sábado, 10 de septiembre de 2011

Homilía para el domingo 24º durante el año - Ciclo A

Pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe pidiendo al Espíritu Santo que nos conceda el don de entendimiento de la Palabra.

Vivir para el Señor, morir para el Señor. Hacerlo todo para el Señor. Esa es la clave del discípulo de Cristo.
Decirlo es fácil. Hacerlo, no tanto. Porque el vivir para el Señor implica orientar la vida hacia Él, con todas las decisiones que tomamos en la vida. Orientar todo hacia Él para darle gloria, para agradarle, para ayudarle a hacer su plan de amor con todos los hombres, como lo quiso desde Abraham. Esto es contrario a lo que generalmente se ve, es decir, al uso que se hace de Dios para beneficio propio, pidiéndole y exigiéndole cosas que no se suman a su plan de amor para con todos los hombres. Muchos usan su amor para beneficio propio, aunque fastidien a otros, y... ¿qué podrá pensar Dios, sino que somos como niños malcriados y egoístas que queremos que “papito” nos beneficie a nosotros y perjudique a mi hermano?
Dios quiere a todos, ama a todos, ofrece su bendición a todos, y nos espera a todos a su lado para darnos su vida.
Su actitud inmensamente cargada de ternura, amor y misericordia entrañable, es la tónica que marca el tono de la melodía del conjunto de nuestras actitudes. Tenemos que sonar como suena la música de Dios. Música melodiosa y armoniosa.
Los conflictos que el rencor, el egoísmo, el orgullo, la soberbia, el odio, las agresiones todas, etc., nos generan provocan una desarmonía tan profunda en nuestra melodía vital que estamos fuera del concierto. Nadie soporta un instrumento desafinado en una orquesta. Rompe la belleza de toda la obra.
Nosotros somos la obra, y si nuestros rencores nos desarmonizan, no sonamos bien. Si nuestros odios nos destemplan, desafinamos respecto del tono de Dios. Si nuestra soberbia quiere marcar otros ritmos, imponer el propio, hace que todo el concierto sea un desastre. No sólo no sonamos bien, sino que rompemos la armonía, y alteramos a los otros instrumentos, y dañamos todo.
El único camino que queda es el perdón, y un perdón generoso, que no justifique el mal, porque perdonar no significa volverse estúpido o ingenuo. Ni tampoco que haga como que no pasó nada, porque los daños hay que repararlos para que se haga justicia. Ni tampoco que se vuelva imprudente, porque el mal se puede repetir. Perdonar es otorgar una nueva oportunidad de ser bueno al que ha sido malo. Una oportunidad de redención al que ha estado esclavo de su pecado.
Perdonar como nosotros queremos ser perdonados.
Que la Hermosa Madre nos ayude a ser música agradable a Dios.
Dios bendito y la Hermosa Madre nos bendigan a todos.

3 comentarios:

miriam dijo...

ayudame Señor, a no ser malcriada ni egoísta.quiero armonizar en esta orquesta de hermanos para que nuestro director, guía y creador esté feliz al escuchar como suena.
te pido me concedas buen oído para darme cuenta cuando estoy desafinado, así puedo corregir mi conducta, pues si no me oigo no podré darme cuenta.
..."Perdonar como nosotros queremos ser perdonados"...así, de la misma forma, con el mismo amor y la misma intensidad. Él usará la misma vara para perdonarme, que yo uso para perdonar a mis hermanos.cuanto mas perdone yo mas me será perdonado.

QUÉ HERMOSO PODER SER MÚSICA AGRADABLE A DIOS!!!!...PIDAMOS LA GRACIA PARA SERLO SIEMPRE, EN TODO MOMENTO Y EN CUALQUIER OCASIÓN.

que Dios nos bendiga siempre

Anónimo dijo...

Cuando escuchamos la música divina, está llena de música y también de silencios.
Esos silencios enriquecen el sonido total porque dan oportunidad a otros instrumentos a obrar, a dar su propio sonido.
Este discernir cuando nos corresponde tocar o no hacerlo nos tiene que tener pendientes de lo que quiere el director de la orquesta.
De este modo nos uniremos a la voluntad del director de esta música divina que es el mismo Dios.

miriam dijo...

como diría en el face,(respecto al comentario de Anónimo): ME GUSTA.
QUE HAYA TOTAL ARMONÍA ENTRE LA MÚSICA Y LOS SILENCIOS