viernes, 2 de diciembre de 2011

Homilía para el 2º domingo de Adviento - Ciclo B

Pidamos, primero, a nuestra Hermosa Madre, la Santísima Virgen María, que pida para nosotros al Espíritu Santo el don de entendimiento de la Palabra de hoy.

 «¡Qué santa y piadosa debe ser la conducta de ustedes, esperando y acelerando la venida del Día del Señor!» dice la segunda carta de Pedro. ¡Y qué razón tiene!
Jesús ya vino en Belén, en la humildad de nuestra carne. Y está por llegar en la manifestación entera de su gloria. Ese día será el día del Juicio Final. El Señor juzgará y sentenciará quién entra a la Vida y quién no.
Mientras está llegando, todo el tiempo de la espera, es el tiempo de la misericordia de Dios. Es el tiempo que Él nos da para volver a Él, para recibirlo y para que nos decidamos a seguirlo, aprendamos a seguirlo y perfeccionemos nuestro seguimiento. No es tiempo de no hacer nada. Tampoco es tiempo de probar pecar para ver qué se siente, y una vez experimentado decidirnos a dejar de pecar. Ni es un tiempo donde puedo permitirme hacer mis caprichos, total Dios me espera. 
Es el tiempo de preparar el camino, porque el Señor está viniendo a mí. Es el tiempo de allanar los senderos, es decir, de prestarle atención, de pensar en Él, de quitar los obstáculos que le pongo para atenderlo, para escuchar lo que me dice y cuando me lo dice, para sacar las excusas que digo para no obedecerle. Es el tiempo de hacer oración para acercarme a Él que está llamándome y quiere hablar conmigo. Es el tiempo de la oración para aprender a conocerlo, a tener intimidad con Él, para aprender cómo habla, cómo dice las cosas, qué dice, qué quiere, qué exige. Es el tiempo de abrir las habitaciones oscuras de mi casa interior, y permitirle que ilumine con su Luz sanadora. Es el tiempo de entregarle mis malos hábitos, mis pecados ocultos y nunca confesados, mis pecados que aunque no sean tan graves repito y repito una y mil veces. Es tiempo de suplicar que me salve. Es tiempo de agradecer las veces que me ha hablado, me ha tocado, me ha liberado, me ha enseñado, me ha transformado. Es el tiempo de abrir los ojos y aprender a ver a los demás, a ver que están, tiempo de aceptar que están y que soy también responsable de ellos. Tiempo de asumir que son hermanos, que son mis hermanos, y que si no los tengo como tales Dios quiere que abra mi corazón para que todos ellos quepan. Es tiempo de buenas acciones, buenas palabras, buenas obras, tiempo de perdón, tiempo de comprensión, tiempo de liberar al otro de las cargas que puedan tener conmigo.
También es tiempo de familia, de comunidad, de oración en comunidad, de celebración con la Iglesia, de ser Iglesia que celebra con inmensa alegría que Él está con nosotros. Y es tiempo de responsabilidad en el obrar diario, en nuestros trabajos, en nuestros negocios, en nuestras vacaciones, en nuestros descansos, en nuestros desvelos, en nuestro actuar ciudadano, en nuestra salud, en nuestra educación, en nuestra integración del pueblo de la patria, de la nación. Responsabilidad en los gastos, en los pagos, en los impuestos, en las ambiciones, en las deudas, en los compromisos, en el ejemplo que doy, de dejar de oprimir a otros con mis malos gestos, con mi violencia, con mis egoísmos, con mi desinterés, etc.
En suma: tiempo de una conducta sabia y piadosa. Y eso acelerará la venida gloriosa del Señor.
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre nos bendigan para que nuestro corazón aprenda, cambie, se convierta y vivamos como salvados que fuimos por el Señor.

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