especial desde donde el Mesías debía reinar será a la derecha del Padre.
Hoy celebramos el lugar y la forma en que Dios ha hecho la casa para que el mesías naciera. Celebramos también la disponibilidad y docilidad de María, humilde servidora. Celebramos el portentoso poder de Dios, su sabiduría infinita, su tremenda delicadeza, su maravillosa forma de hacer las cosas. Y también celebramos todos los signos y mensajes que hay en cada uno de los elementos de la escena de la Anunciación: 
  • Dios, a través de la presencia del ángel, se muestra otra vez actuando en la historia de su pueblo Israel. De un modo muy sencillo y desapercibido para el resto del mundo, se hace presente ante una virgen comprometida.
  • "Alégrate, María", como saluda el ángel, expresa que la acción de Dios es feliz, salvífica, trae gozo y libertad. El saludo incluye la afirmación "El Señor está contigo", cumpliendo la profecía del Emmanuel "Dios con nosotros" que dijera Isaías.
  • "No temas", Dios salva.
  • "Concebirás y darás a luz un Hijo al que llamarás Jesús",  que significa "Dios salva".
  • "Él salvará".
  • "Concebirás y darás a luz" quiere decir "Harás tu parte, colaborarás, cumplirás tu parte de la Alianza, obedecerás al Señor tu Dios y a Él solo servirás." Dios salva al hombre con el hombre. María nos representa en este momento de Dios teniendo que asumir lo que tiene que hacer.
  • Pero como Dios no pide al hombre cosas imposibles, la pregunta de María se vuelve importante para discernir el camino que Dios marca.
  • Así como Dios no necesita de David para tener su casa, no necesita de un descendiente de David como José para que el Hijo, la segunda persona de la Santísima Trinidad, se encarnara. Dios se hizo hombre sin intervención de varón, porque para Dios no hay nada imposible.
  • María acepta hacer ese servicio que Dios le pide por el ángel, y la Iglesia exulta porque en ese momento Dios se encarnó, y, al modo de decir del prólogo del evangelio de Juan, "plantó su tienda entre nosotros" y dirá San Pablo: "Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?"
Todo lo que nos preocupe en la vida mirémoslo desde aquí y nos daremos cuenta de la voluntad de Dios.
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan en nuestro esfuerzo por hacer su voluntad.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Homilía para el 2º domingo de Adviento - Ciclo B

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que pida para nosotros al Espíritu Santo el don de entendimiento de la Palabra de hoy.

 «¡Qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!» dice la segunda carta de Pedro. ¡Y qué razón tiene!
Jesús ya vino en Belén, en la humildad de nuestra carne. Y está por llegar en la manifestación entera de su gloria. Ese día será el día del Juicio Final. El Señor juzgará y sentenciará quién entra a la Vida y quién no.
Mientras está llegando, todo el tiempo de la espera, es el tiempo de la misericordia de Dios. Es el tiempo que Él nos da para volver a Él, para recibirlo y para que nos decidamos a seguirlo, aprendamos a seguirlo y perfeccionemos nuestro seguimiento. No es tiempo de no hacer nada. Tampoco es tiempo de probar pecar para ver qué se siente, y una vez experimentado decidirnos a dejar de pecar. Ni es un tiempo donde puedo permitirme hacer mis caprichos, total Dios me espera. 
Es el tiempo de preparar el camino, porque el Señor está viniendo a mí. Es el tiempo de allanar los senderos, es decir, de prestarle atención, de pensar en Él, de quitar los obstáculos que le pongo para atenderlo, para escuchar lo que me dice y cuando me lo dice, para sacar las excusas que digo para no obedecerle. Es el tiempo de hacer oración para acercarme a Él que está llamándome y quiere hablar conmigo. Es el tiempo de la oración para aprender a conocerlo, a tener intimidad con Él, para aprender cómo habla, cómo dice las cosas, qué dice, qué quiere, qué exige. Es el tiempo de abrir las habitaciones oscuras de mi casa interior, y permitirle que ilumine con su Luz sanadora. Es el tiempo de entregarle mis malos hábitos, mis pecados ocultos y nunca confesados, mis pecados que aunque no sean tan graves repito y repito una y mil veces. Es tiempo de suplicar que me salve. Es tiempo de agradecer las veces que me ha hablado, me ha tocado, me ha liberado, me ha enseñado, me ha transformado. Es el tiempo de abrir los ojos y aprender a ver a los demás, a ver que están, tiempo de aceptar que están y que soy también responsable de ellos. Tiempo de asumir que son hermanos, que son mis hermanos, y que si no los tengo como tales Dios quiere que abra mi corazón para que todos ellos quepan. Es tiempo de buenas acciones, buenas palabras, buenas obras, tiempo de perdón, tiempo de comprensión, tiempo de liberar al otro de las cargas que puedan tener conmigo.
También es tiempo de familia, de comunidad, de oración en comunidad, de celebración con la Iglesia, de ser Iglesia que celebra con inmensa alegría que Él está con nosotros. Y es tiempo de responsabilidad en el obrar diario, en nuestros trabajos, en nuestros negocios, en nuestras vacaciones, en nuestros descansos, en nuestros desvelos, en nuestro actuar ciudadano, en nuestra salud, en nuestra educación, en nuestra integración del pueblo de la patria, de la nación. Responsabilidad en los gastos, en los pagos, en los impuestos, en las ambiciones, en las deudas, en los compromisos, en el ejemplo que doy, de dejar de oprimir a otros con mis malos gestos, con mi violencia, con mis egoísmos, con mi desinterés, etc.
En suma: tiempo de una conducta sabia y piadosa. Y eso acelerará la venida gloriosa del Señor.
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan para que nuestro corazón aprenda, cambie, se convierta y vivamos como salvados que fuimos por el Señor.

sábado, 26 de noviembre de 2011

Homilía para el Primer Domingo de Adviento - Ciclo B

Primero, pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que ruegue al Espíritu Santo que nos conceda el don de entender esta Palabra.

¿De qué es lo que nos está previniendo el Señor? ¿De qué quiere que tengamos cuidado?
Si dejo que el evangelio de hoy me invada, me hable al fondo de mi corazón, yo siento que me dice: «Cuídate de ti mismo». «Tienes todo en ti para amar como Yo, pero si no quieres no lo harás, y si no lo haces ¿qué obras me presentarás cuando Yo regrese?».

La ocasión será cuando venga Él, «el dueño de casa», pero no es para tener miedo de Él, miedo que tienen los inmaduros que se esconden de la autoridad por temor a ser reprendidos, miedo que tienen los transgresores que quieren pasar impunes, y que para zafar mienten, y hacen de su vida una mentira porque viven en las tinieblas escondiendo sus obras.
¿De quién tengo que temer? De mí mismo, de mi propio capricho, de mis impulsos egoístas, de mi corazón duro y cerrado. Porque me haré perder el don de amar, me haré perder el don de hacer felices a otros, arruinaré la obra de mis manos porque serán obras de soberbia y de vanidad, de orgullo y de egoísmo. Soy mi mayor peligro. Debo buscar salvarme de mi lado oscuro, de mi lado egoísta. Pero no me puedo salvar solo, ni siquiera con todas las técnicas de la New Age, ni con mandalas, ni con música esotérica, ni con yoga, ni con masajes para descontracturarme, ni con escapar del mundo hasta el inmenso "vacío" cósmico... 
Mi corazón necesita un Salvador, porque no alcanzo jamás a salvarme solo. No tengo la capacidad para soltar las cadenas más ocultas que aprisionan mi interior y que me atan a vicios y pecados que no confieso, porque si los confesara al Salvador de verdad a través del Sacramento de la Reconciliación experimentaría esa salvación que anhelo.
No se puede suplir con nada ni nadie al Redentor del mundo, al Salvador del mundo: Jesucristo, nuestro Señor.
Él viene cada día, y por eso te dice que estés prevenido. Ahora viene a ayudar, a conducirte, a animarte a amar. Y lo hace por su Espíritu que conduce Su Iglesia edificada sobre Pedro. Ese Espíritu te habla en los acontecimientos, en los hermanos que te exhortan en nombre de Dios, en tu propio corazón cuando ora con sinceridad, en la Palabra predicada y celebrada en la Iglesia Católica. Si quieres encontrar a Jesús, si lo tienes y quieres profundizar tu relación con Él, camina tu fe con la Iglesia. No te dejes separar de la comunidad de la Iglesia, forma parte de ella, no te alejes nunca, intégrala como si integraras tu familia, intégrate a ella que la comunidad de los pecadores arrepentidos y salvados por Jesús. Camina tu fe, vívela, celébrala, exprésala en tus obras, muestra que Dios es Amor a todos a través de tus obras, de tus actos y de tus actitudes, de tus virtudes. Cree profundamente en el Salvador y en sus enseñanzas que la Iglesia te transmite con fidelidad a su Señor, guiada por el Espíritu Santo. No aceptes en tu interior nada que te saque de la Verdad. Ten juicio crítico para que sabiendo los «por qué» de la fe puedas entender el depósito de la fe, el contenido de la fe que la Iglesia te transmite y comprende contigo y transmite contigo a las nuevas generaciones en la misión de cada día en todos los ambientes.
¿Te vas a perder tan impresionante oportunidad de vivir el Reino de Dios por no entregarle tu corazón y tu alma al Salvador, ahora mismo?
Que la Hermosa Madre te haga crecer como hijo/a de Dios y te enseñe a amar, porque de amar se trata la voluntad de Dios. Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Homilía para la Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo - Ciclo A

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo la gracia de escuchar y entender la Palabra de hoy.
Aunque hoy parece que hubiera impunidad para obrar cada uno como quiera aún si hace daño, porque las leyes se transgreden, los jueces demoran demasiado por estar tapados de trabajo, porque cuesta tanto que se haga justicia que nos cansamos, porque hay métodos "legales" para que los malos estén sueltos o salgan pronto, porque a los peores se les tiene miedo y se los considera intocables, porque a los débiles nadie parece defenderlos... Aunque todo esto suene a realidad, la verdadera realidad es otra: 
Todos vamos a ser juzgados por un juez imparcial y especialmente defensor de los pobres y débiles. No sólo es juez sino que es el Juez Supremo, sobre el cual no existe nadie al cual se pueda apelar.
Y por si fuera poco, no sólo es el Juez Supremo sino que también es el Supremo Legislador e intérprete de la Ley, por tanto nadie puede poner leyes que modifiquen o deroguen sus leyes.
El Juez Supremo y Supremo Legislador es un Juez Justo porque sus Leyes provienen de su infinita Sabiduría y Amor por los hombres. Por esa razón sus leyes son justas y justos sus designios. Como además de ser el Supremo Legislador y Juez Supremo, conoce absolutamente todo, conoce por tanto la real responsabilidad de cada persona en cuanto a los actos que haya decidido hacer en su vida. Por tal motivo, no se le puede engañar, y su sentencia es justa, siempre justa.
Esto quiere decir que todos vamos a ser juzgados por un Juez al que no se puede engañar, y que tiene todo el tiempo del universo y todos los recursos para juzgar. Jamás se jubila ni necesita de ferias judiciales. Trabaja siempre, conoce toda la verdad, y su sentencia será siempre justa.
Pero ¿sobre qué nos juzgará?
Según la Palabra: sobre los actos de amor que hayamos hecho o los que debimos hacer y no hicimos.
Jesús pone ejemplos muy sencillos para que nos demos cuenta que están a nuestro alcance, que no nos pide más que lo que podemos hacer. Y Él no los pide como si Él los necesitara, sino por quienes necesitan esos actos de amor: los pobres y los necesitados.
«Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, enfermo, preso...»
«En la medida en que lo han hecho por uno de esos hermanos míos más pequeños... lo hicieron conmigo.»
El Juez Supremo se ha puesto en el lugar de los débiles e indefensos, de los que tenían necesidad de ayuda de parte de los que podían darla. Se ha puesto a esperar entre los que esperan, a pedir entre los que piden, a gritar entre los que gritan, a llorar entre los que lloran. El Señor ha recorrido el camino junto al caminante, a sufrido junto al sufriente, a padecido con el que padece. El Juez conoce todas las circunstancias donde el pobre y el necesitado reclamaban, y conoce la exacta respuesta nuestra. ¿Quién podrá argumentar algo distinto a lo que Él vio? 
Entonces, es momento de pensar con madurez en el destino que va teniendo nuestra vida. Si nos movemos conducidos por lo que hace la gente inmadura y transgresora, los que hacen el mal y se justifican de hacerlo y además promueven que otros lo hagan... perderemos la vida, iremos al "fuego eterno" (imagen por demás elocuente de sufrimiento y desesperación para siempre como castigo justo). Pero si nos movemos por la Ley de Dios, por sus preceptos y mandamientos, por amor a los pobres y necesitados, entonces nuestros actos harán realidad el Reino de los cielos donde los pobres y sufrientes son consolados, donde se hace justicia, donde se vive practicando la misericordia, y reinaremos con el Rey.
Dios sea bendito porque existe. Porque su amor es verdadero. Porque su justicia es auténtica. Porque su misericordia no anula su justicia, sino que la plenifica. 
Su misericordia se está viendo en el tiempo que nos está dando para que modifiquemos nuestra conducta antes del juicio final.
¡Gloria a nuestro Rey que está viniendo y que por su Espíritu nos está impulsando a ser libres del mal y a formar parte de su Reino cuando nuestras obras son obras de verdadero amor!
Que nuestra Hermosa Madre nos impulse a amar de verdad como Madre que es y nos aliente a querer formar con todos los seres humanos la gran familia de los hijos de Dios amados por Él.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

LO DECISIVO- JOSÉ ANTONIO PAGOLA

16/11/11.- El relato no es propiamente una parábola sino una evocación del juicio final de todos los pueblos. Toda la escena se concentra en un diálogo largo entre el Juez que no es otro que Jesús resucitado y dos grupos de personas: los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda.
A lo largo de los siglos los cristianos han visto en este diálogo fascinante "la mejor recapitulación del Evangelio", "el elogio absoluto del amor solidario" o "la advertencia más grave a quienes viven refugiados falsamente en la religión". Vamos a señalar las afirmaciones básicas.
Todos los hombres y mujeres sin excepción serán juzgados por el mismo criterio. Lo que da un valor imperecedero a la vida no es la condición social, el talento personal o el éxito logrado a lo largo de los años. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda.
Este amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de ayuda a los necesitados. Pueden brotar de una persona creyente o del corazón de un agnóstico que piensa en los que sufren.
El grupo de los que han ayudado a los necesitados que han ido encontrando en su camino, no lo han hecho por motivos religiosos. No han pensado en Dios ni en Jesucristo. Sencillamente han buscado aliviar un poco el sufrimiento que hay en el mundo. Ahora, invitados por Jesús, entran en el reino de Dios como "benditos del Padre".
¿Por qué es tan decisivo ayudar a los necesitados y tan condenable negarles la ayuda? Porque, según revela el Juez, lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un necesitado, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento, lo estamos haciendo con Dios.
Este sorprendente mensaje nos pone a todos mirando a los que sufren. No hay religión verdadera, no hay política progresista, no hay proclamación responsable de los derechos humanos si no es defendiendo a los más necesitados, aliviando su sufrimiento y restaurando su dignidad.
En cada persona que sufre Jesús sale a nuestro encuentro, nos mira, nos interroga y nos suplica. Nada nos acerca más a él que aprender a mirar detenidamente el rostro de los que sufren con compasión. En ningún lugar podremos reconocer con más verdad el rostro de Jesús. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia). 

viernes, 11 de noviembre de 2011

Homilía para el Domingo 33º del tiempo durante el año.

Pidamos en primer lugar a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que sea una vez más Madre con nosotros y nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra de Dios.
Dios nos da talentos, para que los hagamos multiplicarse. Son sus talentos, no nuestros. Somos administradores y, al serlo con responsabilidad y fidelidad hasta en lo pequeño, gozamos de lo mismo que goza Dios: hacer las cosas bien y por amor.
Enterrar el talento por temor a dar, por temor a responderle más a Dios, es conformarse con la mediocridad, con la mezquindad, con la pobreza de un corazón perezoso y malvado.
Ser parte de la creación de Dios, ser parte de su pueblo llamado a ser luz de las naciones, ser miembros de su familia al ser hecho hijos por el bautismo, el ser miembros del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el ser la esposa de Cristo como Iglesia que somos... todos estos son motivo más que suficiente para alegrarnos de hacer multiplicar sus talentos, sus dones, sus gracias, y hacer crecer su Reino. Cuanto más hacemos crecer Su Reino más se entrega a los hombres y mujeres del mundo que lo ansían y lo necesitan. Más se derrama Dios en el mundo cuando yo más me entrego.
Al ser fieles en lo poco que nos corresponde hacer cada día participamos en lo mucho del gozo del Padre por salvar al mundo por la entrega de su Hijo y sus hijos.
¿Qué sucede en el que necesita el talento que tengo y se encuentra conque lo enterré, lo escondí, lo tapé? Sufre, y sufrirá hasta que lo desentierre y Dios lo dé a otro que tiene más talentos y lo haga fructificar. ¿Y a mí, qué me pasará? Me echará afuera. 
¿Acaso es injusto Dios por echarme porque fui irresponsable? ¿No fui yo el irresponsable? ¿No fui yo el injusto con Él y con los que necesitaban mi talento? Dios nunca comete una injusticia. Y su misericordia no anula la injusticia. Aunque queramos creer que Dios es medio sonso y que podemos pasarlo por arriba con nuestra irresponsabilidad y no hacernos cargo, Dios es el sabio y yo el necio. Más me vale que rectifique mi conducta y mi intención, para que mi vida se transforme en una verdadera glorificación a Dios en todo lo que haga.
Felices, entonces, los que no se cansan de ser responsables. Felices los que no dejan de ser honestos aunque nadie más lo sea. 
Felices los que con valentía, compromiso y constancia, dan lo mejor que tienen y sirven a los demás.
Felices los que se alegran de servir.
Felices los fieles hasta en lo pequeño.
Felices los que pueden dar a Dios frutos nuevos cada día.
Felices los que tienen las manos llenas de obras buenas.
Felices los que en la humildad del día a día hacen obras enormes en amor, como la Virgen María, servidora del Señor.
El Señor y la Hermosa Madre nos bendigan mucho.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Homilía para el domingo 32º del tiempo durante el año

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, nos consiga del Espíritu Santo el don de entendimiento de la Palabra.

Tener sed de Dios es signo de verdadera fe. Es una gracia enorme, un don inmenso que lleva a la búsqueda consciente y responsable del Dios verdadero. Es sabiduría y lleva a la sabiduría. Es búsqueda y también encuentro. Es conciencia y es presencia, esperanza y posesión al mismo tiempo. El que tiene sed de Dios ya posee a Dios, aunque no sea totalmente porque aún peregrinemos aquí en la tierra.
El que tiene sed de Dios ya tiene su corazón rozando el cielo, porque su espíritu es llamado por Dios y está sintiendo el llamado, está sintiendo el susurro del Dios que no impone sino que invita.
El que tiene sed de Dios tiene anhelos de cielo, tiene anhelos de vida nueva, anhelos de plenitud.
La sed de Dios nos hace sabios porque nos hace elegir bien para no perder lo que tenemos de Dios.Queremos más de Dios porque tenemos sed.
Queremos más de Dios y por eso nos preparamos.
Como las doncellas prudentes de la parábola del evangelio de hoy: preparamos nuestro atuendo para ir entrar a la sala de bodas. Preparamos la luz para acompañar al esposo. Y preparamos también más aceite para que la luz no se apague.
Esa parábola nos hace tomar conciencia de que quien tiene sed de Dios, quien quiere hallarlo y conservar la amistad con Él, debe prepararse, debe cuidar los detalles, debe dar luz y alimentar la luz que tiene que irradiar. El prepararse es: orar cada día para vivir en la presencia de Dios, es decir, para acostumbrarse a vivir con Dios toda la vida que vivimos aquí en la tierra, en su presencia y con Él, bajo su mirada, con su amor, con su ayuda, y dándole gloria con todos nuestros actos, nuestras palabras y actitudes, transformando nuestros buenos hábitos en virtudes. 
Prepararse es también formarse, recibir catequesis, recibir consejo y aprender cada vez más a vivir según el Espíritu Santo que nos quiere guiar porque es quien nos llevará a la verdad plena. Esa formación y catequesis la imparte la Iglesia.
Prepararse también es convertir el corazón para hacerlo cada vez más semejante al de Jesús, el Señor: es hacerse misericordioso, sediento de justicia, es hacerse pobre y compasivo, es hacerse capaz de perdonar todo y de hacerse prójimo de todos los necesitados que encontremos en el camino.
Prepararse es crecer y caminar con la Iglesia, asumirla como parte de mi vida, y asumirme como parte de la vida de la Iglesia. La comunidad de los hermanos en la fe no es algo elegible, de la que puedo prescindir. Crezco en familia y la familia eclesial crece conmigo. Prepararse es haber aprendido a asumir a la Iglesia como es y hacerla crecer en santidad y en gracia, con mi crecimiento en santidad y en gracia, con mi testimonio y con mi amor por los hermanos en la fe, amor que se compromete, se juega, perdona siempre y es fiel al Señor.
Prepararse es ansiar la fiesta de la boda. Es ansiar el cielo, es gozar desde ahora de lo que vamos a recibir. Es tener firme y feliz la esperanza. Es tener constancia en la caridad en cada día, es vivir amando. Es vivir comulgando con Dios. Es vivir oteando el horizonte para ver al Amado que viene.
Por eso es necesario pensar en este "aceite" necesario para que nuestra "lámpara" de la vida según la fe no se apague.
De lo contrario, el Señor me dirá que no me conoce. Y me quedaré fuera.
Como no sabemos el día ni la hora en que Él vendrá, tengo que adquirir el "aceite" de la preparación mencionada, ya. Mi corazón debe ya decidirse con una profunda determinación a acercarse a Dios por Jesús y transforme en discípulo fiel.
Que María nos consiga ese "aceite".
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 31ª del tiempo durante el año.

Pidamos primero a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo el don de entender esta palabra de hoy.
Sólo Dios es absoluto. Sólo Él. Y cuando el hombre quiere hacerse absoluto se equivoca de medio a medio, porque está queriendo apropiarse de una cualidad que sólo le corresponde a Dios, que es lo mismo que querer ocupar el lugar de Dios.
Al querer enseñar con la arrogancia de creerse Dios; al dar sentencias como si se fuera el autor de tanta sabiduría; al querer mostrar a los demás cuánto se sabe; al juzgar a los demás como si se fuera perfecto e inmaculado; al cargar sobre los otros las normas como si se fuera a ser fiscal, juez y verdugo, en el juicio final; al adornarse con brillos y atuendos especiales para verse más importante que el resto; al querer ocupar los primeros puestos para ser tenidos como más importantes; al pretender ser llamados "mi maestro"; todo eso ¿no es signo de arrogancia y soberbia, envidia de Dios y pretensión de suplantarlo?
Por otro lado, no se puede tomar literalmente eso de "No llamen maestro a nadie... no llamen padre a nadie... no llamen doctor a nadie...". Sería interpretar erróneamente lo que Jesús quiso decir. Al mismo tiempo que a muchos hoy les gusta llamar a ciertos "gurúes" de hoy (orientales o no) "mi maestro", están otros que se vuelven defensores de la letra del evangelio (cuando en realidad están defendiendo su propia postura contra los sacerdotes católicos) e imponen no llamar maestro ni padre ni doctor a nadie, en especial al sacerdote, pero cuando tienen que recurrir al médico lo llaman "doctor", o al abogado lo llaman, incluso erróneamente, "doctor", o van a ver a los educadores primarios de sus hijos y les dicen "maestra, maestro", y por supuesto, no está mal. Mas al tratarse del sacerdote católico, les entra tirria tener que llamarlos "padre".
De lo que se trata, según Jesús, es de no apropiarse de lo que significan los títulos de padre, maestro y doctor, como si uno fuera el origen absoluto de todo (sólo Dios bendito es el Padre) y cada padre en su familia y cada sacerdote en su comunidad tiene que ser padre representando al Padre, no suplantándolo. Mostrando cómo es el Padre bueno y no pretendiendo ser el Padre.
Lo mismo cada maestro: tiene que ser maestro representando al Maestro, colaborando con el Maestro, cooperando con la Verdad, y no imponiendo su pensamiento o criterio personal y caprichoso como verdad absoluta como si fuera el Maestro.
Doctor es quien genera doctrina en alguna disciplina. Por tanto, en lo que se refiere a Dios hay uno sólo que conoce a Dios y lo revela y es el Mesías, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Por eso se debe ser doctor representando al Doctor, no creyéndose Doctor.
No está el problema en llamar con esos títulos sino en apropiarles o que se apropien de lo que significan esos títulos.
En el caso del sacerdote conviene agregar lo siguiente: el sacerdote es servidor de Dios en primer lugar, y en segundo lugar, servidor de la comunidad que Dios le encomienda a través de su obispo o superior. El sacerdote no es servidor de los caprichos de nadie, ni del obispo ni de la comunidad y menos de sí mismo. El sacerdote es servidor de Cristo porque tiene que ser Cristo entre la gente, representarlo y obrar como si fuera Él en las celebraciones litúrgicas que representan a su vez lo que está sucediendo en el cielo: el Hijo intercede permanentemente ante el Padre ofreciendo por muchos su vida entregada en la cruz. Representa a Jesús que enseña la verdad de Dios y la verdad del hombre e invita a una vida nueva en el Espíritu. Representa al Buen Pastor al pastorear a su grey hacia el verdadero alimento y hacia las fuentes de agua viva del Espíritu Santo. Representa a Jesús misericordioso que ofrece su perdón a todo el que arrepentido viene a buscar el perdón de Jesús. Por eso, el sacerdote más ayuda cuando más desaparece él y se muestra Jesús en él, cuando hace lo que tiene que hacer Jesús. Eso es más difícil que hacerse amigo de todos, porque hay que desaparecer lo más posible. El verdadero servicio está en ser un hombre de Dios y que muestra a Dios vivo en el hombre.
No está el problema en los títulos, sino en la actitud, en la postura.
Que el Señor bendito nos conceda el don de servir a los hermanos con todo su amor para que ellos encuentren que el Dios vivo está cerca.
El Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

viernes, 21 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 30º del tiempo durante el año

Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe en la meditación de la Palabra y que nos consiga del Espíritu Santo el don de entenderla.
Hablar de mandamientos en un mundo increíblemente transgresor como el actual parece un contrasentido, inútil. Sin embargo, hoy es imprescindible tomar en serio los mandamientos, como siempre, pero hoy nos hacen mucha falta.
¿Por qué el ser humano de hoy se niega a cumplir con los mandamientos? Porque quiere ponerlos él.
¿Por qué el ser humano quiere poner los mandamientos y no acepta ni que sea Dios el que los ponga? Porque quiere ser Dios.
¿Por qué el ser humano hoy quiere ser Dios? Porque es un ser humano, inmaduro en el ejercicio de su libertad, porque se sigue dejando seducir y tentar por el que le dice: "¡Serán como dioses!".
El ser humano cree que puede ser Dios decidiendo qué está bien y qué está mal. Y lo único que consigue es perder claridad en su discernimiento, ya no ve nada sino confusamente. Perdió la luz, por más que con la tecnología actual se sienta capaz de iluminar el mundo. Perdió la verdad, por más que se sienta capaz de tener toda la información del mundo. Perdió el poder sobre la naturaleza porque la arruinó y olvidó que debía administrarla, no adueñarse. Perdió la naturaleza porque no la respetó. Perdió su naturaleza porque no se conoció a sí mismo, no descubrió su identidad sino que la construyó, no la descubrió porque no supo ver, no supo ver porque no se dejó mostrar, y no se dejó mostrar porque no quiso aceptar el don, ni quiso aceptar el don porque no quiso aceptar al otro, porque deseó que el otro no exista. Y así también perdió vivir con plenitud su propia existencia. Por no amar, no respetar, no ver, no oír, no sentir, no reír, no disfrutar, no gozar, no disfrutar lo gratuito, no danzar ni bailar ni compartir el baile, ni la mesa, ni la vida: el hombre sin mandamientos se muere de horrible muerte.
¡Qué cadena! Sí, causas y efectos encadenados, entrelazados, combinados, que enajenan al ser humano de su ser y de su vocación.
El ser humano es un peregrino, un caminante, y las encrucijadas son ineludibles. En cada encrucijada hallará señales (no siempre es así en los caminos hechos por el hombre, pero sí en los caminos de Dios) que le indicarán cuál camino le conviene seguir para llegar al destino feliz de su vida.
Esas señales a veces dicen "Ven por aquí", a veces dirán "No vayas por aquí". Pero ambos tipos de señales ayudan a hallar el camino correcto.
Hoy el Señor plantea los dos mandamientos principales, en la primera forma: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
¿Quieres vivir? Haz esto.
¿Quieres morir? No lo hagas.
¿Por qué nos hace falta que Dios nos tenga que dar como mandato lo que nos hace tanto bien? ¿Por qué nosotros elegimos oponernos, incluso sabiendo, que oponernos nos hace daño? ¿Por qué el ser humano, hoy, aún no aprende a ver que la tentación de desafiar a Dios, de querer usurpar el poder de Dios, de querer determinar qué es lo bueno y qué es lo malo, es tan antigua que está en el primer libro de la Biblia, en el capítulo 3, y que a pesar de llamarnos modernos ("posmodernos" inclusive) parecemos no haber salido del inicio de la historia...?
Feliz el que vive estos mandamientos con la gratitud de quien necesitando una señal en una encrucijada desconocida la halló clara. 
Feliz el que ama a Dios y al prójimo.
Feliz el que se ama a sí mismo como a Dios y al prójimo.
Feliz el que ama a Dios sobre todas las cosas.
Feliz el que ama al prójimo como Dios.
Feliz el que ama al prójimo como a sí mismo.
Feliz el que se ama.
Feliz el que ama.
Feliz el que ama de verdad.
Feliz el que por amar de verdad es capaz de amar siempre.
Feliz el que por amar siempre es capaz de dar la vida.
Permíteme que te pregunte:
¿Serías capaz de dar la vida por Dios? Si es sí, lo amas.
¿Serías capaz de dar la vida por tu prójimo? Si es sí, también lo amas.
¿Serías capaz de dar la vida por ti? Si es sí, también de verdad te amas.
Gracias por amar.
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan y nos fortalezcan para que nuestro amor sea cada vez mayor.

martes, 11 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 29º del tiempo ordinario

Pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender la Palabra.
Cuando uno escucha a Jesús decir: "Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", puede fácilmente interpretar que hay dos planos, un plano "material" y otro "espiritual", y además, que esos dos planos son paralelos y no se tocan "casi" nada.
Esto es erróneo.
Cuando a Jesús le plantean si se debe pagar el impuesto al César le están tendiendo una trampa, de la que se da perfecta cuenta: quieren que quede expuesto frente a los herodianos, que era la guardia del rey amigo del César, Herodes, y si decía que no había que pagar el impuesto quedaba como un subversivo que alteraba el orden. Y si, por el contrario, decía que había que pagar, quedaba ante los judíos como un débil sometido al poder extranjero, cosa muy mal vista por los judíos que estaban hartos de la dominación romana.
Jesús les pide un denario, una moneda con la efigie del César, del emperador romano. Astutamente, muy astutamente, Jesús hace un planteo que para los judíos más piadosos tenía que resultar una explosión. Y el detonante está en la imagen. En la moneda, la imagen es del César, y Jesús dice "Den al César lo que es del César", pero cuando dice a continuación, "Den a Dios lo que es de Dios", la pregunta oculta es: "¿Cuál es la imagen de Dios?".
Para el judío piadoso, la imagen de Dios es el hombre, y con el acento que da Jesús, todo hombre que sufre, "mis hermanos más pequeños". 
Por tanto, "Dar a Dios lo que es de Dios" no significa separar los mundos, sino, por el contrario, en este mundo, en esta nuestra realidad, dar al hombre lo que el hombre necesita para vivir feliz, porque ésa es la forma concreta y real de dar gloria a Dios, atendiendo a su imagen (el hombre) para que viva con dignidad (con la dignidad de creatura de Dios, para los judíos; y con la dignidad de hijo de Dios por adopción, para los cristianos).
Entonces, Jesús estaba haciendo un cuestionamiento velado muy serio: ¿Tengo que obedecer a un Estado (el imperio) que pretende ser más que Dios, y que usa los bienes que me quita para satisfacer sus gustos, caprichos y gastos militares, etc.? Porque ese Estado pretende tener el poder sobre todos, y un poder capaz de hacer olvidar los deberes que se tienen para con Dios y con los demás por Dios. Eso se llama "idolatría del Estado". Y todos tenemos conocimiento de que la opresión del Estado absolutizado es tan terrible como cualquier tiranía e intenta que el hombre se le someta so pena de muerte.
Jesús, entonces, no da la respuesta que los fariseos querían oír. Sin embargo, da una respuesta que al mismo tiempo es una pregunta: "Tú ¿qué haces? ¿Das a Dios lo que es de Dios? Te dices fariseo (cumplidor observante de la ley de Dios) y ¿te olvidas de su imagen? ¿Te olvidas de respetarlo como un verdadero creyente?
Y a nosotros ¿qué nos toca?
Pagar los impuestos es una responsabilidad social. Pero tiene que estar fuertemente ejercida también la responsabilidad del control del uso de esos fondos que son de todos y para el bien común. Pagar sin controlar es más cómodo que pagar y controlar qué hacen con lo que pagamos.
Nuestra sociedad argentina adolece de capacidad de revisión, de autocontrol y de autocorrección, que sería imprescindible para que no se malgasten los bienes que son para el bien común. Al atender al bien común se está respetando la ley de Dios. Es bueno recordar que la Iglesia, en su reflexión permanente y en su magisterio, cuenta con un bagaje valiosísimo: la Doctrina Social de la Iglesia, que ilumina el obrar social de los cristianos y de los hombres de buena voluntad.
El Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 28º del tiempo durante el año

Pidamos primero a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe en la escucha y en la meditación de la Palabra y que nos consiga del Espíritu Santo el don de entenderla.
Alguna vez en la vida hay que detenerse y pensar seriamente qué es lo que nos ofrece Dios: participar de su banquete, que es un banquete de bodas, y en esas bodas, como Iglesia, su Iglesia, somos la novia. Es decir, nos tiene que llegar al alma que Dios estableció con nosotros una relación que quiere llegar a ser esponsal, espiritual pero esponsal. Su voluntad es querer compartir todo lo que Él tiene con nosotros y que nosotros compartamos con Él todo lo nuestro, tanto lo que son dones suyos como lo que son obras nuestras (y todos sabemos que nuestras obras, las obras que son propiamente nuestras son los pecados, lo demás todo es gracia). En ese encuentro total con Él lo que se va a producir en nosotros es la transformación, la purificación, el embellecimiento total de esta novia que por iniciativa y gracia de Dios ha sido enamorada por el Dios bueno e invitada al matrimonio definitivo y eterno.
Esto, tan maravilloso, contrasta con la realidad: la novia no quiere casarse. La humanidad no quiere ser parte de "la novia", ni le interesa la fiesta. La humanidad está ocupada en sus asuntos. Y muchos que son "la novia" están olvidando el amor del novio, porque quieren al novio para sus asuntos personales. Se olvidan o se desentienden de amarlo. No lo aman más, si es que alguna vez lo amaron. A veces quieren estar en la fiesta, es decir, disfrutar de los dones de Dios, pero sin estar vestidos para la ocasión, sin tener vestido de fiesta, como pasa con los que comulgan sin intención de tener comunión de vida con Jesús, sólo comulgan para "tener" a Dios cerca, pero no quieren darle el corazón a Dios.
Dios es bueno, pero ve todo y no es posible engañarlo. Él llama a todos, pero sólo escoge a los que le dicen con verdad que sí. Tiene derecho a hacerlo, porque es Dios, y el ser humano que habiendo sido invitado al banquete prefiere desoír la llamada y ocuparse de sus asuntos propios, se pierde el don de los dones y desaira al que se lo ofrece.
Hoy, nuestro mundo, está así, demasiado encerrado en sus asuntos por un lado, "secularizado" le dicen. Pero por otro lado, muchos quieren tener una relación con lo divino al modo anterior al que Jesús nos vino a enseñar, es decir, se quiere volver al "paganismo", a querer manejar a Dios o a tener una relación con Él transaccional.
Tanto unos como los otros son invitados a un encuentro personal, interpersonal, con Dios (que es persona divina, tres personas divinas y un solo Dios), que no es una fuerza cósmica, ni la suma de las energías. Toda energía existente es creación suya. Él no es energía. Él es todopoderoso, tiene el poder absoluto, pero ese poder no es energía, sino algo infinitamente superior.
Los que hemos escuchado la invitación, los que hemos oído el anuncio, la buena noticia, los que nos hemos encontrado con Jesús, y hemos conocido el amor que Dios nos tiene, sabemos del gozo indecible que nos da, y de la ternura infinita de este Dios bueno y justo. Cuidamos de no distraernos, para no perder la comunión de vida con Él, pero purificamos permanentemente nuestra intención y nuestras actitudes para que sean la mejor respuesta de amor que podamos dar. Queremos ser la novia. Queremos ser santos porque Él es santo y la novia no puede no estar absolutamente enamorada de este esposo. Y esa es la santidad, la transformación producida por el amor verdadero, el mejor traje de fiesta.
Que nuestra Hermosa Madre, la Santísima, nos aliente a la comunión total de vida con el que se entregó totalmente por amor a nosotros para que "sin mancha ni arruga" al modo de decir de San Pablo, seamos su esposa, la Iglesia.
El Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan mucho.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Homilía para el domingo 27º del tiempo durante el año. Ciclo A.

Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que nos acompañe en la meditación de la Palabra, y nos consiga del Espíritu Santo el don de entendimiento de la misma.

El Señor Dios espera los frutos de su viña. Los frutos son la gloria de una viña, cuando son abundantes, sanos, sabrosos y dulces. Pero cuando esos frutos son agrios, o escasos, o enfermos, o dañinos... 
Dios bendito ha regalado al ser humano el don más comprometedor y grandioso que le podía dar, más grandioso que el conocimiento, más que la vida, más que salud, más que la eternidad: el don de la libertad, es decir, la capacidad de obrar desde sí uniéndose al querer de su Creador.
Vuelva a leer la definición que doy: capacidad de obrar desde sí uniéndose al querer de su Creador. Esto implica: Capacidad que como tal va en aumento si se la estimula, si se la controla, si se la construye, si se practica constantemente. Obrar desde sí significa decidir desde su propio "yo", haciéndose cargo de la decisión tomada y sus consecuencias. Es decidir no desde el antojo, o el impulso, o la presión exterior o del pasado, sino desde el presente, desde el ser y desde la verdad completa de la realidad total, aunque esta verdad y esta realidad no las pueda conocer así a fondo por la condición que tenemos de creaturas limitadas y caídas, lastimadas por el pecado y condicionadas por un ambiente cautivo de mentiras y maldades. Es decidir desde la verdad que conozco habiendo profundizado y desde la realidad que asumo adultamente. Uniéndose al querer de su Creador quiere decir decidir por lo que quiere nuestro Creador, porque el Creador nos ha hecho existir y nos mantiene en el existir porque nos ama, y nos ama personalmente, esto es, desde Él y a nosotros, a cada uno personalmente, a mí, a ti. Y como Él es el supremo sabio y supremo soberano, el unirse a Él conlleva adquirir por participación y gracia Su sabiduría, Su alegría de amar, Su poder de amor, Su libertad para obrar el bien siempre.
Este don de la libertad es el parámetro de nuestra humanidad. Mientras usemos esa capacidad para vivirla según la definición, más humanos somos.
De lo contrario, más inhumanos nos vamos haciendo. Tanto que nos volvemos homicidas. 
Éso es lo que expresa la parábola de los viñadores que Jesús nos deja hoy según el evangelio que hemos leído (Mt 21, 33-46). Jesús se lo dijo expresamente a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo judío de su época: El dueño de la viña quitará a estos viñadores su viña y se la arrendará a otro pueblo que le haga producir sus frutos: y ese pueblo nuevo somos su Iglesia, la Iglesia que Jesús dijo que edificaría sobre al piedra que es Pedro.
Desde ahí tenemos que considerar que está en nuestras manos obrar dando frutos de vida, frutos que sirvan para la vida de los otros, para su liberación, para su salud, para su alegría y para su comunión con Dios.
Nuestra Iglesia Católica, la verdadera Iglesia de Jesús, adolece de que muy pocos de sus miembros asumen este "arrendamiento de la viña" como tarea que les compromete la vida entera. La lista de santos y de gente comprometida con dar frutos verdaderos y buenos es tremendamente corta comparada con la enorme cifra de los bautizados de todos los tiempos.
Tenemos que salir de la lista larga de los cómodos y débiles, de los que quieren hacer su propia voluntad (incluso llegando al extremo de querer obligar a Dios que sea servidor de esa voluntad, o volviendo a matar a los que Él envía en su nombre). Tenemos la maravillosa invitación a ser de la lista de sus seguidores, de sus auténticos y fieles discípulos servidores de Su Voluntad salvífica.
Decidámonos a hacer lo que tenemos que hacer: desde crecer en nuestra fe asumiendo la pertenencia a una comunidad concreta, la aceptación de todos como hermanos, el camino de crecimiento en el conocimiento y la vivencia de la fe en la catequesis permanente, la adhesión y compromiso con el magisterio de la Iglesia, la acción constante en bien de la familia por amor fiel, el trabajo honesto y denodado por mejorar las condiciones sociales de vida, el esfuerzo sin tregua por colocar las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales en los parámetros del bien común, de la defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural y del respeto de la naturaleza abarcando la ecología, etc. etc. etc.
Dios bendito y la Hermosa Madre nos acompañen y nos den la fuerza para hacerlo por amor.

sábado, 10 de septiembre de 2011

Homilía para el domingo 24º durante el año - Ciclo A

Pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe pidiendo al Espíritu Santo que nos conceda el don de entendimiento de la Palabra.

Vivir para el Señor, morir para el Señor. Hacerlo todo para el Señor. Esa es la clave del discípulo de Cristo.
Decirlo es fácil. Hacerlo, no tanto. Porque el vivir para el Señor implica orientar la vida hacia Él, con todas las decisiones que tomamos en la vida. Orientar todo hacia Él para darle gloria, para agradarle, para ayudarle a hacer su plan de amor con todos los hombres, como lo quiso desde Abraham. Esto es contrario a lo que generalmente se ve, es decir, al uso que se hace de Dios para beneficio propio, pidiéndole y exigiéndole cosas que no se suman a su plan de amor para con todos los hombres. Muchos usan su amor para beneficio propio, aunque fastidien a otros, y... ¿qué podrá pensar Dios, sino que somos como niños malcriados y egoístas que queremos que “papito” nos beneficie a nosotros y perjudique a mi hermano?
Dios quiere a todos, ama a todos, ofrece su bendición a todos, y nos espera a todos a su lado para darnos su vida.
Su actitud inmensamente cargada de ternura, amor y misericordia entrañable, es la tónica que marca el tono de la melodía del conjunto de nuestras actitudes. Tenemos que sonar como suena la música de Dios. Música melodiosa y armoniosa.
Los conflictos que el rencor, el egoísmo, el orgullo, la soberbia, el odio, las agresiones todas, etc., nos generan provocan una desarmonía tan profunda en nuestra melodía vital que estamos fuera del concierto. Nadie soporta un instrumento desafinado en una orquesta. Rompe la belleza de toda la obra.
Nosotros somos la obra, y si nuestros rencores nos desarmonizan, no sonamos bien. Si nuestros odios nos destemplan, desafinamos respecto del tono de Dios. Si nuestra soberbia quiere marcar otros ritmos, imponer el propio, hace que todo el concierto sea un desastre. No sólo no sonamos bien, sino que rompemos la armonía, y alteramos a los otros instrumentos, y dañamos todo.
El único camino que queda es el perdón, y un perdón generoso, que no justifique el mal, porque perdonar no significa volverse estúpido o ingenuo. Ni tampoco que haga como que no pasó nada, porque los daños hay que repararlos para que se haga justicia. Ni tampoco que se vuelva imprudente, porque el mal se puede repetir. Perdonar es otorgar una nueva oportunidad de ser bueno al que ha sido malo. Una oportunidad de redención al que ha estado esclavo de su pecado.
Perdonar como nosotros queremos ser perdonados.
Que la Hermosa Madre nos ayude a ser música agradable a Dios.
Dios bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Homilía para el domingo 23º durante el año - Ciclo A

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo el don de  entendimiento de la Palabra.
Jesús está presente en medio de los que se reúnen en su nombre, y eso nos tiene que llenar de gozo e impulsar a reunirnos a orar con las ganas de tener un verdadero encuentro en ambas dimensiones, con el o los hermanos con los que nos reunimos, y con Él, y por Él con el Padre en el Espíritu Santo.
Y es en ese ámbito de encuentro, de presencia de Jesús, donde la vida de comunidad se hace verdaderamente sacramento de la vida trinitaria en nosotros. La vida de Dios se nos da en una dimensión real y concreta, el amor que se dé al otro, y, por supuesto, el amor que se recibe del otro. Ese amor no es sólo afecto y cariño, es compromiso en el bien, es generosidad y es esfuerzo en la lucha contra el mal, tanto interior como exterior.
Porque Jesús está presente en medio de los que se reúnen en su nombre, la comunidad es un ámbito sagrado, diferente a cualquier reunión de personas, diferente a cualquier grupo o club. Es un ámbito transido de Dios, de su amor eterno, de su presencia creadora, redentora y sanadora. Es un ámbito de luz que va disipando las tinieblas al ritmo de la apertura del amor. Es una presencia del cielo aquí en la tierra.
La mayor tiniebla es el pecado, la mayor atadura es el pecado. Y si el pecado es tan fuerte como para hacer perder la conciencia de su maldad, de su daño, de la necesidad imperiosa de luchar contra él, el pecado mata. Si el pecado es tan fuerte como para ocultarse, engañar, disfrazarse, justificarse, y arraigarse, la lucha contra él no es fácil. Y no se puede luchar solo contra él, se necesita la ayuda de los hermanos y de Dios.
Sólo el amor comprometido saca del pecado a otro. El amor comprometido como el de Jesús, que nos enseñó a respetar a Dios, a amarlo y a glorificarlo, y con su vida pagó nuestras culpas, lavó nuestros pecados, su vida entregada en la muerte de cruz.
El domingo pasado leíamos en el Evangelio que Jesús decía "El que quiera seguirme niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga". La palabra de hoy es una forma muy concreta de vivir esa exigencia de Jesús: negarse a sí mismo, es decir, a pecar o a desentendernos del pecador; cargar con la cruz, es decir, cargar con el pecador, con el esfuerzo comprometido de sacarlo del pecado para que no muera; seguir a Jesús, es decir, vivir en y con Jesús, en comunidad eclesial.
Que nuestro amor fraterno sea lo suficientemente maduro para hacernos cargo unos de otros para llevarnos a la vida. Y nuestra humildad sea suficiente como para dejarnos corregir para que la muerte no nos agarre.
Dios bendito y la Hermosa Madre los bendiga siempre.

viernes, 19 de agosto de 2011

Homilía para el domingo 21º durante el año - Ciclo A

Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra.

El evangelio de este domingo tiene un enorme peso para la vida de la comunidad de la Iglesia. En primer lugar hay que ver que cuando Jesús pregunta a sus apóstoles quién dicen ellos quién es Él, Pedro, porque el Padre se lo revela, le dice que Él es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Jesús reconoce que es el Padre que está en los cielos el que se lo ha revelado y no “la carne ni la sangre”, es decir, no el razonamiento humano. Es, por tanto, una gracia de Dios conocer la verdad sobre Jesús. Y para conocer a Jesús de verdad hay que pedir esa gracia. No alcanzan nuestros razonamientos humanos para agotar el misterio de Jesús.
Muchas veces hoy se ven por ciertos programas, pretendidamente serios y críticos, “investigaciones” sobre Jesús, sobre la Iglesia, sobre temas importantes para nosotros los católicos, pero sin la fe, es decir, con deducciones humanas, razonamientos humanos, muchas veces anacrónicos, con la mentalidad actual, tomando los textos fuera de su contexto para usarlos como pretextos para decir lo que se quiere y no para hallar con honestidad (y eso incluye la fe) la verdad.
La verdad como concepto y como realidad hoy está relativizada. El juicio crítico de la gente está exacerbado desde un criticismo sin rigurosidad intelectual, manipulado por las emociones y los impulsos y las ideologías que no admiten límites y relativizan todo. Esto hace difícil a todos, especialmente a los de buena fe, expresar su fe y dar razón de su fe.
Para tener verdadera fe, como adultos, hay que conocer los por qué, pero teniendo en cuenta que para eso hay que ilustrar la fe, es decir, al mismo tiempo que se practica la fe desde la obediencia a la voluntad de Dios, ahondar en el misterio conociendo las razones de la fe y de la verdad.
Sin lugar a dudas que para eso hace falta la gracia de la fe. Pero también hace falta quien nos transmita el “contenido” de la fe, lo que en la Iglesia llamamos el “depósito de la fe”. Ese “depósito de la fe” se transmite de generación en generación pero va creciendo porque la Iglesia va profundizando en la verdad. Nuestro Catecismo de la Iglesia Católica actual es mucho más amplio que el catecismo de las primeras comunidades cristianas, y es más chico que el que la Iglesia tendrá en los siglos venideros, no porque se inventen cosas nuevas, sino porque el Espíritu Santo nos irá haciendo comprender cada vez más la verdad de Dios y las consecuencias de esa verdad.
Por eso Jesús edifica la Iglesia sobre los apóstoles y coloca como piedra en la que afirmarse a Pedro que nos deberá confirmar en la fe y confirmar cuál es el “depósito de la fe” que hay que creer y acatar y vivir. Nosotros necesitamos la verdad, si queremos vivir honestamente nuestra fe y nuestro seguimiento de Jesucristo nuestro maestro.
Jesús “inventa” la Iglesia, convoca a los creyentes a formar parte de su cuerpo que es la Iglesia, y del cual Él es la cabeza, al modo de decir de San Pablo.
Muchos desconfían de los hombres, y muchas veces con razón. Pero desconfiar de todos y de todo es llegar a desconfiar del poder de Dios que sana, salva, transforma y gobierna con su sabiduría infinita todo incluso a través y en medio de las fallas humanas. Al creyente de hoy se le hace mucho más difícil creer y conocer en verdad a Dios porque por todos lados gritan otras voces que ocultan la verdad o la disfrazan o intentan confundir. El verdadero discípulo hoy tendrá que arriesgarse a crecer exigido, a superar sus intereses personales, sus caprichos, sus debilidades, su ansia de dominarlo todo, para entregarse a Dios, dejarse conducir, volverse maduramente dócil en fe, ser convencidamente obediente a la voluntad de Dios.
El verdadero discípulo confía en la gracia de Dios, y en sabiduría de Dios, y se deja conducir por ella. El verdadero discípulo confía que la gracia de Dios actúa en Pedro y en sus sucesores, y que esa gracia transforma al ser humano, a todos los discípulos, porque los conduce por la verdad, por el amor, en el servicio fiel. Pedro y sus sucesores por la gracia deben y pueden ser fieles a la verdad y a las inspiraciones del Espíritu, y por esa misma gracia pueden ejercer la responsabilidad enorme que les dejó el Señor Jesús de atar y desatar, de abrir y cerrar, de administrar y servir, de cuidar y conducir. Bendito sea Dios que dispuso así las cosas para nuestro bien. Si no tuviéramos esa ayuda ¿quién podría llegar a la verdad, al Dios verdadero, quién conocería el verdadero camino hacia la vida y así salvarse?
Que la Hermosa Madre ore por todos nosotros y nos consiga de Jesús la gracia de la fe madura.

viernes, 12 de agosto de 2011

Homilía para el domingo 20º durante el año - Ciclo A


Pidamos en primer lugar a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, Casa de Dios, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda entender la Palabra de hoy.

Para las personas que han crecido moralmente, “observar el derecho y practicar la justicia” como dice Isaías, es algo que no pesa sino, por el contrario, es el camino de la libertad y de la felicidad verdadera. Mientras no hemos crecido llegamos a pensar que hacer lo que a uno se le antoja es lo máximo. Pero las equivocaciones siempre dejan huella, y dejan heridas que no siempre cicatrizan. El derecho es la ley y la justicia es obrar conforme a la ley. No una ley cualquiera sino la de Dios.
Aceptar la ley de Dios desde el corazón es hallar a un Dios que ama y cuida. Sin embargo, he visto que hay corazones que no quieren crecer, que no aceptan a Dios como Señor, sino que usan a Dios para sus propios caprichos. Esos corazones no aceptan su ley, a no ser que esa ley exija a los demás, y sacan provecho de ahí. Por tantos lados hoy se exige el respeto de los derechos que tenemos y se olvidan de los deberes que también tenemos... Esos corazones que no aceptan la ley de Dios son en consecuencia injustos en su obrar, no practican la justicia. Y se perderán la liberación de Dios, porque Dios obra su liberación en y por el corazón que le respeta. Su salvación se manifiesta en su don de amor a los que lo aman, según escuchábamos a San Pablo unos domingos atrás: “Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman”. Nunca Dios abandona a sus fieles, “porque los dones y el llamado de Dios son irrevocables”.
Entonces, vemos que, a pesar de la desobediencia de su propio pueblo elegido, la misericordia de Dios no cesó de hacer justicia, y se abrieron las puertas de la gracia a los pueblos que no habían sido elegidos, no para legitimar la desobediencia y declarar que da lo mismo ser fiel que infiel, sino por el contrario, para derramar su Espíritu en todos, y en aquellos que lo acepten, obrar y transformarlos en agentes de salvación y de culto verdadero, en servidores de la gracia y anunciadores de las maravillas de Dios, cosas todas que expresan la verdadera razón del “sábado”, del día del descanso consagrado al Señor para su alabanza, para nuestra reflexión y profundización de la Palabra, para las obras de amor y servicio a los hermanos, para recuperar el orden que el trajín de la semana nos haya hecho perder, para recordar y renovar la respuesta firme a la Alianza que Dios hizo con nosotros, la Alianza nueva y eterna firmada en la Sangre preciosa de su Hijo.
Por eso es que todo el que participa de la Eucaristía sube hasta “su montaña santa” y es colmado de alegría en su casa de oración. Porque allí se encuentra con Él, y allí redescubre el sentido de su vida. Ahí rectifica las intenciones de sus oraciones y de sus deseos y opciones, ahí recibe la gracia que le cambia el corazón, ahí escucha y habla con Dios, ahí se encuentra con los hermanos de camino, ahí comparte la mesa y sale enviado a misionar en la nueva semana de vida que le otorga el Señor.
Muchos que no son católicos buscan a conciencia y decididamente a Dios. Muchos católicos, por la enorme gracia de tenerlo realmente en la Eucaristía, han dejado de profundizar la relación y el encuentro con Él. Tomemos conciencia del don infinitamente valioso que tenemos y cuidemos nuestra relación personal con Dios, también nuestra relación comunitaria, nuestro culto, nuestra alabanza, nuestra vida entera viviéndola para dar gloria al Dios que nos ha bendecido tanto en su Hijo y en el Espíritu que se nos ha dado.
La “Sagrario de la Santísima Trinidad”, la Hermosa Madre María Santísima, nos aglutine junto a ella para que nuestra oración personal y comunitaria crezca de verdad. El Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

martes, 2 de agosto de 2011

Homilía para el domingo 18º durante el año - Ciclo A

Pidamos primero a nuestra Hermosa Madre que nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra.
Isaías anuncia el llamado de Dios a gozarse de su generosidad. Invitación dirigida a sedientos y hambrientos, necesitados y angustiados, los desposeídos y desesperados. Hay de sobra, y todo gratis.
El amor de Dios es tan grande que envió a su Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él, y nada ni nadie podrá separarnos jamás del amor de Dios manifestado en Jesucristo nuestro Señor.
Así como el Padre ha enviado a su Hijo, el Hijo nos envía a nosotros con ese "Denles ustedes de comer" con lo que tenemos. Se trata de ser generosos y compartir como Dios fue generoso y compartió todo lo suyo.
Si nos identificamos con Dios, si nos unimos a Él, si estamos en comunión con Él, nos espera el camino de la generosidad, para reproducir en nosotros su imagen. Él mismo hará que alcance y sobre.
Nuestro cinco panes y dos peces son los talentos, dones y carismas que Dios nos dio, es lo que tenemos, incluso lo que hemos hecho crecer gracias a Él. Si los ponemos en las manos de la gente para que se alimenten, su necesidad será saciada, y sobrará. Porque el milagro está en el compartir. ¿Acaso hoy, en este mundo consumista y egoísta, no es un milagro compartir lo que se tiene (no sólo lo que sobra) sin esperar nada a cambio?
Los mayores en la familia compartan lo que han recibido y han hecho crecer (sobre todo lo que han madurado y aprendido espiritualmente) de los dones de Dios para que su ejemplo humilde, feliz y constante, provoque que el corazón de los más jóvenes que busca llenarse con cualquier cosa halle que sólo en Dios encontrará reposo, paz y saciedad. Necesitan la verdad de Dios, no lo que la sociedad actual toma como verdad aunque sólo se basa en impulsos y caprichos, relativismo e irrespetuosidad de la misma verdad. Lo que Dios nos ha dado conocer, hay que darlo con la madurez de quien ha vivido más y ha pasado más dificultades y dolores y ha salido fortalecido.
Los que han recibido algo de parte de Dios son animados a hacer fructificar esos talentos, no deben caer en la tentación del facilismo, del miedo, y esconderlos.
El mundo de hoy necesita de generosos, de los que se hacen violencia a sí mismos para dar todo lo que pueden dar. Y es Dios quien está detrás donando su amor a través de los que se le entregan.
El Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.