jueves, 27 de enero de 2011

Homilía para el Domingo 4º durante el año - Ciclo A

Lectura del libro del profeta Sofonías 2, 3; 3,12-13

Busquen al Señor, ustedes, todos los humildes de la tierra, los que ponen en práctica sus decretos. Busquen la justicia, busquen la humildad, tal vez así estarán protegidos en el Día de la ira del Señor. Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá injusticias ni hablará falsamente; y no se encontrarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán sin que nadie los perturbe.

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 1,26- 31

« Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: "El que se gloría, que se gloríe en el Señor".».

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5,1-12a

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo”.

Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que nos conceda el don de entender la Palabra de hoy.

¿La humanidad busca a Dios o Dios busca a la humanidad?

La verdad es que ambas búsquedas se dan pero nadie duda que la humanidad busca más a Dios cuando lo necesita y Dios busca siempre a la humanidad porque ama desde siempre y para siempre a la humanidad. Y en esa búsqueda que hace Dios también yo me tengo que sentir que soy su objetivo: Dios me busca a mí. Cada uno se lo debe decir a sí mismo muchas veces hasta que comprendamos que somos amados por quien no falla. Sin embargo, como muchas veces lo habremos experimentado, que Dios me busque me compromete. Como cuando alguien mayor nos buscaba cuando éramos pequeños y a veces eso nos daba cierto temor porque sabíamos que se venía algo, o una responsabilidad, o un mandado, o una pregunta, o lo que fuere y que nos desinstalaba un poco de nuestra comodidad. Muy pocas veces fuimos sorprendidos por un llamado que nos hayan hecho para regalarnos algo. Dios busca más para regalar que para pedir.

La humildad, llave que abre el corazón benevolente de Dios.

Cuando nos conocemos bien, sabemos que somos personas con virtudes y defectos, con capacidades y cualidades y al mismo tiempo con limitaciones y debilidades. Creernos autosuficientes nos lleva muchas veces a equivocarnos de ruta, a prescindir del otro, a aislarnos para no tener que escuchar las críticas de los demás, a dar pasos a ciegas creyendo que vemos. Por eso, el que es consciente de sus límites aprende a dejarse corregir, porque valora el aporte que la corrección le hace para su crecimiento personal. Lo mismo sucede con Dios. Cuando por fe queremos cumplir los mandamientos de Dios, y conociéndonos a nosotros mismos sabemos que pecamos mucho, se nos vuelve imprescindible buscar a Dios con humildad, para que Él nos perdone, nos aconseje, nos instruya, nos modifique, nos transforme y nos salve. Esa humildad abre el corazón benevolente de Dios que se derrama en gracias y dones que nos ayudan mucho más de lo que podemos imaginar, porque en un corazón humilde hay espacio para el Espíritu de Dios, y el Espíritu Santo nos va transformando desde adentro porque puede inspirarnos y haremos caso a sus inspiraciones. Aprenderemos así a pensar como Dios, a ver lo que Él ve, a querer lo que Él quiere, a amar lo que Él ama y como Él ama.

La humildad, llave que abre el corazón soberbio de la humanidad.

Algunos en la historia de la Iglesia han creído que la humanidad puede llegar a ser buena y santa sin la ayuda de la gracia divina. Pero la verdad no es esa. Porque la humanidad toda tiene una herida que la inclina al mal. No sólo porque no es perfecta, únicamente Dios puede ser perfecto. Sino porque la humanidad tiene inclinación a hacer el mal, a obrar con malicia, a elegir hacer lo que hace daño a otros y a sí misma. Sólo Dios nos podía dar a conocer el misterio de esto, la raíz de este misterio de la iniquidad en la humanidad, sólo Dios podía revelarlo, y en palabras de San Pablo: “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron”. Porque la humanidad toda es pecadora, excepto la redimida desde el momento de su concepción, la que fue inmaculada desde su concepción, la Santísima Virgen María, y por supuesto el Señor Jesús, decíamos, toda la humanidad porque es pecadora ha ensoberbecido su corazón. La humildad es la única llave que lo puede abrir.

La humanidad aprecia lo que Dios no aprecia.

La humanidad mide con sus ojos, pero su mirada es miope. Sólo ve bien lo que tiene cerca, lo que puede abarcar y dominar. Y establece así parámetros de lo “bueno”, lo “malo”, lo “in” o “out”, lo “cool”, lo bonito, lo bello, etc. pero movilizándose más por las sensaciones, emociones y sentimientos que siente que por lo bueno en sí, lo que tiene de bueno el ser de las personas, lo gratuito, lo dado por el Creador. Le cuesta establecer contacto con el Creador si lo que pretende es dominarlo. A Dios no se lo domina jamás.

Quien, por el contrario, se reconoce creatura, quien se reconoce hijo, quien se reconoce pecador y limitado, sabe que no puede acercarse a Dios con arrogancia y con engaño, con apariencia de bueno cuando su corazón pretende ganar con injusticia, etc. Pero a la insensatez de hoy ser así es ser débil, es dejarse dominar, es perder libertad, y llega a ser por tanto una cuestión de o Dios o yo. O Dios es para mí o no es, o Dios me ayuda o no le creo, o Dios me satisface mis gustos o es una mentira de las iglesias. Esa mentalidad utilitarista y oportunista, es la mentalidad de una humanidad que por infantil o adolescente aún tiene mucho por crecer, mucho por aprender, mucho por padecer hasta comprender que Dios no es un empleado, no es un comerciante, no es padrastro invasor, no es un monigote, no es un invento de ninguna sociedad, no es una conspiración de ninguna iglesia.

Dios elige lo que la humanidad no elige.

Dios elige, por iniciativa propia, lo que la humanidad no elige para hacer que la humanidad quede descolocada, confundida, y se pregunte ¿Por qué Dios obra así? Elige a los que la humanidad tiene por débiles “para confundir a los fuertes”, dirá San Pablo. Elige a los que la humanidad tiene por necios y a ésos les revela su sabiduría y los hace sabios. ¿Por qué? ¿Para qué? Para dar un mensaje: nadie se salva si no se hace uno con Jesús el Señor. Nadie encuentra el camino de la vida si no recibe la vida que Jesús da. Nadie va al Padre si no por Jesucristo. ¿Por qué? Porque tanto es el pecado de la humanidad, tanto es el dolor de la humanidad, tanto es el mal hecho, que había que hacerla de nuevo, volverle a plantear nuevamente el camino y la meta, para que la humanidad salga de su dolor.

La voluntad de Dios fue unirnos a Jesús, sabiduría y justicia, santificación y redención para nosotros.

Por compasión Dios habló muchas veces al pueblo de Israel para hacer con él una alianza para que el pueblo bendecido por Dios mostrara a todos los otros pueblos que Dios es un Dios de amor. Por compasión condujo al pueblo de Israel por los patriarcas y los profetas, indicándole el camino que lleva a la vida, por compasión lo acompañó al destierro y se le reveló en la tierra extranjera para que se dieran cuenta que Dios no está atado a la tierra sino que toda la tierra le pertenece. Por compasión lo devolvió a tierra que le había prometido. Por compasión le envió a su Hijo para que anunciara que el tiempo de gracia estaba cerca, que el Reino de los Cielos estaba cerca, que enseñara a cumplir en plenitud la ley de Dios para ser parte del Pueblo de Dios, parte de su rebaño. Por compasión venía animando un pequeño rebaño de fieles para que ese pequeño rebaño fuera signo para el resto de las ovejas dispersas. La voluntad de Dios fue unirnos a Jesús, sabiduría y justicia, santificación y redención para nosotros.

Las bienaventuranzas: nueva ley dada por Jesús, nuevo Moisés, a su pueblo para que el pueblo vuelva a Dios. Superando los mandamientos…

Jesús se presenta como nuevo Moisés, que subiendo al monte hace bajar del monte las nuevas tablas de la Ley. Esas nuevas leyes no anulan la anterior Ley, sino que la muestran en su plenitud, enmarcadas en la compasión infinita de Dios por la humanidad. Esas nuevas leyes son las bienaventuranzas, que expresadas como frases paradojales de felicidad dan una nueva luz a las vivencias dolorosas de la humanidad humilde y vapuleada, la que sin querer hacer el mal sufre por el mal que los otros le infligen. Ya no se trata de enseñar a un pueblo que era como un niño a quien había que educar diciéndole “No hagas esto”, “No hagas aquello”. Se trata ahora de decir a un pueblo que ha crecido y sufre conscientemente los límites de la vida, los dolores de querer hacer las cosas bien en medio de un mundo de personas que no quieren crecer ni hacer las cosas bien, de decirle a ese pueblo que ser bueno vale la pena, que es ser como Dios, que podrá ver a Dios aunque el resto del mundo le grite que Dios no existe. Es un anuncio que consuela a los que sólo tienen a Dios por defensor, al “Pequeño Resto de Israel que no cometerá injusticia ni hablará falsamente”, como dijo Isaías.

¿Hoy la humanidad se deja encontrar por Dios?

Hoy escuchamos nosotros estas palabras del monte, estas bienaventuranzas. Y no son para ser escuchadas como una historia, sino como un mensaje actual. Son dichas de nuevo hoy para nosotros hoy. Nos tienen que dar el consuelo que pretenden dar, pero para eso hay que sintonizar el corazón con el corazón de Jesús y el del pueblo, pequeño rebaño, humilde y que espera en Dios.

Son frases para escuchar al atardecer y al amanecer. Son frases para descansar y para retomar el ánimo. Son anuncios de regocijo en medio de las tristezas. Volvamos a casa dispuestos a buscar en nuestras biblias el capítulo 5 del Evangelio de San Mateo, y releamos, reescuchemos, repensemos, y demos acogida en nuestro corazón a ese mensaje. Nos espera una gran recompensa en el cielo.

Muchos no las oirán, lamentablemente. Muchos se dejarán encandilar con las luces falsas de este tiempo. Muchos se dejarán llevar por el pesimismo, la tristeza y el abatimiento y dejarán de confiar. Muchos de esta humanidad actual no quieren dejarse encontrar por Dios. Nuestro gozo y paz, nuestra confianza y serenidad, nuestra fuerza para luchar por el bien, afianzados en la escucha atenta de estas bienaventuranzas, serán un faro para los que nos vean, para que en las noches de las tinieblas que padezcan puedan algún día animarse a preguntarnos cuál es el origen de nuestra paz, confianza, serenidad y gozo, y será momento de decirles: “Jesús me habló y me dijo esto, y también te lo quiere decir a ti”.

Que la Santísima Virgen María, la humilde, la que escuchó y guardó todo en su corazón, nos acompañe en la escucha de hoy, en la fidelidad de hoy, en la constancia de hoy. Que el Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

sábado, 22 de enero de 2011

Homilía para el domingo 3º durante el año. Ciclo A


Pidamos en primer lugar a la Hermosa Madre que nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra de hoy.

La tierra humillada y rescatada

La tierra de Zabulón y Neftalí, la Galilea como se llamaba en tiempo de Jesús, era la tierra cuyo pueblo, el reino del Norte de Israel, había sido sacado de su tierra vencido por los asirios, perdiendo así el don de la tierra prometida por Dios. La división del pueblo en los dos reinos, el del norte (llamado de Israel) y el del sur (llamado de Judá), debilitó la fidelidad del pueblo a Dios, y perdió poco a poco su confianza en el poder del Señor que los liberaría de sus enemigos. A pesar de que los profetas fueron diciendo al pueblo y a sus gobernantes que se mantuviesen fieles a Dios, los gobernantes y el pueblo fueron haciendo alianzas con los poderosos vecinos, con Asiria los del Norte, hasta que los impuestos que tenían que pagar se les volvieron demasiado pesados, y con Egipto los del Sur, pero los problemas internos que dividían a Egipto impidieron la ayuda militar egipcia frente a los asirios.

Y perdieron, fueron desterrados, humillados, vencidos, quedaron en tinieblas.

Isaías alentaba a la unión entre los dos reinos, el de Israel y el de Judá, alentaba a conservar la alianza de Dios, a mantener la fidelidad a Dios. Y proclama su profecía que anunciaba que el pueblo que caminaba en tinieblas vería una luz grande, porque Dios vencería. Esa profecía podría haberse cumplido de inmediato si los reyes de Judá y de Israel se hubiesen unido. Sin embargo, esa profecía vino a cumplirse con el Mesías, el Hijo de David, el Rey que uniría todos los pueblos. La profecía de Isaías comenzaba a hacerse realidad con el primer anuncio de Jesús: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca”. Se levantaba la Luz.

El anuncio de la Buena Noticia

La Luz comenzaba a brillar con la sola presencia de Jesús. Pero nadie conocía aún qué mensaje venía a dar. Cuando hace su proclamación: “Conviértanse, por que el Reino de los Cielos está cerca”, los que lo escuchaban sabían a qué se refería. ¡Tantos siglos el pueblo de Dios estaba sin rey, estaba sin guía elegido por Dios, dominado por pueblos extranjeros! Y sabían también muy bien qué significaba la expresión “Conviértanse”: cambien de manera de pensar, vuelvan a Dios.

Las dos expresiones juntas (“Vuelvan a Dios” y “El Reino de los Cielos está cerca”) debían ser dichas juntas para dar fuerza de cumplimiento de la profecía. Por eso era la proclamación de la Buena Noticia: Dios está por cumplir su promesa, se está por hacer realidad la profecía, el pueblo dejará de caminar en tinieblas.

Esa profecía y ese cumplimiento de la profecía no era sólo para los que estaban allí escuchando, junto al lago, o en Cafarnaúm, o en la Galilea. Tenía que llegar a todos los confines de la tierra comenzando por los primeros humillados, y llegando hasta los últimos de todo el mundo, de todos los tiempos.

El llamado a ser discípulos misioneros

Por eso el Señor Jesús llamó a Simón Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan, los primeros discípulos misioneros, los primeros que escuchando la Buena Noticia tenían que anunciarla. Los que eran simples pescadores en el mar de Galilea serían hechos pescadores de hombres por mandato de Jesús.

El anuncio de Jesús no era sólo para recibirlo. Había que desparramarlo, compartirlo, extenderlo, hacer que llegue cada vez a más gente.

Aún hoy continúa siendo compartido y se va extendiendo. ¡Qué honor para nosotros servir en esa tarea! Somos los continuadores de la tarea de Jesús y sus apóstoles. Somos los depositarios de ese tesoro: La promesa de Dios se está cumpliendo y todos caben en ella.

La inmediatez de la respuesta

Llama la atención la inmediatez de la respuesta de los discípulos: “Inmediatamente, dejando todo, lo siguieron.” Sintieron que lo de Jesús no era “algo” interesante, como algo que estuviese diciendo cualquier otro predicador del momento. Sintieron que el anuncio de Jesús era “lo” importante, que Dios se hacía presente cumpliendo su promesa. Lo que el pueblo esperaba desde hacía siglos comenzaba a ser realidad. La verdad de la obra de Dios justificaba abandonar todo proyecto personal, todo plan familiar, toda tarea urgente, por hacer la más importante.

La misión: recorrer, enseñar, proclamar y sanar.

Jesús comenzó a recorrer toda la Galilea, camino por camino, pueblo por pueblo. Se hacía presente en las sinagogas enseñando el sentido de las Escrituras que los israelitas escuchaban y meditaban. Y proclamaba la Buena Noticia del reino, la respuesta al anhelo más profundo de los humanos: que Dios haga que todo vaya bien, que haya justicia, que haya libertad, que haya alegría y gozo, que haya unidad, que haya paz. Que Dios reine sobre todos para que todos respeten a todos.

Como no todos respetan a todos, hay heridos, hay enfermos, hay dolientes. Jesús como signo del Reino que está cerca sana las enfermedades y dolencias de la gente.

La Iglesia hoy, nosotros hoy

Dos milenios después de esa profecía cumplida nosotros decimos y afirmamos que aún se está realizando. No lo afirmamos con el desánimo de que el dolor aún continúa, que las opresiones aún están, etc. Lo afirmamos con la esperanza que ve a Dios actuando con una paciencia infinita por todos, porque quiere que todos los hombres se salven. Esa esperanza no se cansa, porque vea a Dios actuar permanentemente por los signos del amor de Jesús dejados a su Iglesia, los sacramentos, y porque Jesús sigue actuando entre la gente, en las familias, en las comunidades, en los servicios que el Espíritu ha inspirado y moviliza. Porque ve actuar a Dios que habla por muchos inspirados por Él que anuncian la buena nueva de la justicia y la libertad a los pobres y oprimidos, anuncio con hechos y gestos que liberan. Aún queda por hallar al último humillado y anunciarle la Buena Noticia.

Aún nos queda continuar la obra de los apóstoles y misioneros. Este tiempo es nuestro tiempo, es nuestra responsabilidad.

La forma del anuncio debe adaptarse al público que lo recibe para que sea entendido. La Iglesia, entendiéndonos todos en ella, debe hablar al mundo de tal modo que el mundo entienda. No debe una laica o un laico predicar como le predica el sacerdote en el ámbito cultual de la Eucaristía. El mensaje debe darlo de tal forma que sea inmediatamente entendido por el que lo debe recibir, y a veces será con palabras sencillas, o a veces con palabras más intelectuales, o con gestos, o con acciones y compromisos concretos y realizados.

Somos pescadores de hombres y mujeres. Los sacerdotes predicamos por mandato de Jesús a todos, especialmente a las comunidades en el ámbito de la Eucaristía, la catequesis, los sacramentos, etc. Pero el pueblo de Dios, metido en el mundo del trabajo debe hablar ahí, en el mundo de la educación, de la salud, de la economía, de las finanzas, de la política, de la producción, de las diversas sociedades. Ese es el ámbito natural del pueblo de Dios formado por los laicos, son sembrados como semillas de trigo para dar el Pan de la Vida al mundo. Pero sabemos que junto al trigo el Enemigo siembra la cizaña. Han de crecer juntas, pero eso significa que los laicos y las laicas de este tiempo tienen que crecer, tienen que madurar, tienen que dar fruto, tienen que ser fecundos donde están, en sus ambientes, en sus lugares, mostrando la verdad con claridad y de modo que los demás la puedan entender fácilmente, educando para la justicia y el respeto mutuo, fomentando el compromiso por el bien común. A veces ni hace falta nombrar a Dios, ni a la Iglesia, ni el evangelio, ni ningún documento, porque el mensaje puede ser dicho con la vida, debe ser dicho con la vida, la forma de vivir de los que a ultranza ven al otro y lo respetan, lo cuidan, lo defienden y lo aman.

Para tener esa vivencia nos hizo falta tener un encuentro personal con el Señor Jesús, y haber sido tocados por Él, transformados por Él. Nos hizo falta haber tenido su llamado que nos descolocó, que nos hizo dejar todo lo que teníamos entre manos para seguirlo. Algunos viven esto, otros aún no. ¿Buscamos acaso garantías que nos aseguren que nuestro seguimiento no será en vano?

¿Buscamos seguridades que nos protejan de los costos de ser discípulos misioneros del Señor?

¿Vamos a ayudar a la gente en sus dolencias sólo cuando no nos cueste esfuerzo?

¿Queremos ser espigas llenas de granos sin entregar los granos?

¿Queremos ser granos que no tengan que pasar por la molienda para hacerse harina?

¿Queremos ser harina sin que nadie nos tenga que amasar para hacernos pan?

¿Queremos el Pan de Vida sin ser parte de él?

Cada uno debe ver qué redes aún tiene en sus manos, a qué padres aún obedece más que al Señor, qué barcas y mar aún no se anima a dejar. La conversión es el viraje de la fe, el viraje que el creyente por fe en el Señor hace con su vida al abandonar su propio camino para seguir el del Maestro. Esa conversión también nos toca a nosotros hoy.


Que María, la primera discípula que hizo el viraje de la fe al hacerse servidora del Señor, nos anime a entregarnos con alegría a este gran don del llamado de ser discípulos misioneros. Que el Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

viernes, 21 de enero de 2011

Bendición de la FIESTA DE LA PERA 2011


Señor Dios y Padre de todos:
Hoy comenzamos esta fiesta en medio de una crisis que nos quita fuerzas y alegría, porque esta crisis revela necesidades e intereses que se contraponen y que a la corta o a la larga perjudican una de nuestras fuentes de trabajo digno y sustentable.
Tú nos diste la tierra a todo el género humano, y nos diste inteligencia para hacer bien las cosas, y nos diste un corazón capaz de amar y de formar sociedades en las que prolongamos la familia y la ayuda mutua, y por eso somos capaces de unirnos y luchar juntos por el bien común.
Pero hay situaciones de injusticia en muchos ámbitos, en muchos niveles, que nos dañan.
Necesitamos tu ayuda:
ayuda en sabiduría para saber discernir bien los caminos que hay que recorrer.
Ayuda en fortaleza para aguantar en lo que es correcto y bueno para el bien de todos.
Ayuda para no dejarnos comprar, para que no traicionemos nuestra gente ni nuestra patria.
Ayuda para superar los egoísmos que dañan.
Ayuda para que tengamos la inteligencia de usar bien los recursos naturales y no los destrocemos.
Ayuda para que los que fijan los precios encuentren la forma de regular con justicia y equidad para que el beneficio llegue a todos.
Ayuda para que el corazón y la mente de los que desean enriquecerse a costa del sufrimiento de otros se vuelvan solidarios y honestos.
Ayuda para que seamos una sola sociedad que cuida de todos sus miembros con inteligencia, justicia, equidad y previsión.
Ayuda para que seamos una sociedad que corrija a los malos, premie a los buenos, reclame sin dañar a inocentes, y tenga quien asuma la defensa legítima de los legítimos reclamos.
Te bendecimos por la pera, por la fruta, por el campo, por el tiempo, por la tierra toda, por las riquezas y bellezas naturales.
Te bendecimos por la familia, por la sociedad, por nuestras instituciones y organizaciones, por los organizadores de esta fiesta y de todas las fiestas anteriores.
Te rogamos ahora que, por tu bondad y tu amor que son infinitos, des al Valle tu bendición para que tengamos la riqueza suficiente para vivir en paz y armonía, para que las familias crezcan unidas, para que la sociedad se afiance. Que des a esta fiesta tu bendición para que nos sirva para reencontrarnos como hermanos en la alegría de compartir festejando tus dones. Bendice estos frutos que representan el motivo de la fiesta, y en ellos a todos nosotros, para que con tu gracia compartamos en la tierra la alegría que Tú tienes en el cielo. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

jueves, 20 de enero de 2011

HOMILÍA DE LA FIESTA PATRONAL DE SAN SEBASTIAN, Allen, 20 de Enero de 2011.


Pidamos primero a nuestra Hermosa Madre la Virgen que nos consiga del Espíritu Santo entender la Palabra.


¿Por qué buscamos hoy a Jesús aquí?
¿Por qué celebramos la fiesta de San Sebastián, un mártir de Cristo?
¿Por qué San Sebastián dio la vida por Cristo?
¿Por qué nosotros tenemos que continuar la obra de Sebastián y de Jesús?

Tener necesidades es lo más común para nosotros. Y saciar esas necesidades, cubrir esas necesidades, es algo que nos provoca ansiedad y nos lleva a recurrir a cualquier cosa.
Hay quienes recurren a curanderos con la esperanza de ser sanados inmediatamente de su enfermedad. Muchos ni saben cuál es el origen de sus enfermedades, de sus dolencias, de sus males, y no llegan a sanar del todo nunca.
Con Jesús la sanación es total, si nos dejamos tocar por Él, no si lo tocamos nosotros a Él.
El que lo toca con ánimo de arrebatarle algo, como máximo recibirá eso que busca.
El que se deja tocar por Él recibirá la totalidad de la salud, la física, la mental y espiritual.
No midamos la salud sólo por el bienestar físico. Sabemos bien que a veces no hay bienestar psíquico ni espiritual. No somos fáciles, no somos tan simples nosotros. Nos hace falta crecer en todos los sentidos como personas humanas para morir con el corazón abierto para el encuentro definitivo con Dios.
No hay medida para ese crecimiento, por eso no debemos compararnos unos con otros, ni debemos detenernos creyéndonos satisfechos. Si hay alguna medida es la de Dios, y Dios es perfecto en su amor. Nuestro amor nunca será perfecto pero Él lo irá perfeccionando con su gracia.

Celebramos la fiesta de San Sebastián por su coraje, por su valentía en evangelizar a pesar de estar entre gente que se lo prohibía, y porque vemos la obra de Dios en él cuando lo fortaleció en todo.
Nos sentimos identificados con Sebastián porque queremos anunciar a Jesús y no es fácil,
queremos luchar por la dignidad de los hermanos y no es fácil,
queremos aguantar cuando nos atacan y no es fácil,
queremos servir y no es fácil,
queremos transformar la sociedad para que sea menos egoísta y no es fácil,
queremos que haya justicia y no es fácil. Etc.
Todas son como flechas que nos quieren matar como a él.

San Sebastián tuvo la fortaleza que Dios le dio y él creyó plenamente en el Señor Jesús porque lo sabía Dios, porque lo sabía Sumo Sacerdote que intercedía por Él, porque sabía que Jesús se ofreció por él al Padre como víctima del sacrificio expiatorio, y porque Dios lo aceptó lo sentó a su derecha y lo hizo ministro del Santuario, administrador de los bienes de la alianza nueva que fue sellada entre Dios y nosotros con la sangre del Hijo de Dios.
Creamos en Jesús, como Sebastián, con la seguridad de que por Él somos salvados, somos fortalecidos, somos bendecidos siempre, somos animados a seguir la obra de la evangelización y salvación que Jesús hizo y que Sebastián con su vida continuó y nos legó su ejemplo.

Porque somos miembros del Cuerpo de Cristo, porque somos miembros del Pueblo de Dios, porque somos la Iglesia, nos legaron la continuación de la obra salvífica y testimonial.
No somos una institución externa solamente, de miembros como de un club, sino interior, participamos de un mismo don, el don del Espíritu de Jesús, no sólo de una “mística” como si la inventáramos nosotros, una ilusión, un programa de vida, por el contrario, participamos de algo que nos fue dado desde arriba, que nos fue infundido desde Jesús porque Él nos envió como Él fue enviado por el Padre.
Nos envió a mostrarlo al mundo,
nos envió a consolar a la gente,
a decirles que Dios los ama de verdad, y a contarles cómo hemos sido amados nosotros,
a fortalecer la esperanza de la gente,
a luchar por ellos y con ellos para que tengan una vida libre del mal en todas sus formas,
a convencerlos de seguir los pasos del Señor Jesús que nos enseña a ser hijos de Dios,
a fomentar la paz entre las familias,
a reconciliar a la gente,
a orar con ellos y por ellos,
a servirlos en sus necesidades más duras,
a darles de comer sobre todo el Pan de Vida y el Pan de la Palabra,
a hacerlos sentir familia, miembros de nuestra familia eclesial,
a infundirles confianza y Espíritu Santo,
a animarlos a abandonar la vida vieja del pecado y caminar en la gracia de Dios,
a tener una incansable caridad con ellos e invitarlos a vivir la caridad también a ellos.
No buscan ver una Iglesia organizada (que también debemos serlo) sino que buscan ver una Iglesia que ama de verdad y que está organizada por el amor y para el amor.
Por eso no luchamos como las organizaciones de lucha que antagonizan con el otro convirtiéndolo en enemigo.
Nosotros somos una Iglesia que siente amor por toda la humanidad, como Jesús,
que si bien rechaza el pecado no rechaza al pecador,
que si bien lucha por la justicia tratamos de no cometer injusticia,
que si bien luchamos por la verdad tratamos de vivir en la verdad,
que si bien vemos la paja en el ojo ajeno también vemos la viga que tenemos en el propio.
El otro no es nuestro enemigo, sino nuestro hermano, nuestra hermana que necesita tanto amor como nosotros para ser salvado. El enemigo es el mal, es el pecado, es la muerte y el diablo. El ronda como león rugiente queriendo devorarnos. Y nosotros viviendo sobriamente nos mantendremos firmes en la fe y veremos cómo es vencido por Jesús Salvador. Nuestro mensaje a la gente, por la palabra y la acción, debe ser de ese temple, con esa esperanza, con ese amor que es capaz de redimir, el amor de Jesús, del cual somos testigos.

Que María, Madre de la Iglesia, nos ayude a ser la Iglesia viva, comprometida, santa y feliz que Allen necesita. Que el Señor Bendito y la Hermosa Madre los bendiga a todos.