sábado, 23 de julio de 2011

Homilía para el domingo 17º durante el año - Ciclo A

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre la Virgen, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender esta palabra de hoy.
El tesoro y la perla los encuentras tú. La red te atrapa a ti.
Son dos aspectos del Reino de los Cielos que Jesús nos invita hoy a considerar.
El ser humano que vive y se precia de vivir está siempre en búsqueda, porque su corazón está hecho por Dios y diseñado para calmarse sólo con lo infinito. Por eso el hombre busca siempre algo más que aquello que encuentra aquí en la tierra. Nunca se sacia. Sólo puede saciarse con lo que Dios le ofrece: el Reino de los Cielos. Pero el hombre tiene que buscarlo y descubrirlo, vender todo lo que tenía, dejar todas sus pretensiones e ilusiones, sus sueños y sus afanes, para adquirir el tesoro y la perla del Reino.
Pero no sólo el hombre busca. Dios también nos busca.
Y nos pesca.
Su red nos pesca para que seamos de su Reino y quien lo sea es un pescado bueno que es separado de los malos que no son aceptados en el Reino.
Demos gracias de haber sido pescados por Dios, predestinados a reproducir la imagen de su Hijo, llamados por Él, porque Él nos hará santos y nos glorificará con Él. Demos gracias también porque nos ha hecho también pescadores de hombres. Con nuestro gozo de haber encontrado el tesoro y la perla preciosa del Reino pescaremos a otros para el Señor.
Estoy convencido que si hallamos el tesoro cambia nuestra manera de vivir, cambian nuestras actitudes, tanto en la familia como en la vida ciudadana, tanto en el trabajo como en las amistades. Y eso lo notarán otros que andan buscando la vida verdadera.
Son varias las preguntas que nos debemos hacer: ¿Busco a Dios? ¿Quieron hallarlo? ¿Estoy dispuesto a vender todo lo mío por tener lo suyo? ¿Estoy dispuesto a dejar de considerar a Dios mi ayudante para considerarlo mi Señor? ¿Estoy dispuesto a hacer su voluntad?
Que María, nuestra Hermosa Madre, nos acompañe para que nos respondamos honestamente y demos los pasos que debemos dar para vivir como verdaderos hijos de Dios.

viernes, 15 de julio de 2011

Homilía para el domingo 16º durante el año - Ciclo A


Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que nos conceda el don de entender la Palabra de hoy.
Las parábolas del Reino son desestructurantes:
Por un lado, el Reino de los Cielos se da en un crecer junto al enemigo, siendo hijo de Dios en medio de los hijos del malo. Es la parábola de la cizaña.
Por otro, el Reino de los Cielos comienza muy chiquitito, pero llega a ser grande cuando crece.
Por último, el Reino de los Cielos es un fermento, que va conquistando de adentro, transformando desde adentro.
Dios no nos hace parte de su reino como vasallos, sino como miembros de su familia. Y como en toda familia, cada uno de sus miembros va naciendo y creciendo. En esta familia sólo se muere el que quiere morirse. Todo el que quiere vivir vive. Y si necesita ayuda, de sobra la tiene y siempre disponible.
Nos invita Dios a tomar conciencia de que fuimos sembrados por Él en este mundo para que seamos sus hijos, y vivamos como tales. Eso hará que cada obra nuestra, hecha como hijos de Dios, con el corazón de hijos de Dios, con la intención de honrar y amar a Dios y al prójimo, vaya edificando aquí el Reino de los Cielos. En medio de la lucha somos llamados a fermentar toda la sociedad para que desde las cosas pequeñas hasta que se vuelvan grandes vayamos poniendo en la vida actual la mentalidad de los hijos de Dios.
Nosotros quisiéramos que Dios hiciera todas las cosas, pero Él quiere que nosotros hagamos las nuestras. Que, desde nosotros, decidamos por Él y que con entusiasmo siempre nuevo hagamos lo que esté a nuestro alcance para que la vida de los hermanos con los que vivimos en el mundo de hoy sea más justa y digna, más atendida y cuidada, más edificada sobre valores auténticos que respeten a Dios y su obra.
El vivir en el mundo de hoy es nuestra tarea, y nadie está exento de dar lo mejor que tiene, bajo pena de quedarse sin el Reino, bajo pena de no contar con la gracia de Dios si me meto en lugares donde Dios no es respetado, si no cuido mi fe, si no cultivo mi relación con Dios, si en mi familia no se vive la alegría de la fe. Es nuestra tarea brindar amor, comprensión, ayuda, buen ejemplo, palabra de consejo que libere del mal a los otros, esfuerzo por ayudar a que los oprimidos tengan una vida más digna y justa, etc. etc. etc. ¿Encontrará el Señor en nosotros hermanos disponibles y valientes, que se animan a mostrar su fe y su fortaleza en el ejercicio de la caridad y de la lucha por el bien común y en especial de los más pequeños y abandonados?
¿Encontrará la Iglesia que sus hijos quieren la verdad, quieren el bien, quieren unirse en un verdadero testimonio de amor capaz de mover montañas? Hay muchos que se van de la Iglesia y dicen de todo de la Iglesia, y que además encontraron en otras iglesias lo que aquí no les dimos. ¿Quiénes somos los responsables del abandono de tantos, de la ignorancia de tantos, de la debilidad de la fe de tantos? En primer lugar la misma jerarquía, los mismos sacerdotes que nos dejamos envolver en mentalidades y razonamientos que nos alejaron de la prudencia pastoral (me incluyo) y que no vimos que en vez de nutrir a nuestros hermanos les palmeamos la espalda y los hicimos débiles para la lucha y para el verdadero testimonio. En segundo lugar la misma familia que tomó la mentalidad cómoda y laxa del mundo, y dejó de orar unida, de madurar en la fe y de transmitir una fe madura y adulta, quedando sólo en formalidades que los niños tienen que cumplir sin que los mayores -por vivir felizmente su fe comprometida- dieran el buen ejemplo de fidelidad y compromiso y entrega a Dios. En tercer lugar, los amigos y el entorno, que muchas veces puso a prueba la fe de cada uno hasta arrasarla justificando cualquier postura menos la coherencia en la fe. En cuarto lugar, la misma persona que abandonó la Iglesia, porque no se decidió a aprender, ni a buscar la verdad en la Iglesia, ni a madurar en la Iglesia, imitando a los santos y a los valientes que se jugaron por el bien de los demás. Siempre es más fácil criticar que criticarse.
Ahora también es tiempo de Dios y tiempo de gracia, ahora también es tiempo de crecimiento. La cosecha no es aún, pero será. Quien por cualquier circunstancia se volvió hijo del malo, puede volver y aceptar la gracia y ser transformado en hijo de Dios. La decisión es personal. La responsabilidad es de todos de animar a todos los que abandonaron el rebaño a volver al mismo.
Que María, la hija predilecta del Padre, que con su disponibilidad y obediencia nos dio el ejemplo de apertura y respuesta a la gracia de Dios, nos tienda su mano para que tomados de ella seamos hijos de Dios renovados en nuestra fe y en nuestra adhesión a Él y a su Iglesia. Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

jueves, 7 de julio de 2011

Homilía para el domingo 15º durante el año - Ciclo A


Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que nos conceda el don de entender la Palabra de hoy.
Dios es respetuoso de la libertad del ser humano. Sumamente respetuoso. Él no impone su Palabra, con todo el peso de su autoridad, aunque puede hacerlo porque poder no le falta. Pero como es un Dios de amor, da su Palabra como una semilla, para que sea aceptada de corazón y desde allí crezca y germine y dé fruto.
Entonces nuestro corazón es el terreno.
¿Cómo está mi corazón? ¿Tan duro y expuesto como un camino que lo que el Señor me diga me lo saca cualquiera? ¿Tan lleno de piedras que no tiene profundidad para que arraigue lo que Dios me dice? ¿Tan lleno de espinas que me distraen y me angustian y preocupan que no me dejan confiarme plenamente a Él? ¿Tan preparado que espero con ansias su semilla, la riego y la escucho para que mi vida siga con plena convicción su santa voluntad?
Siempre en la vida se nos presentan urgencias que tapan cosas importantes. Para distinguir qué hacer hay que discernir y deliberar. Con la semilla de la Palabra nos hace falta tener el mismo discernimiento y la misma deliberación para no dejarla pasar, porque cuando la Palabra es aceptada, cuando Dios es escuchado, la vida encuentra su verdadero sentido.
Hoy vemos que nuestra sociedad, nuestra cultura, es consumista, vale más el tener cosas y quien más tiene, que las personas y su tiempo y su presencia. Todo es un gran comercio donde todo se vende para adquirir dinero, y somos tratados no como personas sino como consumidores que no compran lo que necesitan sino lo que desean, y porque muchas veces nuestros deseos son irracionales nos tratan como tales y nos engañan permanentemente para hacernos creer que tener lo que deseamos nos va a proporcionar la felicidad que tanto ansiamos. Mucha gente compra felicidad y recibe a cambio cosas que no dan tal felicidad. Dios, por el contrario, no vende nada, regala todo, y se da Él mismo, y quien lo recibe con corazón abierto verdaderamente experimenta la felicidad tan profunda y pacificadora que no la podemos reemplazar con ninguna otra.
Pero nos damos cuenta cómo lo que se nos ofrece gratuitamente por pocos es valorado. De ahí que muchas sectas piden mucho dinero para hacer creer que lo que dan vale. Y los que se manejan por los impulsos y no por el discernimiento van por ahí, porque su deseo de poseer lo que quieren poseer es mayor que su capacidad de discernir si realmente lo necesitan.
Se nos hace necesario mirarnos y conocernos de verdad, si no queremos ser manipulados por nadie. Conocer nuestros límites y debilidades, y tomar los recaudos necesarios. Conocerse a muchos les da miedo, porque creen que con defectos valen menos. Y no es así. Lo que nos hace valiosos es el hecho de que existimos. Si tenemos o no defectos es otro asunto. Porque valemos ¿por qué no trabajar en superarnos? Porque valemos ¿por qué dejarnos maltratar por una mentalidad comercial que sólo me ve como alguien al que hay que encontrarle el punto débil para sacarle todo el dinero que se le pueda sacar? Porque valemos ¿por qué perseguir cosas para sentirnos valiosos si ya lo somos? Porque valemos ¿por qué no crecer, por qué dejarnos arruinar por los vicios? Porque valemos ¿por qué dejarnos tratar con tanta violencia como vemos hoy que se da en todo?
La creación entera, dice Pablo, espera que nosotros seamos verdaderos hijos de Dios libres. Porque el ser humano, libre y que se domina a sí mismo, que es capaz de sacar de sí lo mejor y hacer el bien, es capaz de transformar y mejora toda la naturaleza para bien de todos y de honrar a Dios de esa manera. Somos capaces. Falta que nos convenzamos a nosotros mismos de comprometernos a hacerlo y hacerlo realidad.
Que la Santísima Virgen María, la que como tierra fértil recibió la Palabra, primero en su corazón y luego en su seno, nos anime hoy con su ejemplo a ver más allá de las propuestas de nuestro mundo para hallar la gran propuesta de nuestro Padre Dios. Que el Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.