jueves, 31 de marzo de 2011

Homilía para el 4to Domingo de Cuaresma - Ciclo A

Lectura del Libro Primero de Samuel (16, 1. 5-7. 10-13): El Señor dijo a Samuel: «¿Hasta cuándo vas a estar lamentándote por Saúl, si yo lo he rechazado para que no reine más sobre Israel? ¡Llena tu frasco de aceite y parte! Yo te envío a Jesé, el de Belén, porque he visto entre sus hijos al que quiero como rey». Sí, respondió él; vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purifíquense y vengan conmigo al sacrificio». Luego purificó a Jesé y a sus hijos y los invitó al sacrificio. Cuando ellos se presentaron, Samuel vio a Eliab y pensó: «Seguro que el Señor tiene ante él a su ungido». Pero el Señor dijo a Samuel: «No te fijes en su aspecto ni en lo elevado de su estatura, porque yo lo he descartado. Dios no mira como mira el hombre; porque el hombre ve las apariencias, pero Dios ve el corazón». Así Jesé hizo pasar ante Samuel a siete de sus hijos, pero Samuel dijo a Jesé: «El Señor no ha elegido a ninguno de estos». Entonces Samuel preguntó a Jesé: «¿Están aquí todos los muchachos?». El respondió: «Queda todavía el más joven, que ahora está apacentando el rebaño». Samuel dijo a Jesé: «Manda a buscarlo, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que llegue aquí». Jesé lo hizo venir: era de tez clara, de hermosos ojos y buena presencia. Entonces el Señor dijo a Samuel: «Levántate y úngelo, porque es este». Samuel tomó el frasco de óleo y lo ungió en presencia de sus hermanos. Y desde aquel día, el espíritu del Señor descendió sobre David. Samuel, por su parte, partió y se fue a Ramá.   
Salmo 22: El Señor es mi pastor, nada me puede faltar. El me hace descansar en verdes praderas, me conduce a las aguas tranquilas y repara mis fuerzas; me guía por el recto sendero, por amor de su Nombre. Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza. Tú preparas ante mí una mesa, frente a mis enemigos; unges con óleo mi cabeza y mi copa rebosa. Tu bondad y tu gracia me acompañan a lo largo de mi vida; y habitaré en la Casa del Señor, por muy largo tiempo. 
Lectura de la carta a los Efesios (5, 8-14):  Hermanos: Antes, ustedes eran tinieblas, pero ahora son luz en el Señor. Vivan como hijos de la luz. Ahora bien, el fruto de la luz es la bondad, la justicia y la verdad. Sepan discernir lo que agrada al Señor, y no participen de las obras estériles de las tinieblas; al contrario, pónganlas en evidencia. Es verdad que resulta vergonzoso aun mencionar las cosas que esa gente hace ocultamente. Pero cuando se las pone de manifiesto, aparecen iluminadas por la luz, porque todo lo que se pone de manifiesto es luz. Por eso se dice: Despiértate, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo te iluminará. 
Evangelio de N. S. Jesucristo según san Juan  (9, 1-41): Al pasar, vio a un hombre ciego de nacimiento.  Sus discípulos le preguntaron: «Maestro, ¿quién ha pecado, él o sus padres, para que haya nacido ciego?».  «Ni él ni sus padres han pecado, respondió Jesús; nació así para que se manifiesten en él las obras de Dios.  Debemos trabajar en las obras de aquel que me envió, mientras es de día; llega la noche, cuando nadie puede trabajar.  Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo»  Después que dijo esto, escupió en la tierra, hizo barro con la saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: «Ve a lavarte a la piscina de Siloé», que significa "Enviado". El ciego fue, se lavó y, al regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se preguntaban: «¿No es este el que se sentaba a pedir limosna?». Unos opinaban: «Es el mismo». «No, respondían otros, es uno que se le parece». El decía: «Soy realmente yo». Ellos le dijeron: «¿Cómo se te han abierto los ojos?». El respondió: «Ese hombre que se llama Jesús hizo barro, lo puso sobre mis ojos y me dijo: «Ve a lavarte a Siloé». Yo fui, me lavé y vi». Ellos le preguntaron: «¿Dónde está?». El respondió: «No lo sé». El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le preguntaron cómo había llegado a ver. El les respondió: «Me puso barro sobre los ojos, me lavé y veo». Algunos fariseos decían: «Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado». Otros replicaban: «¿Cómo un pecador puede hacer semejantes signos?». Y se produjo una división entre ellos. Entonces dijeron nuevamente al ciego: «Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?». El hombre respondió: «Es un profeta». Sin embargo, los judíos no querían creer que ese hombre había sido ciego y que había llegado a ver, hasta que llamaron a sus padres y les preguntaron: «¿Es este el hijo de ustedes, el que dicen que nació ciego? ¿Cómo es que ahora ve?». Sus padres respondieron: «Sabemos que es nuestro hijo y que nació ciego, pero cómo es que ahora ve y quién le abrió los ojos, no lo sabemos. Pregúntenle a él: tiene edad para responder por su cuenta». Sus padres dijeron esto por temor a los judíos, que ya se habían puesto de acuerdo para excluir de la sinagoga al que reconociera a Jesús como Mesías. Por esta razón dijeron: «Tiene bastante edad, pregúntenle a él». Los judíos llamaron por segunda vez al que había sido ciego y le dijeron: «Glorifica a Dios. Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador». «Yo no sé si es un pecador, respondió; lo que sé es que antes yo era ciego y ahora veo». Ellos le preguntaron: «¿Qué te ha hecho? ¿Cómo te abrió los ojos?». El les respondió: «Ya se lo dije y ustedes no me han escuchado. ¿Por qué quieren oírlo de nuevo? ¿También ustedes quieren hacerse discípulos suyos?». Ellos lo injuriaron y le dijeron: «¡Tú serás discípulo de ese hombre; nosotros somos discípulos de Moisés! Sabemos que Dios habló a Moisés, pero no sabemos de dónde es este». El hombre les respondió: «Esto es lo asombroso: que ustedes no sepan de dónde es, a pesar de que me ha abierto los ojos. Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero si al que lo honra y cumple su voluntad. Nunca se oyó decir que alguien haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento. Si este hombre no viniera de Dios, no podría hacer nada». Ellos le respondieron: «Tú naciste lleno de pecado, y ¿quieres darnos lecciones?». Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: «¿Crees en el Hijo del hombre?». El respondió: «¿Quién es, Señor, para que crea en él?». Jesús le dijo: «Tú lo has visto: es el que te está hablando». Entonces él exclamó: «Creo, Señor», y se postró ante él. Después Jesús agregó: «He venido a este mundo para un juicio: Para que vean los que no ven y queden ciegos los que ven». Los fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?». Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: "Vemos", su pecado permanece».

En primer lugar recurramos a la Hermosa Madre, la Virgen, para que ella nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra de hoy.


El Señor nos está regalando este maravilloso tiempo de Cuaresma para acercarnos a Él de una manera nueva y profunda. El primer domingo de Cuaresma vimos que Jesús cuando fue tentado más que al demonio nos hablaba a nosotros para invitarnos a vivir de la Palabra que sale de la boca de Dios, a no usar a Dios en nuestros planes y a adorar sólo a Dios en nuestras vidas. El segundo domingo de Cuaresma fuimos exhortados a escuchar al Hijo muy querido del Padre y a hacer el camino que Él nos propone. El domingo pasado nos despertó la sed del agua viva que Jesús da. Hoy el Señor nos regala el don de verlo a Él y de asumirlo como nuestro pastor para que vivamos en la luz.

Por tanto, se trata de reconocer a Jesús como el Salvador del mundo, como nuestro salvador, como mi salvador.

Ya desde el Antiguo Testamento, desde David, el Señor Dios viene avisándonos que el Rey que Él quiere que tengamos tiene que ser un rey según su corazón, no un rey que use del poder para su provecho propio, sino que asuma que su autoridad es un servicio. Así debería ser asumida siempre toda autoridad, como servicio, no como poder.
Dios rechaza a Saúl porque se engolosinó con el poder. Dios no elige a los hermanos de David, aunque a la mirada de Samuel le agradara el aspecto y la estatura elevada de Eliab, sino a David, el menor, el que pastoreaba a las ovejas. Y lo confirma en el salmo que hemos rezado juntos, porque el mismo Dios hace comprender que Él es el buen pastor y el anfitrión que nos ofrece cobijo y mesa.

Es con ese presupuesto que se nos ofrece Jesús, como el buen pastor que nos recibe en su carpa, en su casa. En el episodio narrado en el evangelio de hoy, el ciego es echado por los fariseos, pero acogido por Jesús.
El ciego es sanado de su ceguera porque Jesús hace barro con su saliva y tierra del suelo, y le manda ir a la piscina de Siloé para que llegue a ver.
Cada uno de esos elementos es significativo:
Jesús hace barro con tierra del suelo, igual que el Creador hizo al hombre con arcilla del suelo. Es decir que Jesús parte del hombre, recrea al hombre, lo hace de nuevo, hace de nuevo al ciego.
Pero le agrega su saliva, signo de la predicación, signo de la Palabra que vivifica.
El mandato a que vaya a lavarse, es indicación del camino que tiene que recorrer, es el camino catequístico que el que es llamado a ser discípulo debe andar, asumir que debe darle el control a Dios.
El agua de la piscina es signo del bautismo, para que pueda nacer a la vida nueva, a la visión, para que pueda ver al Hijo del hombre y volverse su discípulo con los demás discípulos en la comunidad de la Iglesia.

La comunidad a la que pertenecía el ciego, no vio el signo, no vio al autor del signo, no vio nada, sólo que se le rompían los esquemas y en vez de dejarse tocar por Dios prefirió la seguridad de mantener las cosas como estaban y echar al que molestaba con su sola presencia y sus interrogantes. Creían ver y en realidad estaban ciegos.
Nuestras comunidades también pueden volverse ciegas del mismo modo. Si Dios pasa y no nos dejamos interpelar, no nos dejamos hablar por Él, nuestra visión se oscurecerá. Los que nos creemos que vemos estaremos volviéndonos ciegos.
Jesús sigue hablando por su Espíritu donde nos manifiesta la verdad, porque Jesús sigue siendo el Buen Pastor que nos lleva hacia pastos abundantes y fuentes tranquilas. Sigue indicándonos el camino hacia la luz. Y nosotros que somos hijos de la luz al haber aceptado el bautismo, al haber buscado y aceptado la fe, vivamos como hijos de la luz, resucitados, despiertos, vivamos haciendo crecer nuestra bondad, nuestra justicia, andemos en la verdad, discerniendo lo que le agrada al Señor, no participando de las obras estériles de las tinieblas, más aún, denunciando las tinieblas.

Hoy cuesta mucho ser luz, marcar un camino, denunciar lo que está mal y anunciar lo que está bien. Hace falta mucha fortaleza, y para esa fortaleza hace falta mucho “visión”, tener muy claras las cosas. Y sin discernimiento esto no se consigue.
Hoy urge un discernimiento comunitario, porque el Espíritu sopla donde quiere, y todos los bautizados tenemos el Espíritu Santo, y los discípulos se dejan conducir por Él. Tanto los servidores de la Iglesia como los servidos en la Iglesia somos corresponsables de seguir obrando las maravillas de Dios para que los ciegos vean lo que el Señor quiere mostrar: su Reino está cerca, su gracia está cerca, su Vida está cerca, su liberación está cerca. Por eso morirá Él por nosotros, para liberarnos, vivificarnos, colmarnos de su gracia y hacernos participar de su Reino.
Al aceptar la predicación del Señor, al dejarnos hacer de nuevo, al recorrer el camino, al integrarnos en la comunidad de los hijos de Dios discípulos de Jesús, al volvernos apóstoles hoy, somos los continuadores de la obra de Jesús y podemos ofrecer a nuestra familia, a nuestros amigos, a la gente de nuestro pueblo el verdadero rostro de Jesús, que atiende y consuela, que ayuda y socorre, que cuida y educa, que no se deja corromper, que es buen ejemplo. El Señor, gracias a Dios, no llama a los preparados. Él prepara a los llamados. Y lo está haciendo. Dejémonos renovar en esta cuaresma para que el domingo de Pascua resucitemos con Él.

María, nuestra Hermosa Madre, nos sostiene, porque ella pasó por ese camino y fue la servidora fiel del Señor. Animémonos a tener la misma actitud de humildad, escucha y servicio de María. El Señor bendito y la hermosa Madre los bendigan mucho.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Homilía para el 3er Domingo de Cuaresma - Ciclo A

Lectura del libro del Exodo (17, 1-7): Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber.  Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos beber». Moisés les respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?».  Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?».  Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: «¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?».  El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve,  porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo». Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel.  Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa «Provocación»– y de Meribá –que significa «Querella»– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?».
Salmo 94, 1-2. 6-9: ¡Dios vengador de las injusticias,  Señor, Dios justiciero, manifiéstate!  ¡Levántate, Juez de la tierra,  dales su merecido a los soberbios!   Matan a la viuda y al extranjero,  asesinan a los huérfanos;  y exclaman: «El Señor no lo ve,  no se da cuenta el Dios de Jacob».  ¡Entiendan, los más necios del pueblo!   y ustedes, insensatos, ¿cuándo recapacitarán?  El que hizo el oído, ¿no va a escuchar?  El que formó los ojos, ¿no va a ver? 
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos (5, 1-2, 5-8): Hermanos: Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.  Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.  En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores.  Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor.  Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (4, 5-42): Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.  Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.  Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».  Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.  La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.  Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva».  «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?  ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?».  Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,  pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».  «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».  Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí».  La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido,  porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».  La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta.  Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».  Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.  Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.  Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.  Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».  La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».  Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».  En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».  La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:  «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?».  Salieron entonces de al ciudad y fueron a su encuentro.  Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro».  Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen».  Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?».  Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.  Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.  Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.  Porque en esto se cumple el proverbio: «Uno siembra y otro cosecha».  Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».  Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice».  Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.  Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.  Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».

Pidamos a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo, el don de entender la Palabra de hoy.
Sed tiene Jesús. Crucificado también tendrá sed.
Sed tiene el pueblo de Israel que camina por el desierto. Tanta sed que se queja, y rezonga y cuestiona a Moisés si para morir de sed lo trajo al desierto. Tanta sed que esa necesidad se le vuelve tan primaria, tan urgente, que pierde de vista todo lo demás. Ya se olvidó de la esclavitud en la que estaba, y de la opresión que sufría, de cuánto clamó y con qué prodigios fue liberado de sus opresores. Sed que le quitaba la conciencia. Sed que lo volvía necio e insensato. Sed que lo hacía soberbio.
Sed tenía Jesús en la cruz, y le dieron vinagre. Esa sed no lo volvió necio e insensato y menos soberbio. Esa sed no era por Él, sino por nosotros porque Él cargó sobre sí nuestra sed. Y los hombres le dieron vinagre. Pero Dios dará otra cosa.
Dios no quería hacer pasar por la sed para matar, sino para hacer buscar el agua verdadera, el agua de vida. No era admisible cualquier agua, por más desierto que se estuviera pasando. En nuestros desiertos tampoco es admisible cualquier cosa que se parezca al agua limpia y sana.
Moisés debía golpear una roca de la que brotaría el agua.
El soldado debía golpear con su lanza el costado de Jesús de donde brotaría sangre y agua, signo de los sacramentos de la vida.
En el desierto se vivencia la necesidad. Se desvelan los demonios. Se manifiesta nuestra debilidad y sale lo peor de nosotros a la superficie. Y eso es en realidad una gracia de Dios. Es en ese preciso momento de nuestra más absoluta debilidad donde descubrimos la verdadera búsqueda, donde descubrimos que realmente nos hace falta algo mucho más profundo que lo inmediato de la sed, donde descubrimos que tenemos que vivir y que tenemos que saber por qué vivir. Y es así como maduramos, nos convertimos, nos damos cuenta, crecemos, nos ponemos de pie, y avanzamos más seguros y más serenos, y más animados incluso a correr si hiciera falta, pero correríamos con el gozo de estar en lo cierto, el gozo de haber hallado la luz de la verdad.
Junto al pozo Jesús tiene sed, pero es la mujer la que necesita el agua de vida eterna, y Jesús la tiene.
Jesús pide de beber para que la mujer sienta que tiene sed.
En ese diálogo exquisito entre la mujer y Jesús, se manifiesta la impresionante paciencia y amor constante de Jesús por todos, por la mujer, por los del pueblo, por los discípulos y por nosotros. Un amor que brota del Padre que por amor lo envía. El Padre quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. El Padre quiere salvar a todos los hombres de la sed del desierto, de la sed de Dios, de la sed que es búsqueda más radical que hace el hombre durante toda su vida: la búsqueda de Dios como el sentido pleno de su vida. El Padre quiere salvar al hombre de la pobreza miseria que arruina al hombre. El Padre quiere alentar al hombre a una pobreza evangélica que es capaz de compartir todo con el hermano. El Padre quiere salvar al hombre de la ruina que le provoca el pecado, y del efecto más devastador del pecado que es la muerte.
Jesús se alimenta de ese querer del Padre, comparte su plan, su idea, su amor por la humanidad. Y no estará satisfecho hasta que haya hecho la obra del Padre.
Cada uno de nosotros tiene que hacer el camino de la samaritana, si tenemos sed: anhelar el agua viva que brota para la vida eterna; oir lo que Jesús me dice de lo que quiere su Padre acerca de adorar en espíritu y verdad porque el Padre no está en un lugar determinado por paredes, ni en un monte, ni detrás de las nubes, sino que nosotros somos los que estamos en Dios y yendo a lo más profundo de nuestra interioridad, desde ahí, desde nosotros, desde nuestro yo, desde nuestro espíritu adorarlo de verdad; abandonar los falsos maridos a los cuales nos unimos porque nos prometieron un amor, cuidados y riquezas que no eran capaces de dar, porque como Iglesia tenemos un único esposo, Cristo; y compartir con los demás, los amigos, los vecinos, los que encontremos, qué fue lo que Jesús hizo con nosotros y hacerles la pregunta: ¿No será Él el Salvador del mundo?
Si ya hemos hecho el camino de la Samaritana, si ya creemos firmemente y aceptamos que Jesús es el Salvador del mundo, si ya nos hemos vuelto discípulos, levantemos la mirada y veamos a la gente que busca a Dios y a quien Dios le está ya hablando, y asumiendo que son la mies lista para la cosecha ayudemos a que sean acogidas con cordialidad en la Iglesia, que encuentren en la Iglesia hermanos que nos los rechazan temerosos porque son desconocidos, sino hermanos serviciales que están dispuestos a atenderlos y acompañarlos en su camino de fe, compartiendo lo que sabemos y aprendiendo también de ellos. Muchos necesitan profundizar su fe y nos toca hacer esa profundización con ellos, y más si nuestra propia fe no alcanza a ser todo lo profunda que hace falta para contagiar a los demás. La catequesis para nosotros, para nuestras vidas, para enfrentar y asumir las realidades que vivimos, para ver la realidad desde la Palabra y saber qué camino quiere Dios que sigamos, es algo a lo que no podemos renunciar nunca. Busquemos nuestra catequesis y acompañemos a otros en su catequesis. El que enseña es el que más aprende.
Y habremos aprovechado bien la oportunidad que Dios nos ha dado para volver a Él, para encontrarnos con Él, y para profundizar nuestra amistad con Él. Pues la vida eterna y plena será vivir con Él. ¡Qué mejor que comenzarla desde aquí!
Que nuestra hermosa Madre, la Virgen, nos acompañe, sea nuestra catequista en la búsqueda del agua viva, y nuestra compañera de misión cuando andemos por la vida.
El Señor bendito y la hermosa Madre los bendigan mucho.

viernes, 18 de marzo de 2011

Homilía para el 2° domingo de Cuaresma - Ciclo A

Lectura del libro del Génesis 12,1- 4a
El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra». Abram partió, como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él.

Lectura de la Segunda carta de San Pablo a Timoteo 1,8b-10
Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. El nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la Manifestación de nuestro Salvador Jesucristo. Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17,1-9
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».


Pidamos, en primer lugar, a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe en la escucha de la Palabra, y que nos consiga del Espíritu Santo el don de entenderla.

Sin duda el ser humano desde siempre, y lo hará siempre, busca y buscará lo que lo haga feliz y pleno. Porque estamos hechos así, para saciarnos sólo con lo infinito. Somos parte de una creación maravillosa hecha por un Dios maravilloso, inmensamente generoso y feliz y que quiere que todos seamos como Él. Y por eso nos hizo a su imagen y semejanza. Y por la misma razón el tomó para sí nuestra condición humana, con el mismo fin, el de mostrarnos el camino que nos lleva a la VIDA.
¿Qué hubo en el medio que hizo necesario tan tremendo proceder de Dios? ¿Por qué Dios tuvo que hacerse humano? ¿Por qué tuvo que morir por nosotros? ¿Qué misterio alteró la creación y a la humanidad para que la felicidad no fuera tan fácil de alcanzar, el gozo no durara todo lo que tenía que durar, la paz se volviera un deseo más que una realidad? ¿Qué pasó que antes conocíamos a Dios cara a cara, éramos amigos suyos y caminábamos con Él en el paraíso, y de repente la amistad se desvaneció, nos sentimos desnudos y nos ocultamos a su vista, y perdimos el paraíso y entramos en el dolor continuo de nuestra vida? ¿Qué sucedió que atraemos a nuestra vida tanta desgracia? ¿Por qué de tan ricos que éramos nos hemos vuelto inmensamente pobres y vulnerables hasta la muerte?
Todas estas preguntas han sido respondidas de muchas maneras en la historia de la humanidad, desde el pesimismo más oscuro hasta la argumentación de que el hombre es Dios.
Incluso se ha dicho que Dios no existe.
Dentro de cada uno de nosotros se produce ese proceso, ninguno puede vivir sin hacer un camino en su vida, y cada uno tiene que hallar la ruta, el mapa, la razón de vivir, la vocación de su vida, la intención por la que vivir.
A veces, desde niños, recibimos una gran ayuda porque alguien nos transmite la verdad, y muchas otras veces también recibimos lo contrario, mucha confusión y muchos obstáculos. La búsqueda honesta de la verdad y la transmisión, honesta también, de lo que creemos que es verdad son acciones profundamente humanas, son parte de la vida de la familia, los mayores legan a los menores la sabiduría adquirida.
Sin embargo, no siempre estamos abiertos a la escucha de esa sabiduría.
El hombre frecuentemente se halla enviciado, o debilitado, o encerrado en sí mismo, o confundido, o seducido y enceguecido por luces falsas. Necesita liberarse, necesita ser liberado porque solo muchas veces no puede. Necesita ser enseñado, ser bendecido, ser amado, acompañado con la verdad y el amor.
El Maestro vino a darnos su enseñanza, nos mostró a Dios y se mostró Él mismo a unos testigos, lo suficiente como para que comprendiéramos su naturaleza divina, lo resplandeciente y que nos supera absolutamente. Imaginemos lo más grandioso, empecemos por el sol, por ejemplo. Es maravilloso, y si nos acercáramos mucho a él y lo pudiéramos contemplar sin temor a morir nos asombraría aún más, y lo mismo con cada galaxia, y lo mismo con todas juntas. Y si pudiéramos imaginar toda la energía junta, de todo el universo, de todo absolutamente todo junto, nos quedaríamos tan pasmados que no podríamos hablar. Sin embargo, a pesar de toda esa grandeza, todo eso, todo es creado por Dios. Dios no es energía, es el creador de la energía. Dios es absolutamente distinto a toda la energía junta. Y si nos asombra la creatura ¿cuánto más nos asombrará el Creador? Absolutamente más. Dios es Dios, no una creación. Y eso fue lo que, como si fuera una puntita, Jesús presentó a los testigos Pedro, Santiago y Juan. Y cuando se presentaron Moisés y Elías dieron a entender a esos testigos que Jesús se relaciona íntimamente con la historia de Israel, con el plan de Dios, con las profecías, que Jesús es el culmen de “la Ley y los Profetas” como llamaban a toda la revelación hasta Jesús en las sinagogas y en el templo. “La Ley” encarnada en Moisés y “Los Profetas” en Elías. Y no sólo Jesús tenía que ver con la historia, la voz que se oye en la nube, la voz del Padre los trae al presente y al futuro: “Escúchenlo”.
Es tan rotundo ese “Escúchenlo” que el universo entero se tendría que estremecer y con más razón la humanidad toda. Dios lo dice, y lo señala: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.» Porque es absolutamente imprenscindible escucharlo para hallar la vida perdida. Él es la Palabra de Dios, es el Mensajero y el Mensaje del Dios que se comunica, que se da y se comparte para hacer su voluntad maravillosa: darnos la vida eterna, la vida plena, que abarca la de la creación y culmina en la impresionante gloria de Dios.
¿Dejarás, entonces, tu tierra natal, dejarás a tus padres, todo lo que tengas por Él? Sin dudarlo que sí, porque en Él los tendrás a todos sin perder a ninguno. Es una promesa de Dios que el que más da más recibe. Y también aseguró que ningún profeta es reconocido en su casa. Pero no es el reconocimiento de los demás el que nos debe conducir, sino el maravilloso querer de Dios que es rico en misericordia y en bondad con todas sus creaturas.
Anunciar a Jesús, lo que Él nos ha enseñado y revelado, animar a otros a hacerse discípulos, es evangelizar y siempre tendrá oposiciones y padecimientos, pero todo lo colma el gozo que nos da el que nos conforta, el mismo que se transfiguró y mostró su grandeza divina es el mismo que morirá desnudo en la cruz, sin perder su ser ni su amor.
Nos toca dar testimonio por amor, sin perder nuestro ser de creaturas maravillosas de Dios, hijos amados adoptados por el bautismo, alegres mensajeros de la buena noticia, animosos de seguir el camino del Maestro, y de dar la vida por los demás como Él.
La Hermosa Madre nos aliente cada día, nos consuele cuando las fuerzas se nos vayan en nuestro camino de cruz, nos acompañe hasta el momento de morir y nos reciba en el Reino para llevarnos a las manos de su Hijo bienamado y con Él al Padre.
Dios bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Homilía para el 1er Domingo de Cuaresma - Ciclo A

Primera Lectura: Génesis 2, 7-9; 3,1-7
El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: «¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?». La mujer le respondió: «Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: «No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte». La serpiente dijo a la mujer: «No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal». Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.
Salmo Responsorial: 50
"Misericordia, Señor: hemos pecado"
Misericordia, Dios mío, por tu bondad, / por tu inmensa compasión borra mi culpa, / lava del todo mi delito, / limpia mi pecado. R.
Pues yo reconozco mi culpa, / tengo siempre presente mi pecado: / contra ti, contra ti solo pequé, / cometí la maldad que aborreces. R.
Oh, Dios, crea en mí un corazón puro, / renuévame por dentro con espíritu firme; / no me arrojes lejos de tu rostro, / no me quites tu santo espíritu. R.
Devuélveme la alegría de tu salvación, / afiánzame con espíritu generoso. / Señor, me abrirás los labios, / y mi boca proclamará tu alabanza. R.

Segunda Lectura: Romanos 5, 12-19
Hermanos: Por lo tanto, por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquellos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia. Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.

Evangelio: Mateo 4, 1-11
Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"». Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra"». Jesús le respondió: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"». El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito: "Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"». Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.


Pidamos en primer lugar a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender la Palabra.
El ser humano es un ser viviente capaz de relacionarse personalmente con Dios, porque Dios le hizo a su imagen y semejanza, lo hizo viviente y espiritual, pero con la capacidad de optar y decidir si quiere o no seguir en amistad con Dios. El ser humano, puesto en el jardín del Edén, es decir, en la tierra para disfrutar de la tierra y administrarla para crecer, aceptó la seducción del maligno con la ilusión de tenerlo todo como si pudiera ser un dios. “Se tragó el anzuelo”, pero culpablemente, cometió delito, pecó, y porque pecó entró la muerte en el mundo. La muerte pasó a todos los hombres porque todos pecaron. Reinó la muerte, y aún pretende reinar.
El maligno siguió actuando y aún lo hace, pero Dios no abandonó al ser humano jamás. Aunque la muerte pretenda seguir reinando, ya está vencida porque también fue vencido el maligno, porque Dios ha manifestado su misericordia, y vencido el pecado porque Dios ha perdonado y redimido a su pueblo. Toda esa gracia salvadora de Dios manifestada en Jesús, todo ese don de la justicia de Dios, nos ha devuelto la vida y nos hace participar de su Reino.
Por eso debo comenzar pidiendo misericordia, no por mis méritos, sino por su gran bondad. Pido que por su inmensa compasión borre mi culpa, lave mi delito, limpie mi pecado, pues reconozco mi culpa y tengo siempre presente mi pecado, porque contra Él pequé y cometí la maldad que Él aborrece. Pido que cree en mí un corazón puro, un nuevo corazón, abierto a Él, que supere el habernos cerrado al principio. Que me renueve con espíritu firme, para que ahora pueda hacer frente a las seducciones y tentaciones, a las carnadas y anzuelos que me muestran para que me los trague. Un espíritu nuevo de comunión con Dios y no de usurpación. Un espíritu que me vivifique y no que me mate.
El Señor Jesús en el desierto le habla a Satanás pero me lo dice a mí, nos lo dice a nosotros: “No sólo de pan vivirás, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”, “No tentarás –no lo pondrás a prueba para usarlo– al Señor tu Dios”, “Sólo a Él rendirás culto”. Y yo, al aceptar su propuesta, al aceptar su palabra me encuentro con el espíritu nuevo, la vida nueva, el corazón puro, con el que Dios me dotó antes de pecar. El camino de regreso es entonces un camino marcado por un viraje en fe, un viraje que no tiene que ser demorado ni planteado para que no me cueste esfuerzo, sino por el contrario, el viraje tiene que ser ya, inmediato, contundente. Tengo la oportunidad que Dios me da y no la puedo desperdiciar ni por miedos, ni acomodos, ni banalidades, ni tibiezas, ni cobardías, ni nada. Toda esa gracia es un don inefable, para no ser despreciada por nada del mundo porque me libera de la muerte, del triunfo del Maligno y de la destrucción del pecado.
Estoy llamado a vivir, a honrar y servir a Dios, aún cuando tenga hambre o deseos irrefrenables de riquezas y placer, aún cuando me quieran confundir y me mientan sobre mí y sobre Dios, aún cuando me lleven a las alturas más grandes y me hagan creer que puedo ser amo del mundo. 
Porque estoy llamado a vivir tengo una invitación especial a hacer el camino hacia la vida que me vendrá por la Pascua. Ese camino a hacer es el camino de la cuaresma: desde el recuerdo de que soy polvo y en polvo me convertiré (recuerda que eres creatura, no eres un dios) hasta la participación en la resurrección y la vida que nos consiguió el Maestro, pasando por el discipulado, es decir, aprender a ser como es el Maestro, a obrar, amar y sentir como Él, a hacer la misma entrega del Maestro en mi cruz. Y mi vida por eso, con todos mis sufrimientos, dejará de ser una vida de castigo para transformarse en una vida que me renovará, me pulirá, me transformará en el día a día de las vivencias, de los encuentros, de los aprendizajes, de las oportunidades para amar, servir, recibir y atender al otro, porque lo haré como mi Maestro, porque soy su discípulo.
Que la Virgen Santa María nos anime y sostenga en el discipulado, y en la conversión constante, firme y feliz, por amor a nuestro Dios.
Dios bendito y la hermosa Madre nos bendigan a todos.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Homilía para el 9° domingo durante el año - Ciclo A

Primera Lectura: Deuteronomio 11,18.26-28.32
Graben estas palabras en lo más íntimo de su corazón. Atenlas a sus manos como un signo, y que sean como una marca sobre su frente. Yo pongo hoy delante de ustedes una bendición y una maldición. Bendición, si obedecen los mandamientos del Señor, su Dios, que hoy les impongo. Maldición, si desobedecen esos mandamientos y se apartan del camino que yo les señalo, para ir detrás de dioses extraños, que ustedes no han conocido. Cumplan fielmente todos los preceptos y leyes que hoy les impongo.

Salmo Responsorial: 30
"Sé la roca de mi refugio, Señor."
A ti, Señor, me acojo; / no quede yo nunca defraudado; / tú, que eres justo, ponme a salvo, / inclina tu oído hacia mí; / ven aprisa a librarme. R.
Sé la roca de mi refugio, / un baluarte donde me salve, / tú que eres mi roca y mi baluarte; / por tu nombre dirígeme y guíame. R.
Haz brillar tu rostro sobre tu siervo, / sálvame por tu misericordia. / Sed fuertes y valientes de corazón, / los que esperáis en el Señor. R.
Segunda Lectura: Romanos 3,21-25a.28
Hermanos: Ahora, sin la Ley, se ha manifestado la justicia de Dios atestiguada por la Ley y los Profetas: la justicia de Dios, por la fe en Jesucristo, para todos los que creen. Porque no hay ninguna distinción: todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero son justificados gratuitamente por su gracia, en virtud de la redención cumplida en Cristo Jesús. El fue puesto por Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, gracias a la fe. Porque nosotros estimamos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley.

Evangelio: Mateo 7,21-27
Jesús dijo a sus discípulos: No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?». Entonces yo les manifestaré: «Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal». Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca. Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena». Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande».

Pidamos en primer lugar a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender la Palabra.
El ser humano que ha crecido y ha madurado acepta los mandamientos no como un método represivo de Dios, sino como un camino formativo de Dios, un camino pedagógico de Dios. Considerar “represores” los mandamientos de Dios es de niños o adolescentes que tienen necesidad de ser rebeldes para afirmarse a sí mismos. Pero el que está firme en su fe, sabe que los mandamientos son señales en la ruta hacia la vivencia plena del Reino de los cielos.
Los mandamientos son una gracia, pero también están por nuestro espíritu rebelde y débil, y Dios tiene que corregir, tiene que corregirnos, formarnos, educarnos, y reeducarnos.
Aceptar a Dios como alguien que tiene autoridad para hacer eso es fe. Asumir que Él es el Señor, es fe. Dejar que Él marque las pautas es fe. Obedecer esas pautas porque las acepto de corazón y las asumo racional, emocional, sentimental y actitudinalmente en mi vida, es fe. Amarlo para compartir su manera de amar, de pensar, de sentir, de obrar, es fe.
Pero el discípulo sabe bien que está permanentemente en un camino de seguimiento y de conversión, de transformación interior al aceptar la gracia de Dios, al aceptar la enseñanza del Maestro y al asumir las actitudes de vida del Maestro, al aceptar y amar a los hermanos de la comunidad y del mundo. Y ese camino está plagado de obstáculos, que vienen de adentro y de afuera del mismo discípulo.
Obstáculos de adentro pueden ser: la inclinación al mal, los malos hábitos adquiridos, los pecados cometidos a propósito, los malos deseos, las actitudes de antagonismo, envidia, desprecio, celos, egoísmo, etc, los rencores mantenidos, los perdones no dados, el no querer escuchar para no querer cambiar, y mucho más que muchos conocemos bien.
Obstáculos de afuera pueden ser: las tentaciones a hacer un camino distinto del camino del Maestro, las confusiones en las que quieren hacernos caer, las mentiras que nos dicen, las manipulaciones que pretenden hacernos, las heridas y agresiones que quieren hacernos, las distintas seducciones que se nos presentan para que abandonemos el camino del discipulado, etc.
Acogerse, entonces, al Señor, pidiendo ayuda y salvación se torna imperioso, porque con nuestras propias fuerzas es imposible aguantar todo. Refugiarse en el Señor como en un baluarte rocoso que me protege es indispensable. Asumirnos con esa debilidad es sabiduría, porque de lo contrario la presunción de creernos con las fuerzas suficientes para la lucha nos haría aún más débiles, porque el maligno usaría nuestra presunción para hacernos creernos más crecidos, más elevados, y luego nos haría caer más profundo, hiriendo nuestra soberbia más dolorosamente. La persona humilde sabe bien que sin Dios nada puede y por eso se vuelve fuerte y valiente porque espera en el Señor que lo salvará por su gran misericordia.
Es así que en Jesús nosotros hemos tenido la prueba enorme de la gracia de Dios, de la misericordia de Dios, con todos, porque todos hemos pecado y estamos privados de la gloria de Dios. Él nos ha hablado y anunciado la buena noticia del Reino, nos ha mostrado el amor infinito del Padre, ha sido el rostro visible del Dios invisible, ha sido la expresión máxima de la misericordia, ha dado su vida en rescate por todos nosotros, nos ha dado su Espíritu para que viviéramos en el Espíritu, nos ha hecho miembros de su cuerpo que es la Iglesia, nos ha dejado la misión y la contención y el estímulo de la Iglesia en cada uno de sus miembros como servidores unos de otros, nos ha hecho cargo de reconciliar al mundo y de continuar Su obra completando en nuestra carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo para la redención de todos…
Vivir en la fe, adultamente, comprometidamente, valientemente, es justamente no quedarse diciendo “Señor, Señor”, sino hacer la voluntad de su Padre que está en el cielo. No se trata de hacer cosas en nombre de Jesús, sino en poner en práctica las palabras que nos ha dicho, las enseñanzas que nos ha dado, los ejemplos que nos ha dejado. Quien quiera ser sólo un creyente, le alcanza con saber las cosas que dijo Jesús. Quien quiera ser discípulo se ocupará de practicarlas. El mero creyente edifica sobre arena. El verdadero discípulo edifica sobre roca, y esa roca es Cristo.
Hoy tenemos una gran tentación que nos quiere sacar del camino: hacer de nuestra fe católica una fe “a la carta”, eligiendo lo que nos gusta y dejando de lado lo que nos incomoda. Por varios lados se pretende promover una fe vivida de ese modo, pero nos toca en responsabilidad asumida adherirnos a las enseñanzas de Jesús, al verdadero magisterio de la Iglesia que nos da la interpretación correcta de sus palabras y en la vivencia de una comunión que va más allá del entendimiento, una comunión en espíritu, con la humildad de todos, de saber que no estamos exentos de comprender mal, de querer mal, de desear mal, de hacer mal. La exhortación de Jesús que nos traía el evangelio del domingo pasado, “busquen el reino de Dios y su justicia” tiene que ser orientadora para todos nosotros.
Que la Virgen Santa María nos anime y sostenga en el seguimiento fiel a Jesús, en la Iglesia y con la Iglesia.
Dios bendito y la hermosa Madre nos bendigan a todos.