miércoles, 26 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 31ª del tiempo durante el año.

Pidamos primero a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo el don de entender esta palabra de hoy.
Sólo Dios es absoluto. Sólo Él. Y cuando el hombre quiere hacerse absoluto se equivoca de medio a medio, porque está queriendo apropiarse de una cualidad que sólo le corresponde a Dios, que es lo mismo que querer ocupar el lugar de Dios.
Al querer enseñar con la arrogancia de creerse Dios; al dar sentencias como si se fuera el autor de tanta sabiduría; al querer mostrar a los demás cuánto se sabe; al juzgar a los demás como si se fuera perfecto e inmaculado; al cargar sobre los otros las normas como si se fuera a ser fiscal, juez y verdugo, en el juicio final; al adornarse con brillos y atuendos especiales para verse más importante que el resto; al querer ocupar los primeros puestos para ser tenidos como más importantes; al pretender ser llamados "mi maestro"; todo eso ¿no es signo de arrogancia y soberbia, envidia de Dios y pretensión de suplantarlo?
Por otro lado, no se puede tomar literalmente eso de "No llamen maestro a nadie... no llamen padre a nadie... no llamen doctor a nadie...". Sería interpretar erróneamente lo que Jesús quiso decir. Al mismo tiempo que a muchos hoy les gusta llamar a ciertos "gurúes" de hoy (orientales o no) "mi maestro", están otros que se vuelven defensores de la letra del evangelio (cuando en realidad están defendiendo su propia postura contra los sacerdotes católicos) e imponen no llamar maestro ni padre ni doctor a nadie, en especial al sacerdote, pero cuando tienen que recurrir al médico lo llaman "doctor", o al abogado lo llaman, incluso erróneamente, "doctor", o van a ver a los educadores primarios de sus hijos y les dicen "maestra, maestro", y por supuesto, no está mal. Mas al tratarse del sacerdote católico, les entra tirria tener que llamarlos "padre".
De lo que se trata, según Jesús, es de no apropiarse de lo que significan los títulos de padre, maestro y doctor, como si uno fuera el origen absoluto de todo (sólo Dios bendito es el Padre) y cada padre en su familia y cada sacerdote en su comunidad tiene que ser padre representando al Padre, no suplantándolo. Mostrando cómo es el Padre bueno y no pretendiendo ser el Padre.
Lo mismo cada maestro: tiene que ser maestro representando al Maestro, colaborando con el Maestro, cooperando con la Verdad, y no imponiendo su pensamiento o criterio personal y caprichoso como verdad absoluta como si fuera el Maestro.
Doctor es quien genera doctrina en alguna disciplina. Por tanto, en lo que se refiere a Dios hay uno sólo que conoce a Dios y lo revela y es el Mesías, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Por eso se debe ser doctor representando al Doctor, no creyéndose Doctor.
No está el problema en llamar con esos títulos sino en apropiarles o que se apropien de lo que significan esos títulos.
En el caso del sacerdote conviene agregar lo siguiente: el sacerdote es servidor de Dios en primer lugar, y en segundo lugar, servidor de la comunidad que Dios le encomienda a través de su obispo o superior. El sacerdote no es servidor de los caprichos de nadie, ni del obispo ni de la comunidad y menos de sí mismo. El sacerdote es servidor de Cristo porque tiene que ser Cristo entre la gente, representarlo y obrar como si fuera Él en las celebraciones litúrgicas que representan a su vez lo que está sucediendo en el cielo: el Hijo intercede permanentemente ante el Padre ofreciendo por muchos su vida entregada en la cruz. Representa a Jesús que enseña la verdad de Dios y la verdad del hombre e invita a una vida nueva en el Espíritu. Representa al Buen Pastor al pastorear a su grey hacia el verdadero alimento y hacia las fuentes de agua viva del Espíritu Santo. Representa a Jesús misericordioso que ofrece su perdón a todo el que arrepentido viene a buscar el perdón de Jesús. Por eso, el sacerdote más ayuda cuando más desaparece él y se muestra Jesús en él, cuando hace lo que tiene que hacer Jesús. Eso es más difícil que hacerse amigo de todos, porque hay que desaparecer lo más posible. El verdadero servicio está en ser un hombre de Dios y que muestra a Dios vivo en el hombre.
No está el problema en los títulos, sino en la actitud, en la postura.
Que el Señor bendito nos conceda el don de servir a los hermanos con todo su amor para que ellos encuentren que el Dios vivo está cerca.
El Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

viernes, 21 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 30º del tiempo durante el año

Pidamos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe en la meditación de la Palabra y que nos consiga del Espíritu Santo el don de entenderla.
Hablar de mandamientos en un mundo increíblemente transgresor como el actual parece un contrasentido, inútil. Sin embargo, hoy es imprescindible tomar en serio los mandamientos, como siempre, pero hoy nos hacen mucha falta.
¿Por qué el ser humano de hoy se niega a cumplir con los mandamientos? Porque quiere ponerlos él.
¿Por qué el ser humano quiere poner los mandamientos y no acepta ni que sea Dios el que los ponga? Porque quiere ser Dios.
¿Por qué el ser humano hoy quiere ser Dios? Porque es un ser humano, inmaduro en el ejercicio de su libertad, porque se sigue dejando seducir y tentar por el que le dice: "¡Serán como dioses!".
El ser humano cree que puede ser Dios decidiendo qué está bien y qué está mal. Y lo único que consigue es perder claridad en su discernimiento, ya no ve nada sino confusamente. Perdió la luz, por más que con la tecnología actual se sienta capaz de iluminar el mundo. Perdió la verdad, por más que se sienta capaz de tener toda la información del mundo. Perdió el poder sobre la naturaleza porque la arruinó y olvidó que debía administrarla, no adueñarse. Perdió la naturaleza porque no la respetó. Perdió su naturaleza porque no se conoció a sí mismo, no descubrió su identidad sino que la construyó, no la descubrió porque no supo ver, no supo ver porque no se dejó mostrar, y no se dejó mostrar porque no quiso aceptar el don, ni quiso aceptar el don porque no quiso aceptar al otro, porque deseó que el otro no exista. Y así también perdió vivir con plenitud su propia existencia. Por no amar, no respetar, no ver, no oír, no sentir, no reír, no disfrutar, no gozar, no disfrutar lo gratuito, no danzar ni bailar ni compartir el baile, ni la mesa, ni la vida: el hombre sin mandamientos se muere de horrible muerte.
¡Qué cadena! Sí, causas y efectos encadenados, entrelazados, combinados, que enajenan al ser humano de su ser y de su vocación.
El ser humano es un peregrino, un caminante, y las encrucijadas son ineludibles. En cada encrucijada hallará señales (no siempre es así en los caminos hechos por el hombre, pero sí en los caminos de Dios) que le indicarán cuál camino le conviene seguir para llegar al destino feliz de su vida.
Esas señales a veces dicen "Ven por aquí", a veces dirán "No vayas por aquí". Pero ambos tipos de señales ayudan a hallar el camino correcto.
Hoy el Señor plantea los dos mandamientos principales, en la primera forma: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Éste es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
¿Quieres vivir? Haz esto.
¿Quieres morir? No lo hagas.
¿Por qué nos hace falta que Dios nos tenga que dar como mandato lo que nos hace tanto bien? ¿Por qué nosotros elegimos oponernos, incluso sabiendo, que oponernos nos hace daño? ¿Por qué el ser humano, hoy, aún no aprende a ver que la tentación de desafiar a Dios, de querer usurpar el poder de Dios, de querer determinar qué es lo bueno y qué es lo malo, es tan antigua que está en el primer libro de la Biblia, en el capítulo 3, y que a pesar de llamarnos modernos ("posmodernos" inclusive) parecemos no haber salido del inicio de la historia...?
Feliz el que vive estos mandamientos con la gratitud de quien necesitando una señal en una encrucijada desconocida la halló clara. 
Feliz el que ama a Dios y al prójimo.
Feliz el que se ama a sí mismo como a Dios y al prójimo.
Feliz el que ama a Dios sobre todas las cosas.
Feliz el que ama al prójimo como Dios.
Feliz el que ama al prójimo como a sí mismo.
Feliz el que se ama.
Feliz el que ama.
Feliz el que ama de verdad.
Feliz el que por amar de verdad es capaz de amar siempre.
Feliz el que por amar siempre es capaz de dar la vida.
Permíteme que te pregunte:
¿Serías capaz de dar la vida por Dios? Si es sí, lo amas.
¿Serías capaz de dar la vida por tu prójimo? Si es sí, también lo amas.
¿Serías capaz de dar la vida por ti? Si es sí, también de verdad te amas.
Gracias por amar.
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan y nos fortalezcan para que nuestro amor sea cada vez mayor.

martes, 11 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 29º del tiempo ordinario

Pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender la Palabra.
Cuando uno escucha a Jesús decir: "Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", puede fácilmente interpretar que hay dos planos, un plano "material" y otro "espiritual", y además, que esos dos planos son paralelos y no se tocan "casi" nada.
Esto es erróneo.
Cuando a Jesús le plantean si se debe pagar el impuesto al César le están tendiendo una trampa, de la que se da perfecta cuenta: quieren que quede expuesto frente a los herodianos, que era la guardia del rey amigo del César, Herodes, y si decía que no había que pagar el impuesto quedaba como un subversivo que alteraba el orden. Y si, por el contrario, decía que había que pagar, quedaba ante los judíos como un débil sometido al poder extranjero, cosa muy mal vista por los judíos que estaban hartos de la dominación romana.
Jesús les pide un denario, una moneda con la efigie del César, del emperador romano. Astutamente, muy astutamente, Jesús hace un planteo que para los judíos más piadosos tenía que resultar una explosión. Y el detonante está en la imagen. En la moneda, la imagen es del César, y Jesús dice "Den al César lo que es del César", pero cuando dice a continuación, "Den a Dios lo que es de Dios", la pregunta oculta es: "¿Cuál es la imagen de Dios?".
Para el judío piadoso, la imagen de Dios es el hombre, y con el acento que da Jesús, todo hombre que sufre, "mis hermanos más pequeños". 
Por tanto, "Dar a Dios lo que es de Dios" no significa separar los mundos, sino, por el contrario, en este mundo, en esta nuestra realidad, dar al hombre lo que el hombre necesita para vivir feliz, porque ésa es la forma concreta y real de dar gloria a Dios, atendiendo a su imagen (el hombre) para que viva con dignidad (con la dignidad de creatura de Dios, para los judíos; y con la dignidad de hijo de Dios por adopción, para los cristianos).
Entonces, Jesús estaba haciendo un cuestionamiento velado muy serio: ¿Tengo que obedecer a un Estado (el imperio) que pretende ser más que Dios, y que usa los bienes que me quita para satisfacer sus gustos, caprichos y gastos militares, etc.? Porque ese Estado pretende tener el poder sobre todos, y un poder capaz de hacer olvidar los deberes que se tienen para con Dios y con los demás por Dios. Eso se llama "idolatría del Estado". Y todos tenemos conocimiento de que la opresión del Estado absolutizado es tan terrible como cualquier tiranía e intenta que el hombre se le someta so pena de muerte.
Jesús, entonces, no da la respuesta que los fariseos querían oír. Sin embargo, da una respuesta que al mismo tiempo es una pregunta: "Tú ¿qué haces? ¿Das a Dios lo que es de Dios? Te dices fariseo (cumplidor observante de la ley de Dios) y ¿te olvidas de su imagen? ¿Te olvidas de respetarlo como un verdadero creyente?
Y a nosotros ¿qué nos toca?
Pagar los impuestos es una responsabilidad social. Pero tiene que estar fuertemente ejercida también la responsabilidad del control del uso de esos fondos que son de todos y para el bien común. Pagar sin controlar es más cómodo que pagar y controlar qué hacen con lo que pagamos.
Nuestra sociedad argentina adolece de capacidad de revisión, de autocontrol y de autocorrección, que sería imprescindible para que no se malgasten los bienes que son para el bien común. Al atender al bien común se está respetando la ley de Dios. Es bueno recordar que la Iglesia, en su reflexión permanente y en su magisterio, cuenta con un bagaje valiosísimo: la Doctrina Social de la Iglesia, que ilumina el obrar social de los cristianos y de los hombres de buena voluntad.
El Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

sábado, 8 de octubre de 2011

Homilía para el domingo 28º del tiempo durante el año

Pidamos primero a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe en la escucha y en la meditación de la Palabra y que nos consiga del Espíritu Santo el don de entenderla.
Alguna vez en la vida hay que detenerse y pensar seriamente qué es lo que nos ofrece Dios: participar de su banquete, que es un banquete de bodas, y en esas bodas, como Iglesia, su Iglesia, somos la novia. Es decir, nos tiene que llegar al alma que Dios estableció con nosotros una relación que quiere llegar a ser esponsal, espiritual pero esponsal. Su voluntad es querer compartir todo lo que Él tiene con nosotros y que nosotros compartamos con Él todo lo nuestro, tanto lo que son dones suyos como lo que son obras nuestras (y todos sabemos que nuestras obras, las obras que son propiamente nuestras son los pecados, lo demás todo es gracia). En ese encuentro total con Él lo que se va a producir en nosotros es la transformación, la purificación, el embellecimiento total de esta novia que por iniciativa y gracia de Dios ha sido enamorada por el Dios bueno e invitada al matrimonio definitivo y eterno.
Esto, tan maravilloso, contrasta con la realidad: la novia no quiere casarse. La humanidad no quiere ser parte de "la novia", ni le interesa la fiesta. La humanidad está ocupada en sus asuntos. Y muchos que son "la novia" están olvidando el amor del novio, porque quieren al novio para sus asuntos personales. Se olvidan o se desentienden de amarlo. No lo aman más, si es que alguna vez lo amaron. A veces quieren estar en la fiesta, es decir, disfrutar de los dones de Dios, pero sin estar vestidos para la ocasión, sin tener vestido de fiesta, como pasa con los que comulgan sin intención de tener comunión de vida con Jesús, sólo comulgan para "tener" a Dios cerca, pero no quieren darle el corazón a Dios.
Dios es bueno, pero ve todo y no es posible engañarlo. Él llama a todos, pero sólo escoge a los que le dicen con verdad que sí. Tiene derecho a hacerlo, porque es Dios, y el ser humano que habiendo sido invitado al banquete prefiere desoír la llamada y ocuparse de sus asuntos propios, se pierde el don de los dones y desaira al que se lo ofrece.
Hoy, nuestro mundo, está así, demasiado encerrado en sus asuntos por un lado, "secularizado" le dicen. Pero por otro lado, muchos quieren tener una relación con lo divino al modo anterior al que Jesús nos vino a enseñar, es decir, se quiere volver al "paganismo", a querer manejar a Dios o a tener una relación con Él transaccional.
Tanto unos como los otros son invitados a un encuentro personal, interpersonal, con Dios (que es persona divina, tres personas divinas y un solo Dios), que no es una fuerza cósmica, ni la suma de las energías. Toda energía existente es creación suya. Él no es energía. Él es todopoderoso, tiene el poder absoluto, pero ese poder no es energía, sino algo infinitamente superior.
Los que hemos escuchado la invitación, los que hemos oído el anuncio, la buena noticia, los que nos hemos encontrado con Jesús, y hemos conocido el amor que Dios nos tiene, sabemos del gozo indecible que nos da, y de la ternura infinita de este Dios bueno y justo. Cuidamos de no distraernos, para no perder la comunión de vida con Él, pero purificamos permanentemente nuestra intención y nuestras actitudes para que sean la mejor respuesta de amor que podamos dar. Queremos ser la novia. Queremos ser santos porque Él es santo y la novia no puede no estar absolutamente enamorada de este esposo. Y esa es la santidad, la transformación producida por el amor verdadero, el mejor traje de fiesta.
Que nuestra Hermosa Madre, la Santísima, nos aliente a la comunión total de vida con el que se entregó totalmente por amor a nosotros para que "sin mancha ni arruga" al modo de decir de San Pablo, seamos su esposa, la Iglesia.
El Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan mucho.