viernes, 2 de septiembre de 2011

Homilía para el domingo 23º durante el año - Ciclo A

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo el don de  entendimiento de la Palabra.
Jesús está presente en medio de los que se reúnen en su nombre, y eso nos tiene que llenar de gozo e impulsar a reunirnos a orar con las ganas de tener un verdadero encuentro en ambas dimensiones, con el o los hermanos con los que nos reunimos, y con Él, y por Él con el Padre en el Espíritu Santo.
Y es en ese ámbito de encuentro, de presencia de Jesús, donde la vida de comunidad se hace verdaderamente sacramento de la vida trinitaria en nosotros. La vida de Dios se nos da en una dimensión real y concreta, el amor que se dé al otro, y, por supuesto, el amor que se recibe del otro. Ese amor no es sólo afecto y cariño, es compromiso en el bien, es generosidad y es esfuerzo en la lucha contra el mal, tanto interior como exterior.
Porque Jesús está presente en medio de los que se reúnen en su nombre, la comunidad es un ámbito sagrado, diferente a cualquier reunión de personas, diferente a cualquier grupo o club. Es un ámbito transido de Dios, de su amor eterno, de su presencia creadora, redentora y sanadora. Es un ámbito de luz que va disipando las tinieblas al ritmo de la apertura del amor. Es una presencia del cielo aquí en la tierra.
La mayor tiniebla es el pecado, la mayor atadura es el pecado. Y si el pecado es tan fuerte como para hacer perder la conciencia de su maldad, de su daño, de la necesidad imperiosa de luchar contra él, el pecado mata. Si el pecado es tan fuerte como para ocultarse, engañar, disfrazarse, justificarse, y arraigarse, la lucha contra él no es fácil. Y no se puede luchar solo contra él, se necesita la ayuda de los hermanos y de Dios.
Sólo el amor comprometido saca del pecado a otro. El amor comprometido como el de Jesús, que nos enseñó a respetar a Dios, a amarlo y a glorificarlo, y con su vida pagó nuestras culpas, lavó nuestros pecados, su vida entregada en la muerte de cruz.
El domingo pasado leíamos en el Evangelio que Jesús decía "El que quiera seguirme niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga". La palabra de hoy es una forma muy concreta de vivir esa exigencia de Jesús: negarse a sí mismo, es decir, a pecar o a desentendernos del pecador; cargar con la cruz, es decir, cargar con el pecador, con el esfuerzo comprometido de sacarlo del pecado para que no muera; seguir a Jesús, es decir, vivir en y con Jesús, en comunidad eclesial.
Que nuestro amor fraterno sea lo suficientemente maduro para hacernos cargo unos de otros para llevarnos a la vida. Y nuestra humildad sea suficiente como para dejarnos corregir para que la muerte no nos agarre.
Dios bendito y la Hermosa Madre los bendiga siempre.

1 comentario:

Abu dijo...

Dicho muy simplemente es , estar en un salón Con una preciosa lámpara que lo ilumina todo y nos permite ver la gente que está a nuestro alrededor y poder compartir con ella ayudarla,pedir que me ayuden, amarla porque la puedo conocer. y de pronto pasar a otro salón sin luz, donde también hay otros pero no los veo, son sombras y presencias que no me ayudan ni las ayudo, no comparten conmigo ni yo con ellos, no los puedo querer porque no los veo, pero como están , me dan miedo y me paralizan y me voy muriendo sola. Gracias, por el regalo de poder entrar en la sala de luz, donde está la Luz del Mundo, nuestro Dios. Ánimo y decisión pido para mostrarles a todos los que pueda, que en la Luz se vive y en las tinieblas se muere. Es necesario elegir, soy libre y es mi responsabilidad.