Pidamos, en primer lugar a
nuestra Hermosa madre la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo
para que Él nos conceda el don de entender la Palabra de Dios. Dios te salve…
¿Cuántas veces hay en nosotros “otros”
que “hablan” en nuestro interior haciendo ruido para que no se escuche con
claridad la voz de Dios?
Esos “otros” tienen muchas
formas: recuerdos, ilusiones, ambiciones, heridas, despechos, envidias,
resentimientos, recelos, broncas, odios, celos, terquedades, tristezas,
angustias, gritos que nos quedaron grabados, desprecios vividos, miedos, y
miles de formas más.
Habitan en nosotros como si
fueran otros que quieren vivir en nosotros.
Y esos son como “espíritus” que
se oponen a Dios, en primer lugar, y a nosotros como hijos de Dios llamados a
ser libres. Por eso San Marcos los llama “espíritus impuros”. Nos alejan de
Dios que es el Puro, el Santo, el Señor. Y nos quieren arrebatar la alegría de
vivir, la esperanza y la confianza en el Señor Dios que nos salva. Se oponen a
nosotros con engaños permanentes, con mentiras de todos los colores, nos hacen
echar la culpa a otros, nos hacen ver la paja en el ojo ajeno, nos hacen
deleitarnos en el sufrimiento y en la derrota del otro, porque tocan nuestro
lado oscuro, nuestros puntos débiles, nuestras manías y complejos, y así tratan
de dominarnos.
Esas voces hablan, y hablan
fuerte… ¿Y no sería mejor para nosotros que escucháramos más a Dios que habla
también, pero que habla con respeto de nosotros? ¿No sería mejor para nosotros
que prestásemos atención a esa otra voz suave y consoladora que también está en
nuestro interior y que es la voz del Espíritu Santo? ¿No nos convendría prestar
atención a los mensajes de Dios que Él se encarga de hacernos llegar de muchas
formas, a través de sus mediadores, a través de sus instrumentos, de sus
enviados, de sus llamados, de sus apóstoles y misioneros? Pero nos van a dar
ganas de hacerlos callar, y también nos darán ganas de encontrarles sus
defectos, para justificarnos en nuestra debilidad y poquedad frente a ellos. Si
estamos en el barro, casi seguro que vamos a querer ensuciarlos también a ellos
que son sólo servidores.
Jesús, en cambio, habla con
autoridad, ¿quién lo niega? Pero ¿quién es Jesús entre nosotros? ¿Dónde está Jesús
entre nosotros? ¿Habla Jesús a través de alguien hoy? ¿Puede hablar Jesús a
través de esa persona que no me cae simpática? ¿Le daría yo autoridad a esa
persona que no me agrada, la autoridad que le viene de Dios, porque me habla en
su nombre y me sirve para que yo halle el camino de la Vida? ¿Me conviene acaso
desoír su palabra sólo porque no me agrada como persona? ¿Me conviene no tomar
conciencia que Dios me puede estar hablando a través de ella? ¿Cómo hago para
darme cuenta si Dios me habla a través de esa persona? Debo preguntarme
sinceramente si me dice la verdad, si me ayuda esa verdad para liberarme de mis
mentiras, si me hace ver mi pecado y mis ataduras, y si me ayuda a respetar y
amar más a Dios. Si es así, habla en nombre de Dios. Si no la escucho es a Dios
a quien no escucho.
Si, en cambio, habla esa persona
para dominarme y me oprime y me aleja de Dios, si en vez de hacerme madurar me
hace sentir despreciable, si en vez de decirme la verdad me confunde y me
engaña, entonces debo hacerla callar. Debo sacarla de mi interior, debo hacer
oídos sordos a su discurso.
Pero yo no debo engañarme bajo
ninguna forma. Tengo que asumir que yo mismo puedo ser mi enemigo. Debo asumir
que mi propio egoísmo, mi propio yo egoísta, puede estarme gritando y
distrayéndome para que no cambie y no me convierta y no me salve. Porque a ese
yo egoísta el Señor me dice que lo niegue. No que niegue mi identidad, mi yo,
sino que niegue los gritos de mi egoísmo personal, que quiere hacer lo que se
le antoja y no lo que debe hacer para dar gloria a Dios, su Creador, su
Salvador y su Santificador.
Por otro lado, debo ubicarme que
si Dios me inspira y me envía a dar su mensaje a otro, lo debo hacer con la
humildad del que se sabe pecador y se sabe portador, por la gracia de Dios, de
un mensaje para otro que es también gracia de Dios para otro. Y no debo
callarlo por ninguna excusa. ¿Qué hace el otro con el mensaje que le tengo que
dar? Es asunto del otro. Pero no debo dejarlo sin el mensaje que era para él,
pues, de lo contrario, yo seré responsable de que el otro caiga de nuevo en su
pecado y en su mal.
El Señor nos habla, nosotros ¡escuchemos!
En nuestro interior hay muchas
voces que no son las de Él. ¡Callémoslas y echémoslas de nuestro interior!
A nuestro alrededor hay gente que
necesita el mensaje de Jesús, ¡demos fiel y valientemente el mensaje!
María, Madre de la Iglesia
misionera en el mundo de hoy, acompáñanos en la misión diaria de llevar el
mensaje de liberación de tu Hijo bendito, y ayúdanos a acallar todas las voces
de nuestro interior que no vengan del Espíritu Santo.
Que el Señor bendito y la Hermosa
Madre los bendigan mucho.