viernes, 6 de mayo de 2011

Homilía para el Domingo 3º de Pascua - Ciclo A

Pidamos, en primer lugar, a nuestra hermosa Madre, la Virgen, que nos consiga del Espíritu Santo la gracia de entender esta Palabra.
El salmista le dice a Dios: “Protégeme, Dios mío, porque me refugio en ti” porque en el camino de la vida muchas veces nos sentimos desprotegidos, sin defensa, solos y con temores que incluso llegan a ser pánico. En el camino de la vida nos hallamos muchas veces abatidos, confundidos, y aunque miramos no vemos. Nuestros ojos están como necesitados de mucha luz para ver, y no la tenemos cuando la luz depende de nuestros razonamientos, de nuestra percepción de la realidad, de las opiniones que otros comparten con nosotros. No hallamos la punta del ovillo. Y la paz se nos escapa.
El salmista, por su fe, también dice a Dios: “Señor, tú eres mi bien”. Como nosotros también lo decimos. Porque sabemos que Dios nos ama, y que junto a Él hay paz y alegría. Y nuestra fe, aunque sea poca, nos anima a dejar que Dios se acerque a nosotros, porque más nos busca Dios a nosotros que nosotros a Él.
Si lo dejamos acercarse a nosotros podemos bendecirlo como el salmista porque nos aconseja, nos instruye nuestra conciencia, porque está a nuestro lado y por eso no vamos a vacilar. Y se alegrará nuestro corazón, se regocijarán nuestras entrañas y descansaremos seguros, porque nos hará conocer el camino de la vida saciándonos de gozo en su presencia, de felicidad eterna a su derecha.
¿Por qué podemos decir esto con tanta seguridad? Porque el mismo Dios ya lo ha hecho con su Hijo Jesucristo. El salmista afirma que el Señor no lo entregará a la muerte y no dejará que vea el sepulcro, y lo afirma como una profecía de lo que Dios haría con el que nos representa a todos, con el que cargó sobre sus espaldas el dolor y las angustias de todos, con su Hijo a quien resucitó de entre los muertos librándolo de la muerte.
Jesús nos enseñó a ser creyentes, y nos dijo a cada uno “Sígueme”. Y los que lo seguimos nos convertimos en discípulos, y como discípulos aprendemos a ser hijos de Dios, aprendemos a formar parte de la familia de Dios, y aprendemos a participar de las obras de la familia de Dios, es decir, del amor que efectivamente ama, crea, redime y transforma todas las cosas para bien de todos.
El Señor resucitado sigue hoy apareciendo en el camino, y aunque nosotros no lo reconozcamos Él sí nos reconoce y nos habla, se mete en nuestra mente y nos aclara las ideas, se mete en nuestro cuerpo y nos alimenta, se mete en nuestro corazón y nos inflama con sus palabras de amor. A Jesús, sus palabras y su Pan que da la vida los recibimos en la Eucaristía, que celebramos en el camino de la vida.
El poder celebrar la Eucaristía es más que tener un tesoro, porque es el encuentro con Jesús vivo y que por los signos sacramentales se me da concreta y efectivamente.
La Eucaristía se celebra en comunidad, en familia, con el corazón abierto a los hermanos, con el corazón dispuesto a abrirse a todos. Y abrimos el corazón desde el principio, pidiendo perdón, reconciliándonos, reconociéndonos pecadores y asumiendo nuestras culpas, y orando unos por otros para que la misericordia de Dios nos toque y transforme.
La Eucaristía es el ámbito más apropiado para escuchar la Palabra de Dios en comunidad, porque Jesús que es la Palabra hecha carne es la expresión de lo que Dios quiere decirnos. Escuchar la Palabra en la Eucaristía es también recibir a Jesús en todo su ser.
La Eucaristía es el momento donde experimentamos la presencia de Jesús resucitado, vivo y vivificante, porque nos da su Espíritu que nos transforma, que modifica nuestra conducta, nuestra manera de pensar, nuestros sentimientos y hace desaparecer nuestras angustias y nuestro abatimiento por el cansancio del camino de la vida.
La Eucaristía es el lugar de la amistad y de la fraternidad con la familia de los creyentes. Es el lugar del canto gozoso, de la oración confiada, de la expresión feliz de la comunión.
Nuestras Eucaristías adolecen de muchas cosas de esto que he mencionado, y las señalo para que las trabajemos y nos transformemos en una comunidad viva.
Pasemos de “venir a misa” a “venir a celebrar la Misa”.
Pasemos de llegar a la hora que empieza a llegar antes, para preparar el corazón con tiempo, para orar previamente, para ensayar los cantos, para ayudar en lo que haya que ayudar, para practicar la lectura si tengo que leer, etc.
Pasemos de vivirla como una obligación a vivirla como una invitación que Jesús mismo nos hace.
Pasemos de ir con la actitud pasiva de ver un espectáculo a la actitud activa de hacer la fiesta de la vida con los hermanos.
Pasemos de mirar a los otros como otros a verlos como hermanos.
Pasemos de llegar tarde a llegar temprano.
Pasemos de llegar con desconfianza de los demás a llegar y saludar.
Pasemos de oír las lecturas a escuchar al Señor que habla por las lecturas.
Pasemos de hacer las oraciones de memoria sin sentirlas a decirlas comprendiendo lo que decimos.
Pasemos de decir el credo a expresar nuestra fe en el credo con el gozo de los convencidos.
Pasemos de contestar distraídos a las oraciones de los fieles a contestar comprometidos a esa oración.
Pasemos de dar una limosna a hacer una ofrenda.
Pasemos de mirar lo que hace el sacerdote a acompañar los gestos de Cristo que el sacerdote hace.
Pasemos de pasar la consagración sin arrodillar el corazón ante Dios a arrodillar el corazón, la mente, el entendimiento, la memoria, los sentimientos, los deseos, las decisiones, los recuerdos, los afectos, incluso nuestro cuerpo si podemos ante la presencia sacramental de Jesús.
Pasemos de rezar el padrenuestro apurados a rezarlo sintiendo lo que decimos y con el gozo de los hijos que hablan al Padre amado.
Pasemos de dar la paz obligadamente a dar la paz sinceramente.
Pasemos de recibir la hostia a comulgar con todo nuestro ser con Jesús y con los hermanos.
Pasemos de buscar sentirnos bien a buscar amar bien.
Pasemos de buscar la paz a llevar paz.
Pasemos de terminar la misa habiendo cumplido a continuar la misión de llevar lo que hemos visto y oído a los que no vinieron a Misa.
Pasemos de irnos rápido a quedarnos saludando y compartiendo con los hermanos, interesándonos por la vida y situación de los otros a los que podemos ayudar.
Pasemos de escapar de los demás a compartir con los demás.
Pasemos de ser individuos que cumplen con Dios a ser una comunidad que adora unida a Dios y que lo glorifica con la vida.
Pasemos de ser un tipo de personas dentro del templo y otro fuera del templo, a ser testigos de Jesús resucitado dentro y fuera del templo.
Pasemos de ser personas que vienen solas a misa a ser personas que invitan a todos, concreta y sinceramente, a celebrar la Eucaristía y a encontrarnos con Jesús en familia con toda la Iglesia.
Si lo anterior lo hemos hecho, esto último será fácil.
Dios bendito nos bendiga con el don de vivir la Eucaristía como realmente debe ser. Y la Hermosa Madre nos acompañe.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

toda esta semana me ha seguido una serie de pensamientos sobre como vivo yo la resureccion y la verdad la respuesta es que la desaprovecho y mucho. Tambien pense que en el dia a dia me cuesta vivir en la oración y que nunca me reuno con nadie para orar por otros y que ni tampoco lo hago con mi comunidad, es decir un dia tal nos reunimos y oramos por los problemas, por las enfermedades, para dar gracias, etc. , y lo mas importante me pregunto como hago yo para dar testimonio de Cristo vivo en mi vida, y justo leo la homilia y encuentro que tengo todas los materiales a mi mano para hacer todo esto y que tengo que ponerlo en practica nada mas. Es un deseo profundo que tengo dentro mio de manifestar mi fe pero no se por donde empezar, hoy necesito mas que nunca la oración doy gracias a Cristo por la rapida respuesta a mis dudas.

Anónimo dijo...

Si vivimos la Eucaristía como encuentro con Jesús vivo, en nuestra comunidad que vive en Cristo Resucitado, esta experiencia gozosa nos impulsará a llevarlo a quienes no se integran a las celebraciones.
Ser discípulos es ese encuentro vivo con nuestro Maestro y ser misioneros es vivir gozosamente el caminar en Él hacia quienes lo necesitan.