sábado, 22 de enero de 2011

Homilía para el domingo 3º durante el año. Ciclo A


Pidamos en primer lugar a la Hermosa Madre que nos consiga del Espíritu Santo el don de entender la Palabra de hoy.

La tierra humillada y rescatada

La tierra de Zabulón y Neftalí, la Galilea como se llamaba en tiempo de Jesús, era la tierra cuyo pueblo, el reino del Norte de Israel, había sido sacado de su tierra vencido por los asirios, perdiendo así el don de la tierra prometida por Dios. La división del pueblo en los dos reinos, el del norte (llamado de Israel) y el del sur (llamado de Judá), debilitó la fidelidad del pueblo a Dios, y perdió poco a poco su confianza en el poder del Señor que los liberaría de sus enemigos. A pesar de que los profetas fueron diciendo al pueblo y a sus gobernantes que se mantuviesen fieles a Dios, los gobernantes y el pueblo fueron haciendo alianzas con los poderosos vecinos, con Asiria los del Norte, hasta que los impuestos que tenían que pagar se les volvieron demasiado pesados, y con Egipto los del Sur, pero los problemas internos que dividían a Egipto impidieron la ayuda militar egipcia frente a los asirios.

Y perdieron, fueron desterrados, humillados, vencidos, quedaron en tinieblas.

Isaías alentaba a la unión entre los dos reinos, el de Israel y el de Judá, alentaba a conservar la alianza de Dios, a mantener la fidelidad a Dios. Y proclama su profecía que anunciaba que el pueblo que caminaba en tinieblas vería una luz grande, porque Dios vencería. Esa profecía podría haberse cumplido de inmediato si los reyes de Judá y de Israel se hubiesen unido. Sin embargo, esa profecía vino a cumplirse con el Mesías, el Hijo de David, el Rey que uniría todos los pueblos. La profecía de Isaías comenzaba a hacerse realidad con el primer anuncio de Jesús: “Conviértanse, porque el Reino de los cielos está cerca”. Se levantaba la Luz.

El anuncio de la Buena Noticia

La Luz comenzaba a brillar con la sola presencia de Jesús. Pero nadie conocía aún qué mensaje venía a dar. Cuando hace su proclamación: “Conviértanse, por que el Reino de los Cielos está cerca”, los que lo escuchaban sabían a qué se refería. ¡Tantos siglos el pueblo de Dios estaba sin rey, estaba sin guía elegido por Dios, dominado por pueblos extranjeros! Y sabían también muy bien qué significaba la expresión “Conviértanse”: cambien de manera de pensar, vuelvan a Dios.

Las dos expresiones juntas (“Vuelvan a Dios” y “El Reino de los Cielos está cerca”) debían ser dichas juntas para dar fuerza de cumplimiento de la profecía. Por eso era la proclamación de la Buena Noticia: Dios está por cumplir su promesa, se está por hacer realidad la profecía, el pueblo dejará de caminar en tinieblas.

Esa profecía y ese cumplimiento de la profecía no era sólo para los que estaban allí escuchando, junto al lago, o en Cafarnaúm, o en la Galilea. Tenía que llegar a todos los confines de la tierra comenzando por los primeros humillados, y llegando hasta los últimos de todo el mundo, de todos los tiempos.

El llamado a ser discípulos misioneros

Por eso el Señor Jesús llamó a Simón Pedro y a Andrés, a Santiago y a Juan, los primeros discípulos misioneros, los primeros que escuchando la Buena Noticia tenían que anunciarla. Los que eran simples pescadores en el mar de Galilea serían hechos pescadores de hombres por mandato de Jesús.

El anuncio de Jesús no era sólo para recibirlo. Había que desparramarlo, compartirlo, extenderlo, hacer que llegue cada vez a más gente.

Aún hoy continúa siendo compartido y se va extendiendo. ¡Qué honor para nosotros servir en esa tarea! Somos los continuadores de la tarea de Jesús y sus apóstoles. Somos los depositarios de ese tesoro: La promesa de Dios se está cumpliendo y todos caben en ella.

La inmediatez de la respuesta

Llama la atención la inmediatez de la respuesta de los discípulos: “Inmediatamente, dejando todo, lo siguieron.” Sintieron que lo de Jesús no era “algo” interesante, como algo que estuviese diciendo cualquier otro predicador del momento. Sintieron que el anuncio de Jesús era “lo” importante, que Dios se hacía presente cumpliendo su promesa. Lo que el pueblo esperaba desde hacía siglos comenzaba a ser realidad. La verdad de la obra de Dios justificaba abandonar todo proyecto personal, todo plan familiar, toda tarea urgente, por hacer la más importante.

La misión: recorrer, enseñar, proclamar y sanar.

Jesús comenzó a recorrer toda la Galilea, camino por camino, pueblo por pueblo. Se hacía presente en las sinagogas enseñando el sentido de las Escrituras que los israelitas escuchaban y meditaban. Y proclamaba la Buena Noticia del reino, la respuesta al anhelo más profundo de los humanos: que Dios haga que todo vaya bien, que haya justicia, que haya libertad, que haya alegría y gozo, que haya unidad, que haya paz. Que Dios reine sobre todos para que todos respeten a todos.

Como no todos respetan a todos, hay heridos, hay enfermos, hay dolientes. Jesús como signo del Reino que está cerca sana las enfermedades y dolencias de la gente.

La Iglesia hoy, nosotros hoy

Dos milenios después de esa profecía cumplida nosotros decimos y afirmamos que aún se está realizando. No lo afirmamos con el desánimo de que el dolor aún continúa, que las opresiones aún están, etc. Lo afirmamos con la esperanza que ve a Dios actuando con una paciencia infinita por todos, porque quiere que todos los hombres se salven. Esa esperanza no se cansa, porque vea a Dios actuar permanentemente por los signos del amor de Jesús dejados a su Iglesia, los sacramentos, y porque Jesús sigue actuando entre la gente, en las familias, en las comunidades, en los servicios que el Espíritu ha inspirado y moviliza. Porque ve actuar a Dios que habla por muchos inspirados por Él que anuncian la buena nueva de la justicia y la libertad a los pobres y oprimidos, anuncio con hechos y gestos que liberan. Aún queda por hallar al último humillado y anunciarle la Buena Noticia.

Aún nos queda continuar la obra de los apóstoles y misioneros. Este tiempo es nuestro tiempo, es nuestra responsabilidad.

La forma del anuncio debe adaptarse al público que lo recibe para que sea entendido. La Iglesia, entendiéndonos todos en ella, debe hablar al mundo de tal modo que el mundo entienda. No debe una laica o un laico predicar como le predica el sacerdote en el ámbito cultual de la Eucaristía. El mensaje debe darlo de tal forma que sea inmediatamente entendido por el que lo debe recibir, y a veces será con palabras sencillas, o a veces con palabras más intelectuales, o con gestos, o con acciones y compromisos concretos y realizados.

Somos pescadores de hombres y mujeres. Los sacerdotes predicamos por mandato de Jesús a todos, especialmente a las comunidades en el ámbito de la Eucaristía, la catequesis, los sacramentos, etc. Pero el pueblo de Dios, metido en el mundo del trabajo debe hablar ahí, en el mundo de la educación, de la salud, de la economía, de las finanzas, de la política, de la producción, de las diversas sociedades. Ese es el ámbito natural del pueblo de Dios formado por los laicos, son sembrados como semillas de trigo para dar el Pan de la Vida al mundo. Pero sabemos que junto al trigo el Enemigo siembra la cizaña. Han de crecer juntas, pero eso significa que los laicos y las laicas de este tiempo tienen que crecer, tienen que madurar, tienen que dar fruto, tienen que ser fecundos donde están, en sus ambientes, en sus lugares, mostrando la verdad con claridad y de modo que los demás la puedan entender fácilmente, educando para la justicia y el respeto mutuo, fomentando el compromiso por el bien común. A veces ni hace falta nombrar a Dios, ni a la Iglesia, ni el evangelio, ni ningún documento, porque el mensaje puede ser dicho con la vida, debe ser dicho con la vida, la forma de vivir de los que a ultranza ven al otro y lo respetan, lo cuidan, lo defienden y lo aman.

Para tener esa vivencia nos hizo falta tener un encuentro personal con el Señor Jesús, y haber sido tocados por Él, transformados por Él. Nos hizo falta haber tenido su llamado que nos descolocó, que nos hizo dejar todo lo que teníamos entre manos para seguirlo. Algunos viven esto, otros aún no. ¿Buscamos acaso garantías que nos aseguren que nuestro seguimiento no será en vano?

¿Buscamos seguridades que nos protejan de los costos de ser discípulos misioneros del Señor?

¿Vamos a ayudar a la gente en sus dolencias sólo cuando no nos cueste esfuerzo?

¿Queremos ser espigas llenas de granos sin entregar los granos?

¿Queremos ser granos que no tengan que pasar por la molienda para hacerse harina?

¿Queremos ser harina sin que nadie nos tenga que amasar para hacernos pan?

¿Queremos el Pan de Vida sin ser parte de él?

Cada uno debe ver qué redes aún tiene en sus manos, a qué padres aún obedece más que al Señor, qué barcas y mar aún no se anima a dejar. La conversión es el viraje de la fe, el viraje que el creyente por fe en el Señor hace con su vida al abandonar su propio camino para seguir el del Maestro. Esa conversión también nos toca a nosotros hoy.


Que María, la primera discípula que hizo el viraje de la fe al hacerse servidora del Señor, nos anime a entregarnos con alegría a este gran don del llamado de ser discípulos misioneros. Que el Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Esta homilía me ha cuestionado profundamente, me hace sentir hoy el llamado de Jesús para que yo me convierta y sea discípula.
No es algo histórico que ya pasó.
Es hoy.
Es a mí.

miriam dijo...

" A veces ni hace falta nombrar a Dios, ni a la Iglesia, ni el evangelio, ni ningún documento, porque el mensaje puede ser dicho con la vida, debe ser dicho con la vida, la forma de vivir de los que a ultranza ven al otro y lo respetan, lo cuidan, lo defienden y lo aman"....creo que esta es la esencia del cristiano: VIVIR la Palabra.
tarea hermosa, gratificante, pero ardua, y nos lleva toda la vida realizarla a conciencia.
pidamos a Dios la gracia y la constancia para vivir como verdaderos cristianos.

un sincero abrazo. que Dios los bendiga siempre

Abu dijo...

¡Altamente cuestionante en todos los aspectos que aborda la Homilia!... Algo es importante y en ello coincido con Helena, "Es hoy, y me toca a mi". Además debo tener conciencia que al final de la vida tendré que llegar siendo masa y para ello habré pasado por muchísimos golpes que quizás deterioren el cuerpò y lo desgarren y llenen de moretones. Lo único importante será lo que pueda leer en la conciencia, donde queda escrito todo lo que quise hacer, intenciones, buena o mala voluntad, es decir aquello que no se ve, pero es lo principal porque describe mi verdadera actitud. Bendito sea Dios que siempre nos permite ir buscando la luz.