jueves, 19 de mayo de 2011

Homilía para el 5to Domingo de Pascua - Ciclo A


Pidamos, en primer lugar, a nuestra hermosa Madre, la Virgen, que pida para nosotros del Espíritu Santo el don de entender esta Palabra.
Jesús estaba en la última cena. No era una cena más. Se estaba despidiendo y legando a sus discípulos sus últimas y más profundas enseñanzas, como recapitulando todo y dando el sentido de su ser y de su misión.
Estaba compartiendo con sus discípulos la razón profunda de su partida: Nos fue a preparar un lugar en la casa del Padre. Que Él es el camino para llegar al Padre. Que para ir al Padre hay que ir “por” Jesús.
Eso quiere mostrarnos que el Padre nos quiere acoger a todos en su casa, como parte de su familia. Que para eso envió a su Hijo para que el mundo encuentre el camino a la casa del Padre.
Y es en Jesús donde hallamos claramente la voluntad amorosa del Padre, que acoge a los débiles, perdona a los pecadores, recibe a los niños, celebra la vida, sana a los enfermos, resucita a los muertos, sacia la sed interior, hace ver a los ciegos, alimenta a los hambrientos de la vida…
Los gestos misericordiosos de Jesús, sus gestos fraternales, su ternura con los niños, su compasión con los sufrientes, su firmeza frente a los opresores de los sencillos, su adultez y libertad en el modo de vivir la relación con Dios, su alegría de vivir, su fortaleza en el sufrir por amor, su entera entrega al Padre, sus largos ratos de oración, su mirada compasiva, su sabiduría tremenda, todo Él, nos hace ver que Dios está cerca y se complace en bendecirnos, liberarnos, ayudarnos, sanarnos, hacernos felices.
Y para eso nos muestra la verdad de Dios, nos muestra el camino a seguir, nos da la Vida que viene de Él.
Ese camino, esa verdad y esa vida, los recorremos y recibimos juntos, como familia, como pueblo, porque Él nos recibió así, como familia, como su pueblo.
Tenemos la gracia de haber recibido de los apóstoles y de sus sucesores las enseñanzas de Jesús. Tenemos la gracia de ser la misma Iglesia que ellos formaban, la misma familia, la misma comunidad que a lo largo de las generaciones ha ido transmitiendo y vivenciando la misma fe apostólica. Tenemos la gracia de tener la experiencia de que a pesar de los pecados de los miembros de la Iglesia el Espíritu Santo está en la Iglesia y la conduce. Tenemos la gracia de Dios de vivir la Iglesia como misterio de comunión, algo mucho más profundo que sólo una organización institucional. Tenemos la gracia de celebrar juntos cada semana y cada día, el gozo de tener a Jesús que está con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Esa presencia de Jesús se manifiesta en muchas formas, pero concretamente, especialmente, en los sacramentos. Tenemos la gracia de la catequesis y de las homilías, de la enseñanza de los apóstoles y de todo el magisterio de la Iglesia. Tenemos también la gracia de ser comunidad, familia de hermanos, que escuchamos la Palabra y buscamos vivirla en la práctica. Tenemos la gracia de tener santos entre nosotros, gente que es modelo de amor y de servicio, de humildad y de fe.
Las mismas obras de Jesús se continúan hoy, y nosotros debemos continuarlas haciendo obras mayores aún. Obras de consuelo y sanación, obras de liberación y de enseñanza, obras de promoción y de ayuda, obras de escucha y reconciliación. Obras de misericordia y caridad, de alivio de los dolores y sufrimientos de la gente, obras de justicia y de perdón.
Esas obras mostrarán que el Padre, Jesús y el Espíritu están en nosotros y nosotros estamos en Dios, y los demás descubrirán a Dios por las obras.
Nos alienta el mismo Jesús para que nuestro trabajo diario en sus obras no decaiga. Nos alienta Jesús con su cuerpo y con su sangre, con su Espíritu, con su Palabra, con su gracia, con su entrega, con su muerte y resurrección, con su enseñanza y ejemplo, con su presencia en el necesitado y en el que sufre. Nos alienta a ser tan generosos como Él, tan unidos al Padre en el amor como Él, a ser tan compasivos como Él.
Abramos con valentía nuestros ojos para ver a los hermanos que nos necesitan. Levantemos la mirada de nuestras ambiciones personales para contemplar el Reino de Dios y su justicia y decidámonos a buscarlo, ayudando a que los demás sean felices, porque así se manifiesta el Reino.
Y no tengamos miedo a la muerte, porque Jesús nos vendrá a buscar para que estemos con Él. No hay nada que temer.
Pidamos a nuestra Hermosa Madre que nos haga crecer como verdaderos hijos de Dios, discípulos de su Hijo, hermanos en la Comunidad de la Iglesia, pescadores de hombres, servidores de todos, sal de la tierra y luz del mundo.
El Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

1 comentario:

miriam dijo...

..."Las mismas obras de Jesús se continúan hoy, y nosotros debemos continuarlas haciendo obras mayores aún. Obras de consuelo y sanación, obras de liberación y de enseñanza, obras de promoción y de ayuda, obras de escucha y reconciliación. Obras de misericordia y caridad, de alivio de los dolores y sufrimientos de la gente, obras de justicia y de perdón"...
este es el camino de todo cristiano, de todo aquél que quiera "vivir" a Jesús.
éste es el camino que nos llevará al Padre. es arduo, pero se puede, si instalamos a Jesús en el centro de nuestro corazón y desde allí le permitimos que REINE en nuestra vida, y nos guíe en nuestro cotidiano accionar.

Dios nos bendiga siempre