jueves, 24 de febrero de 2011

Homilía para el Domingo 8º durante el año - Ciclo A


Lectura del libro de Isaías (Is 49, 14-15)

Sión decía: “El Señor me abandonó, mi Señor se ha olvidado de mí”. ¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!

Salmo 61 (62)

Sólo en Dios descansa mi alma.

Sólo en Dios descansa mi alma, de él me viene la salvación. Sólo él es mi Roca salvadora; él es mi baluarte: nunca vacilaré.

Mi salvación y mi gloria están en Dios: Él es mi Roca firme, en Dios está mi refugio.

Confíen en Dios constantemente, ustedes, que son su pueblo, desahoguen en él su corazón, porque Dios es nuestro refugio.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto (1Cor 4, 1-5)

Hermanos: Los hombres deben considerarnos simplemente como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que se pide a un administrador es que sea fiel. En cuanto a mí, poco me importa que me juzguen ustedes o un tribunal humano; ni siquiera yo mismo me juzgo. Es verdad que mi conciencia nada me reprocha, pero no por eso estoy justificado: mi juez es el Señor. Por eso, no hagan juicios prematuros. Dejen que venga el Señor: él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará las intenciones secretas de los corazones. Entonces, cada uno recibirá de Dios la alabanza que le corresponda.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo (Mt 6, 24-34)

Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: «¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?». Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

Pidamos, en primer lugar, que nuestra Hermosa Madre la Virgen nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra.

Varias veces en mi vida encontré personas que no sabían para qué vivir.

No tenían un objetivo, no tenían una razón. Preferían morirse, pero no querían matarse.

Se les había vuelto sin razón el vivir.

También encontré gente cuya razón para vivir era tener dinero para tener cosas, hacer cosas, sentirse poderosos, darse la “gran vida”.

Gracias a Dios, también tuve oportunidad de relacionarme con gente que sí sabía vivir, y que había experimentado el valor de la vida y había encontrado alegría en dar y en darse, en servir y en amar, en compartir y en hacer muchas obras –heroicas incluso– por los necesitados, por niños, por ancianos, por enfermos, por pobres, por campesinos desprovistos de sus tierras, por gente herida por injusticias… incontables obras de caridad eximia.

“¡Yo no te olvidaré!”, dijo el Señor. ¿Por qué nosotros sí lo olvidamos? ¿Por qué queremos servir más al dinero que a Dios? ¿Servirnos más a nosotros mismos y a nuestros antojos que a Dios? ¿Por qué no le somos fieles? ¿Por qué llegamos a comportarnos ante Dios como si Él estuviese al servicio de nosotros? ¿Por qué llegamos a prescindir de Él, a vivir como si Él no existiera? ¿Por qué nos ocultamos la verdad a nosotros mismos de que el juez es el Señor, quien “sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará las intenciones secretas de los corazones”?

“No se inquieten por su vida” nos dijo Jesús. Porque “el Padre que está en el cielo sabe bien lo que ustedes necesitan”. “Si Dios viste la hierba de los campos…¡cuánto más hará por ustedes hombres de poca fe!”

Sí que nuestra fe es poca. Es infantil. Llegamos a creer que tener dinero es malo. Y no lo es. Pero lo es si tengo dinero a costa del sufrimiento de otros. Pero si lo gano sin hacer sufrir a nadie, sin engañar a nadie, sin estafar a nadie, si lo gano por mi esfuerzo, mi inteligencia, mi capacidad, mi trabajo, es bueno que haga mucho dinero, y que con ese dinero glorifique a Dios, haga que la vida de otros mejore, que mi vida mejore y yo honre a Dios con mi trabajo, mis actitudes, mi generosidad, mi responsabilidad, mi honestidad.

No puedo servir a Dios y al dinero. Tengo que servir a Dios con el dinero. Tener ambiciones no es malo. Ambicionar desmedidamente sí. Ambicionar tener dinero para tener cosas, para hacer cosas, sentirse poderosos, darse la “gran vida”, es mirar demasiado cerca, perder el verdadero horizonte de la existencia.

No ambicionar nada porque no encuentro valor a nada, es también mirar demasiado cerca y perder el horizonte de la vida.

Jesús nos invita a focalizar nuestros esfuerzos en la vida en la búsqueda del Reino de Dios y su justicia: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura”. Por eso las personas que supieron ver el valor de hacer obras buenas por amor a los demás, por atender a necesidades de los demás, ésas personas han encontrado el Reino de Dios y su justicia. Y si bien les ha costado siempre esfuerzo, porque hay demasiados “distraídos” que no quieren ayudar, Dios con su providencia les ha dado lo que necesitaban por añadidura.

Hacer el bien, compartir, unidos para vivir el Reino

Es indispensable dar por sentado que parte de nuestra vida tiene que ser donada a los demás, a su servicio. Que nuestra vida entera le pertenece a Dios y tiene que ser para su gloria. Que la búsqueda de riquezas debe ser para poder hacer más cosas buenas, y que beneficien a otros juntamente conmigo. Que debo ser fuerte para vencer mi egoísmo. Que tengo que animarme a compartir, que brindando beneficios a otros ganaré más que dinero. Que tengo que ser honesto, ético en mi obrar, que no debo esconderme detrás de que los otros hacen para yo darme permiso para ser deshonesto. La justicia del Reino de los cielos la hago yo con mi obrar justo, honesto y responsable. La justicia del Reino es vivir como en el Reino de los cielos, no en el reino del dinero, de la ambición egoísta que lo maneja.

Que nuestra Hermosa Madre, la Virgen, nos haga experimentar por su amparo la promesa de Dios “¡Yo no te olvidaré!”, y que nos estimule siempre su ejemplo para servir a Dios y al prójimo siempre con todas nuestras obras.

El Señor bendito y la Hermosa Madre los bendiga mucho.

martes, 15 de febrero de 2011

Homilía para el Domingo 7º durante el año - Ciclo A

Lectura del libro del Levítico: (Lev 19, 1-2.17-18)

El Señor dijo a Moisés: Habla en estos términos a toda la comunidad de Israel: Ustedes serán santos, porque yo, el Señor su Dios, soy santo. No odiarás a tu hermano en tu corazón; deberás reprenderlo convenientemente, para no cargar con un pecado a causa de él. No serás vengativo con tus compatriotas ni les guardarás rencor. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor.

Salmo 103 (102)

El Señor es bondadoso y compasivo.

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga a su santo Nombre; bendice al Señor, alma mía, y nunca olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y sana todas tus dolencias; rescata tu vida del sepulcro, te corona de amor y de ternura.

El Señor es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas.

Cuanto dista el oriente del occidente, así aparta de nosotros nuestros pecados. Como un padre cariñoso con sus hijos, así es cariñoso el Señor con sus fieles.

Lectura de la primera carta del Apóstol san Pablo a los cristianos de Corinto: (1Cor 3, 16-23)

Hermanos: ¿No saben que ustedes son templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo. ¡Que nadie se engañe! Si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios. En efecto, dice la Escritura: “Él sorprende a los sabios en su propia astucia”, y además: “El Señor conoce los razonamientos de los sabios y sabe que son vanos”. En consecuencia, que nadie se gloríe en los hombres, porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios.

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo: (Mt 5, 38-48)

Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes han oído que se dijo: “Ojo por ojo y diente por diente”. Pero yo les digo que no hagan frente al que les hace mal; al contrario, si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camino dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado. Ustedes han oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores; así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque Él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos? Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.


Pidamos en primer lugar a nuestra hermosa Madre, la Virgen, que ruegue al Espíritu Santo que nos dé el don de entendimiento de la Palabra.

Instintivamente, naturalmente, nos “amamos” a nosotros mismos primero. Es decir, nos cuidamos, exigimos lo que necesitamos, primero estamos nosotros y los demás tienen que darnos todo lo que necesitamos. Luego nos “endulzamos” y exigimos más que lo que necesitamos, exigimos lo que se nos da la gana, y nos volvemos egoístas, mezquinos, calculadores. Si maduramos bien, porque nos educan bien, vamos aprendiendo a ver al otro, a respetarlo, a quererlo, a compartir con el otro, a amarlo. Digo si nos educan bien, porque a veces sucede que nos “adiestran” bien pero no nos educan bien. Nos adiestran a dar ciertas respuestas ante ciertas situaciones, por ejemplo: nos adiestran a callarnos cuando nos gritan, cuando en realidad nos tendrían que enseñar el valor de escuchar siempre y de responder gentilmente para continuar el diálogo.

Si el egoísmo que aprendimos a tener por los “beneficios” que creímos conseguir cuando nos encaprichábamos, cuando seguíamos porfiadamente lo que se nos antojaba, cuando hacíamos berrinches y hasta recurríamos a cualquier forma de manipulación de los demás, si ese egoísmo que aprendimos no es moderado, controlado, sujetado, se nos volverá en contra, porque habremos perdido hermanos, esposo, esposa, hijos, nietos, abuelos, amigos, vecinos, hermanos de comunidad, incluso a Dios.

Sujetar el egoísmo y volverse generoso, volverse totalmente generoso, es la escuela por la que tenemos que pasar porque esa generosidad es la “materia” por la cual vamos a rendir en el examen final del juicio final: ¿cuánto amaste?

Los demás no son todos buenos, yo tampoco soy siempre bueno. Pero el mal del otro no justifica que yo me vuelva malo, que yo no crezca en el amor. Al contrario, es la oportunidad para dar el gran salto desde el egoísmo a la generosidad.

Despreocuparse del hermano que “mete la pata” es no saltar. Es abandonarlo en el desierto a su suerte, esperando que muera. Es la indiferencia asesina.

Vengarse es no saltar. Es enredarse en las cadenas más poderosas del egoísmo, las del odio.

Si soy asesino de mi hermano, si el odio me ha consumido las entrañas y encima me engaña a mí mismo, he destruido el templo de Dios que soy yo y que es mi hermano. Y “el templo de Dios es sagrado”, dijo Pablo. Dios destruirá al que lo destruya. Dios lo dejará fuera de los bienes que tiene reservado a los que aman.

Pero al que vuelve, al que se arrepiente, al que se da cuenta del mal hecho y quiere cambiar, los brazos amorosos del Padre lo abrazarán y lo consolarán y lo alentarán porque lo colmará con el Espíritu Santo que lo transformará hasta que aprenda a ser hijo de Dios. Él lo hará “porque es bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia”.

El Señor Jesús nos invita a un gran salto hacia la generosidad: nos reveló

cómo es el Padre, y ahora nos revela cómo ama el Padre. Para que entendamos lo que nos quiere revelar nos hace ubicarnos de modo distinto a como nos ubicamos. Nos habla de una actitud que nos exige mucha madurez, mucha generosidad, la de no hacer frente al que hace el mal, la de ofrecer la otra mejilla al que nos pegó en la primera, la de ofrecer más que lo que nos reclaman, la de dar más que lo que nos piden.

No dice que debemos hacer esto porque nos declara débiles que no sabemos defendernos y porque no valemos nada. Muy al contrario, nos lo dice porque ya nos dijo antes que valemos, y que valemos mucho más que los pájaros que el Padre cuida con amor; que no somos débiles sino fuertes, por eso nos puso como sal de la tierra y luz del mundo; nos animó a enseñar a otros la justicia y cómo ser justos; nos animó a ni siquiera irritarnos contra el otro…

Nos impulsa a ser pacientes y misericordiosos como su Padre.

Nos impulsa a amar a los enemigos como ama su Padre.

Nos invita a un salto grande, a llegar más allá de lo que nuestro egoísmo nos permite.

¡Que nadie se engañe! Advertía Pablo. ¡Que nadie intente engañar a Dios que todo lo conoce!

Somos invitados, impulsados, animados, exhortados, llamados a ser santos, santos como Dios es santo, generosos como Él.

Que nuestra hermosa Madre, la Virgen María, nos ayude a responder que sí.

Que el Señor bendito y la hermosa Madre los bendigan mucho.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Homilía para el Domingo 6º durante el año - Ciclo A

Homilía 6º domingo durante el año – Ciclo A

Eclo, 15, 15-20

Lectura del Libro del Eclesiástico:

Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada. El puso ante ti el fuego y el agua: hacia lo que quieras, extenderás tu mano. Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera. Porque grande es la sabiduría del Señor, él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas. Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen y él conoce todas las obras del hombre. A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar.

1Cor 2, 6-10

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los corintios:

Hermanos: Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras, pero no la sabiduría de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo, condenados a la destrucción. Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo; aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.

Mt 5, 17-37

Evangelio de N. S. Jesucristo según san Mateo:

Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo. Ustedes han oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti; es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. También se dijo: "El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio". Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio. Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: "No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor". Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Primero, pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender la Palabra.

La Buena Noticia que Jesús nos trajo implicaba aceptar una relación con Dios mucho más profunda de la que los judíos estaban habituados a tener.

Del cumplimiento formal y externo de los mandamientos había que pasar a un cumplimiento desde el corazón.

Del sometimiento a Dios soportado porque lo necesito había que pasar a una adhesión cordial a Él y a sus designios de amor.

Del saber que Dios es sabio había que pasar a admirar y adorar su sabiduría.

Del aceptar su voluntad había que pasar a amar su voluntad y hasta alimentarse de ella.

Del acatar los “No” de los mandamientos como órdenes de Dios había que pasar a decir “Sí” siguiendo el estilo de vida del Maestro, el estilo de vida del Hijo, el estilo de vida según su Espíritu.

¿Cuáles son las distorsiones que podemos tener respecto de la imagen verdadera de Dios que tendríamos que tener?

Cada uno de nosotros tiene una imagen de Dios en su interior. Esa imagen se forma desde las enseñanzas que nos hayan transmitido y desde las experiencias que hayamos tenido. Dichas experiencias pudieron ser experiencias religiosas o experiencias con gente que decía que tenía fe o con quienes realmente tuvieron verdadera fe. Las experiencias pudieron ser positivas o negativas. Todos conocemos mucha gente que se ha sentido marginada, desatendida, humillada, agredida por gente creyente, por gente de Iglesia, hasta por sacerdotes y ministros. Y esas experiencias marcaron la imagen y visión que tenía esa gente de Dios. A nosotros mismos nos han marcado nuestras propias experiencias con gente de la Iglesia, de nuestra familia, de amigos, de personajes importantes para nosotros.

Junto a esas experiencias estuvieron las enseñanzas que nos dijeron. Si esas enseñanzas estuvieron desde que éramos niños, nos han calado más o menos de acuerdo a la calidad de la enseñanza y a la calidad de nuestra atención. Y también esas enseñanzas nos condicionaron en la imagen que tenemos de Dios.

Las imágenes que tenemos de Dios son tan variadas como nosotros: o tenemos un Dios castigador, o un Dios celoso a la forma humana, o un Dios que se desquita, o un Dios que se despreocupa, o por el contrario un Dios tremendamente paternalista que tiene que ocuparse de todos mis asuntitos, que me tiene que resolver todos mis problemas, que está a mi disposición total.

Hay quienes comercian con Dios con promesas, con rezos, con dinero.

Algunos tienen una imagen más madura de Dios: lo sienten amigo, lo sienten hermano, lo sienten padre.

Menos aún tienen experiencias profundas de Dios y lo ubican, respetan y aman profundamente como Dios, como Señor de todo.

Y muy pocos se adhieren completamente a su voluntad con un amor verdadero.

Jesús es más que un maestro que condiciona nuestra imagen de Dios. Jesús es el REVELADOR del Padre, el que muestra el rostro del Padre. No lo hace con discursos teológicos, lo hace con los gestos. No lo hace desde afuera, lo hace sintiéndose uno con el Padre. No nos habló como quien se aprendió el discurso, sino como quien lo vive. Enseña desde su vivencia, es sabiduría encarnada.

Jesús es el que va haciendo realidad las promesas del Antiguo Testamento porque es el Dios que camina con nosotros, que nos deja su Espíritu, que nos pone su ley en nuestros corazones, que nos asume como somos con misericordia pero nos enseña cómo ser, con firmeza. No busca que dejemos conforme al Padre, como habiéndole comprado su benevolencia. Busca que honremos al Padre por decisión nuestra, como ofrenda nuestra.

Entonces, la enseñanza del Maestro apunta a despertar en nosotros una relación de verdadera filiación respecto de Dios, pero una filiación adulta en la fe, es decir, una relación como la del mismo Jesús: el Hijo que ama, respeta y obedece al Padre, porque su comunión con el Padre es total.

La plenitud de la Ley es la comunión con el Padre. Podríamos expresarlo así: La Ley de Dios se resume en que tu vida, todo tu ser, esté en comunión con el Padre. Esa es la “justicia superior” mencionada por Jesús. La comunión es inmensamente más profunda que el cumplimiento externo de lo que el Padre ha dicho por los profetas o por medio de su Hijo. La razón de la fineza de actitudes que implica el cumplimiento de los mandamientos, la razón de la precisión que hace Jesús acerca de los mandamientos hasta llevarnos a un cara a cara frente al otro, hermano mío, es su misma relación con el Padre. Él siempre está cara a cara con el Padre. No se le oculta ni quiere ocultarse.

Nosotros no siempre estamos cara a cara con los demás. Y muchas veces nos ocultamos. Dios, en su pedagogía, primero nos dijo “NO”, como a hijos pequeños. Ahora con Jesús nos dice “DA TU SÍ”, con el convencimiento interior de un hijo que ha madurado.

Cuando estamos cara a cara frente al otro, mi hermano, mi hermana, Dios espera un “SÍ” de nuestra parte.

¿Por qué lo espera? Porque es la forma en que vamos a sentir como Él, a amar como Él, a obrar como Él.

¿Por qué debemos hacerlo? Porque no hay nada en el mundo que nos eleve más que ser como Dios.

Pero ¿podemos ser como Dios? Sí, con su Espíritu.

¿Quiero ser como Dios? ¿Quiero ser una creatura de Dios que ha sido elevada a la dignidad de hijo y que está llamada a una comunión de desposorio espiritual con Dios?

El libro del Eclesiástico nos decía: “Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada.”

Está en mí mi respuesta. Está en ti tu respuesta.

¿Nos hemos decidido por este camino? “A cada uno se le dará lo que prefiera”, decía el Eclesiástico. Tendremos la vida.

Traigo a la memoria unos versículos de la primera carta de San Juan, capítulo 4, 7-13: Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu.

Cuando estamos cara a cara frente al otro, mi hermano, mi hermana, Dios espera un “SÍ” de nuestra parte. ¿Qué espera?

No sólo que no matemos, sino que no nos irritemos, no insultemos, no maldigamos, no hagamos nada que sea motivo de queja del hermano por nosotros. Que nos reconciliemos con él. Jesús apunta no sólo a no eliminar al hermano, sino a tenerlo bien en cuenta, y cuidar de no dañarlo en nada.

No sólo a no cometer adulterio, sino a no desear hacerlo, no desear la familia del otro con la intención de arrebatársela. Quiere que nos dominemos hasta el extremo de no temer perder algo valioso con tal de no perder la comunión con el Padre Dios.

Que tengamos una integridad tal en nuestro modo de vivir que no tengamos que recurrir al juramento para avalar nuestra palabra. Lo demás es mentir y viene del Maligno.

En suma: el discípulo vive como el Maestro, es decir, ama como el Maestro, tiene en cuenta al otro, como lo hizo el Maestro, se ocupa del otro como se ocupó el Maestro. Por el otro, no por dejar contento al Padre pareciendo que cumplo pero no amo. Esa es nuestra consigna como discípulos: parecernos al Maestro.

Que María, la perfecta discípula, nos acompañe para que nos animemos a dar más pasos en nuestro crecimiento. Que no nos deje conformarnos con poco. Dios bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

martes, 1 de febrero de 2011

Homilía para el Domingo 5º durante el año - Ciclo A

Lectura del libro del profeta Isaías 58,7-10
Así habla el Señor: Si compartes tu pan con el hambriento y albergas a los pobres sin techo; si cubres al que veas desnudo y no te despreocupas de tu propia carne, entonces despuntará tu luz como la aurora y tu llaga no tardará en cicatrizar; delante de ti avanzará tu justicia y detrás de ti irá la gloria del Señor. Entonces llamarás, y el Señor responderá; pedirás auxilio, y él dirá: «¡Aquí estoy!». Si eliminas de ti todos los yugos, el gesto amenazador y la palabra maligna; si ofreces tu pan al hambriento y sacias al que vive en la penuria, tu luz se alzará en las tinieblas y tu oscuridad será como al mediodía.

Lectura de la Primera carta de San Pablo a los Corintios 2, 1-5
Hermanos, cuando los visité para anunciarles el misterio de Dios, no llegué con el prestigio de la elocuencia o de la sabiduría. Al contrario, no quise saber nada, fuera de Jesucristo, y Jesucristo crucificado. Por eso, me presenté ante ustedes débil, temeroso y vacilante. Mi palabra y mi predicación no tenían nada de la argumentación persuasiva de la sabiduría humana, sino que eran demostración del poder del Espíritu, para que ustedes no basaran su fe en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 5, 13-16Jesús dijo a sus discípulos: Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres. Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.
Oremos, en primer lugar, a nuestra Hermosa Madre la Virgen, para que ella nos consiga del Espíritu Santo el don de entendimiento de la Palabra.

¿A ver si nos identificamos con alguno o con varios de estos?
Los que reciben las palabras de Jesús proclamadas en las bienaventuranzas;
los que han madurado como personas y saben que la lucha es una lucha diaria, y que no terminan nunca de obrar mal los que obran mal;
los que a conciencia trabajan denodada y constantemente por la justicia en un mundo donde las injusticias se suceden una tras otra en medio de una colosal impunidad;
los que saben del valor de la obra diaria, calladita, humilde, por el bien de los demás;
los que siguen honestos a pesar de tantas deshonestidades;
los que hasta en la Internet son sinceros y dicen la verdad porque tienen un corazón puro y no se esconden detrás de mentiras para permitirse transgredir su propia conciencia moral;
los que cuando dijeron una palabra la respetan, los que cuando se comprometieron con una promesa la cumplen por honor;
los que aguantan y aguantan en la verdad;
los que perdonan siempre, los que siempre dan una nueva oportunidad, los misericordiosos;
los que ahora por ser cristianos y por ser católicos están dispuestos a sufrir las agresiones que reciben de otros;
los que por cumplir con su deber son blanco de burlas, desprecios, desprestigios, violencia y terror;
los que a pesar de todos los mensajes en contra siguen mostrando que Dios está y ama y lo enseñan a sus niños;
los que comparten el pan de su mesa con los hambrientos, no sólo lo que les sobra, sino lo que tienen en su mesa;
los que dan alojamiento a los que no tienen techo y soportan todos los inconvenientes que eso puede traer con la alegría de dar cobijo al desamparado;
los que no miran para otro lado cuando ven sufrir a alguien; los que se animan a prestar el oído aunque no sepan qué decir;
los que no huyen del sufrimiento del otro;
los que no oprimen a los que conviven con ellos con violencias, gritos, agresiones, golpes, insultos, sino que tienen palabras de paz y reconocimiento de los otros, palabras dulces y sensatas, serenas y comprensivas; los que no mienten a pesar de todo, y los que no son agresivos en su sinceridad, porque se fijan si es oportuno, si va a hacer bien, si vale la pena;
los que no apuntan con el dedo, acusando sin piedad;
los que saben disimular los defectos ajenos;
los que no hablan obscenidades sino que cuidan cada palabra que dicen para que sea palabra que edifique y no que destruya;
los que consuelan siempre a los afligidos;
todos estos tienen el verdadero estilo de vida de un discípulo de Jesús.
Han evolucionado de ser creyentes a ser discípulos. Han crecido y dan un sabor distinto al mundo, un sabor distinto a la Iglesia. Son la sal de la tierra.

Los predicadores que hoy necesita el mundo.
Los que se han encontrado con Jesús en su corazón y hallaron un Dios hecho hombre que amó cordialmente, y que entregó su vida en la cruz para que el mundo aprendiera a perdonar, a estar reconciliado, a vivir la libertad del amor a ultranza;
los que se encontraron con la interpelación de su perdón;
los que se dieron cuenta de que fueron rescatados del mal y de la muerte por la sangre que pagó nuestro rescate;
los que se dejaron querer y recibir por el Señor, y pusieron en sus manos sus debilidades y pecados y su vida entera y experimentaron el amor que no falla;
los que oyeron su mensaje y lo recibieron como tierra sedienta;
los que experimentaron la fuerza del Espíritu inundándoles de amor el corazón y poniendo fuego en su interior que los hacía salir de su comodidad y atender a los necesitados;
los que se animaron a enamorarse de la Palabra y la escuchan día y noche, y la comparten sin vergüenza con otros;
los que participaron de catequesis, grupos bíblicos, reuniones de oración y de reflexión, y saben bien cómo consuela, anima y fortalece el compartir la fe y la Palabra con otros;
los que decidieron oír la Palabra en sus corazones con apertura y decisión de vivirla;
los que obedecieron la Palabra y se fueron convirtiendo;
los que aprendieron a tener misericordia, paciencia, esperanza, confianza, entrega, respeto, humildad y valentía;
todos estos saben bien que la predicación les hizo mucha falta, y no una predicación elocuente de alguien que sabía hablar y decir las cosas brillantemente, sino alguien que les mostrara de verdad el amor infinito del Dios bueno que se comprometió con nosotros con todo su ser.
Pablo predicaba ese amor manifestado en Cristo Jesús crucificado.
No tengamos miedo de mostrar la cruz de Jesús, con la conciencia clarísima de que Él está vivo, no crucificado. Pero fue por la cruz que nos salvó y no por su estar sentado a la derecha del Padre. Fue por la cruz que nos liberó y no por haber ascendido al cielo. Fue por la cruz que nuestras culpas y deudas fueron pagadas, y no por la resurrección. Es la cruz el hecho que nos golpea la conciencia. Es la muerte de Jesús. Por ella recibimos la vida.
Por esta razón no predicamos nuestra manera de vivir la fe, no predicamos nuestra Iglesia, no predicamos nuestras misas, sino que lo predicamos a Él, que se entregó por nosotros y en la cruz murió para nuestra liberación. No nos predicamos a nosotros sino a Cristo y éste crucificado.
Y así nos volvemos luz para este mundo.

Los discípulos misioneros que hoy necesita el mundo.
Este mundo tiene muchas luces y muchas tinieblas. Muchos no reconocen las que tienen delante, o las que tienen dentro, o las esconden o las niegan. Muchos han arrojado a Dios de sus corazones, han dejado de creer porque no pudieron tener lo que querían, no se animaron a dar lo que debían.
Se usa el nombre de Dios más en vano que en serio.
La juventud ha perdido la oportunidad de ver los valores que los mayores tenemos porque no los mostramos por miedo al rechazo. Ellos tienen pánico al rechazo y buscan por todos los medios ser populares. Jesús no fue popular, fue bueno.
Se tergiversan muchas cosas que hacen a la identidad de las personas y muchos pierden su propia identidad, porque sólo se quedan en la apariencia y muchas veces copian y no son originales.
Muchos varones parecen haber perdido cómo ser varones.
Muchas mujeres parecen haber perdido cómo ser mujeres.
Muchos católicos hemos dejado de amar y respetar a Dios, a Jesús y a María como ellos se merecen.
Hay ideologías que no respetan la libertad religiosa, ni la conciencia moral de la gente.
La corrupción se encarama en ámbitos de poder.
El odio crece entre los pueblos.
El hambre camina por la tierra.
Los inocentes son exterminados.
La familia desintegrada.
La tecnología ha creado campos de concentración masivos en los hogares.
El hombre no valora la vida.
Las drogas sobreabundan sin control.
Hemos enterrado los mandamientos para no sentir remordimientos.
La Virgen, que peregrina por el mundo en busca de almas, es despreciada y negada.
El Cuerpo y Sangre del Señor no son recibidos dignamente.
El Señor es despreciado una y otra vez.
Los falsos profetas proliferan, el mal se ha apoderado de muchos.
La naturaleza azota una y otra vez al hombre.
Los aires de guerra se escuchan por doquier.
Los templos yacen vacíos.

En este mundo hay que ser luz.
Con la alegría de los que saben que su fuerza no está en ellos sino el Espíritu de Dios.
Con el gozo de los que se alegran con la alegría del otro.
Con la esperanza de los que se esperan cuando el otro está en el pozo hasta verlo salir, de los que se alegran cuando el otro va dando pasitos hacia la libertad, de los que confían en que la Palabra de Dios no pasará sin dar frutos.
Con el entusiasmo de los que aman a Dios, lo nombran siempre, y testimonian su amor por todas partes sin vergüenza alguna.
Con la firmeza de los respetan la palabra dada, de los que están convencidos del valor de las enseñanzas de Dios, de los mandamientos de Dios, de la pertenencia a la comunidad eclesial.
Con la madurez del que asume sus propias debilidades y las de los demás.
Con la libertad del que coincide consigo mismo y coincide con Dios.
Con el amor de los que saben perdonar siempre.
Con la caridad de los que saben ayudar siempre.
Con la fidelidad de los que no se van porque saben amar.
Con la sobriedad y moderación de los que saben ponerse límites a sí mismos y no se permiten transgredir para hacer daño.
Con la expectación permanente de los que saben que el Señor está viniendo.
Con la labor incesante de quienes se animan a seguir educando, despertando conciencias, compartiendo experiencias, legando lo aprendido, ayudando a otros a mejorar sus vidas.
Con la cercanía al que sufre, en sus luchas, en sus reclamos legítimos, llevando una presencia pacificadora.
Con el fervor de los que saben orar y adorar al Señor, y lo tienen en cuenta, y visitan las iglesias, visitan a Jesús sacramentado, los que aprovechan el silencio del templo para orar.
Con la oración de los que ponen a todos en las manos misericordiosas del buen Dios porque aman a todos y buscan el bien de todos…

La gente glorificará al Padre que está en los cielos al ver nuestras buenas obras. Y nosotros nos llenaremos de gozo porque el Padre será honrado por todos. ¡Ánimo! ¡Manos a la obra!

Que María, la Hermosa Madre, siempre orante, siempre atenta a las necesidades de los otros, siempre humilde, libre y feliz, sea nuestra catequista, maestra, guía y acompañante en la misión de ser los transmisores de la Buena Noticia.