miércoles, 9 de febrero de 2011

Homilía para el Domingo 6º durante el año - Ciclo A

Homilía 6º domingo durante el año – Ciclo A

Eclo, 15, 15-20

Lectura del Libro del Eclesiástico:

Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada. El puso ante ti el fuego y el agua: hacia lo que quieras, extenderás tu mano. Ante los hombres están la vida y la muerte: a cada uno se le dará lo que prefiera. Porque grande es la sabiduría del Señor, él es fuerte y poderoso, y ve todas las cosas. Sus ojos están fijos en aquellos que lo temen y él conoce todas las obras del hombre. A nadie le ordenó ser impío ni dio a nadie autorización para pecar.

1Cor 2, 6-10

Lectura de la primera carta del Apóstol San Pablo a los corintios:

Hermanos: Es verdad que anunciamos una sabiduría entre aquellos que son personas espiritualmente maduras, pero no la sabiduría de este mundo ni la que ostentan los dominadores de este mundo, condenados a la destrucción. Lo que anunciamos es una sabiduría de Dios, misteriosa y secreta, que él preparó para nuestra gloria antes que existiera el mundo; aquella que ninguno de los dominadores de este mundo alcanzó a conocer, porque si la hubieran conocido no habrían crucificado al Señor de la gloria. Nosotros anunciamos, como dice la Escritura, lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman. Dios nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu lo penetra todo, hasta lo más íntimo de Dios.

Mt 5, 17-37

Evangelio de N. S. Jesucristo según san Mateo:

Jesús dijo a sus discípulos: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Les aseguro que no desaparecerá ni una i ni una coma de la Ley, antes que desaparezcan el cielo y la tierra, hasta que todo se realice. El que no cumpla el más pequeño de estos mandamientos, y enseñe a los otros a hacer lo mismo, será considerado el menor en el Reino de los Cielos. En cambio, el que los cumpla y enseñe, será considerado grande en el Reino de los Cielos. Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: "No matarás", y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo. Ustedes han oído que se dijo: "No cometerás adulterio". Pero yo les digo: El que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho es para ti una ocasión de pecado, arráncalo y arrójalo lejos de ti: es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. Y si tu mano derecha es para ti una ocasión de pecado, córtala y arrójala lejos de ti; es preferible que se pierda uno solo de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea arrojado a la Gehena. También se dijo: "El que se divorcia de su mujer, debe darle una declaración de divorcio". Pero yo les digo: El que se divorcia de su mujer, excepto en caso de unión ilegal, la expone a cometer adulterio; y el que se casa con una mujer abandonada por su marido, comete adulterio. Ustedes han oído también que se dijo a los antepasados: "No jurarás falsamente, y cumplirás los juramentos hechos al Señor". Pero yo les digo que no juren de ningún modo: ni por el cielo, porque es el trono de Dios, ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, porque es la Ciudad del gran Rey. No jures tampoco por tu cabeza, porque no puedes convertir en blanco o negro uno solo de tus cabellos. Cuando ustedes digan «sí», que sea sí, y cuando digan «no», que sea no. Todo lo que se dice de más, viene del Maligno.

Primero, pidamos a nuestra Hermosa Madre, la Virgen María, que ore por nosotros al Espíritu Santo para que Él nos conceda el don de entender la Palabra.

La Buena Noticia que Jesús nos trajo implicaba aceptar una relación con Dios mucho más profunda de la que los judíos estaban habituados a tener.

Del cumplimiento formal y externo de los mandamientos había que pasar a un cumplimiento desde el corazón.

Del sometimiento a Dios soportado porque lo necesito había que pasar a una adhesión cordial a Él y a sus designios de amor.

Del saber que Dios es sabio había que pasar a admirar y adorar su sabiduría.

Del aceptar su voluntad había que pasar a amar su voluntad y hasta alimentarse de ella.

Del acatar los “No” de los mandamientos como órdenes de Dios había que pasar a decir “Sí” siguiendo el estilo de vida del Maestro, el estilo de vida del Hijo, el estilo de vida según su Espíritu.

¿Cuáles son las distorsiones que podemos tener respecto de la imagen verdadera de Dios que tendríamos que tener?

Cada uno de nosotros tiene una imagen de Dios en su interior. Esa imagen se forma desde las enseñanzas que nos hayan transmitido y desde las experiencias que hayamos tenido. Dichas experiencias pudieron ser experiencias religiosas o experiencias con gente que decía que tenía fe o con quienes realmente tuvieron verdadera fe. Las experiencias pudieron ser positivas o negativas. Todos conocemos mucha gente que se ha sentido marginada, desatendida, humillada, agredida por gente creyente, por gente de Iglesia, hasta por sacerdotes y ministros. Y esas experiencias marcaron la imagen y visión que tenía esa gente de Dios. A nosotros mismos nos han marcado nuestras propias experiencias con gente de la Iglesia, de nuestra familia, de amigos, de personajes importantes para nosotros.

Junto a esas experiencias estuvieron las enseñanzas que nos dijeron. Si esas enseñanzas estuvieron desde que éramos niños, nos han calado más o menos de acuerdo a la calidad de la enseñanza y a la calidad de nuestra atención. Y también esas enseñanzas nos condicionaron en la imagen que tenemos de Dios.

Las imágenes que tenemos de Dios son tan variadas como nosotros: o tenemos un Dios castigador, o un Dios celoso a la forma humana, o un Dios que se desquita, o un Dios que se despreocupa, o por el contrario un Dios tremendamente paternalista que tiene que ocuparse de todos mis asuntitos, que me tiene que resolver todos mis problemas, que está a mi disposición total.

Hay quienes comercian con Dios con promesas, con rezos, con dinero.

Algunos tienen una imagen más madura de Dios: lo sienten amigo, lo sienten hermano, lo sienten padre.

Menos aún tienen experiencias profundas de Dios y lo ubican, respetan y aman profundamente como Dios, como Señor de todo.

Y muy pocos se adhieren completamente a su voluntad con un amor verdadero.

Jesús es más que un maestro que condiciona nuestra imagen de Dios. Jesús es el REVELADOR del Padre, el que muestra el rostro del Padre. No lo hace con discursos teológicos, lo hace con los gestos. No lo hace desde afuera, lo hace sintiéndose uno con el Padre. No nos habló como quien se aprendió el discurso, sino como quien lo vive. Enseña desde su vivencia, es sabiduría encarnada.

Jesús es el que va haciendo realidad las promesas del Antiguo Testamento porque es el Dios que camina con nosotros, que nos deja su Espíritu, que nos pone su ley en nuestros corazones, que nos asume como somos con misericordia pero nos enseña cómo ser, con firmeza. No busca que dejemos conforme al Padre, como habiéndole comprado su benevolencia. Busca que honremos al Padre por decisión nuestra, como ofrenda nuestra.

Entonces, la enseñanza del Maestro apunta a despertar en nosotros una relación de verdadera filiación respecto de Dios, pero una filiación adulta en la fe, es decir, una relación como la del mismo Jesús: el Hijo que ama, respeta y obedece al Padre, porque su comunión con el Padre es total.

La plenitud de la Ley es la comunión con el Padre. Podríamos expresarlo así: La Ley de Dios se resume en que tu vida, todo tu ser, esté en comunión con el Padre. Esa es la “justicia superior” mencionada por Jesús. La comunión es inmensamente más profunda que el cumplimiento externo de lo que el Padre ha dicho por los profetas o por medio de su Hijo. La razón de la fineza de actitudes que implica el cumplimiento de los mandamientos, la razón de la precisión que hace Jesús acerca de los mandamientos hasta llevarnos a un cara a cara frente al otro, hermano mío, es su misma relación con el Padre. Él siempre está cara a cara con el Padre. No se le oculta ni quiere ocultarse.

Nosotros no siempre estamos cara a cara con los demás. Y muchas veces nos ocultamos. Dios, en su pedagogía, primero nos dijo “NO”, como a hijos pequeños. Ahora con Jesús nos dice “DA TU SÍ”, con el convencimiento interior de un hijo que ha madurado.

Cuando estamos cara a cara frente al otro, mi hermano, mi hermana, Dios espera un “SÍ” de nuestra parte.

¿Por qué lo espera? Porque es la forma en que vamos a sentir como Él, a amar como Él, a obrar como Él.

¿Por qué debemos hacerlo? Porque no hay nada en el mundo que nos eleve más que ser como Dios.

Pero ¿podemos ser como Dios? Sí, con su Espíritu.

¿Quiero ser como Dios? ¿Quiero ser una creatura de Dios que ha sido elevada a la dignidad de hijo y que está llamada a una comunión de desposorio espiritual con Dios?

El libro del Eclesiástico nos decía: “Si quieres, puedes observar los mandamientos y cumplir fielmente lo que le agrada.”

Está en mí mi respuesta. Está en ti tu respuesta.

¿Nos hemos decidido por este camino? “A cada uno se le dará lo que prefiera”, decía el Eclesiástico. Tendremos la vida.

Traigo a la memoria unos versículos de la primera carta de San Juan, capítulo 4, 7-13: Queridos míos, amémonos los unos a los otros, porque el amor procede de Dios, y el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. Así Dios nos manifestó su amor: envió a su Hijo único al mundo, para que tuviéramos Vida por medio de él. Y este amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero, y envió a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados. Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu.

Cuando estamos cara a cara frente al otro, mi hermano, mi hermana, Dios espera un “SÍ” de nuestra parte. ¿Qué espera?

No sólo que no matemos, sino que no nos irritemos, no insultemos, no maldigamos, no hagamos nada que sea motivo de queja del hermano por nosotros. Que nos reconciliemos con él. Jesús apunta no sólo a no eliminar al hermano, sino a tenerlo bien en cuenta, y cuidar de no dañarlo en nada.

No sólo a no cometer adulterio, sino a no desear hacerlo, no desear la familia del otro con la intención de arrebatársela. Quiere que nos dominemos hasta el extremo de no temer perder algo valioso con tal de no perder la comunión con el Padre Dios.

Que tengamos una integridad tal en nuestro modo de vivir que no tengamos que recurrir al juramento para avalar nuestra palabra. Lo demás es mentir y viene del Maligno.

En suma: el discípulo vive como el Maestro, es decir, ama como el Maestro, tiene en cuenta al otro, como lo hizo el Maestro, se ocupa del otro como se ocupó el Maestro. Por el otro, no por dejar contento al Padre pareciendo que cumplo pero no amo. Esa es nuestra consigna como discípulos: parecernos al Maestro.

Que María, la perfecta discípula, nos acompañe para que nos animemos a dar más pasos en nuestro crecimiento. Que no nos deje conformarnos con poco. Dios bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

3 comentarios:

miriam dijo...

...."Jesús es más que un maestro que condiciona nuestra imagen de Dios. Jesús es el REVELADOR del Padre, el que muestra el rostro del Padre. No lo hace con discursos teológicos, lo hace con los gestos. No lo hace desde afuera, lo hace sintiéndose uno con el Padre. No nos habló como quien se aprendió el discurso, sino como quien lo vive. Enseña desde su vivencia, es sabiduría encarnada".......ESA ES LA ESENCIA!!!

Jesús lo hizo así...nosotros tratemos de hacerlo...pongamos nuestro empeño en ser mensajeros de la palabra a través de nuestras vivencias
ENSEÑAMOS MUCHO MAS A TRAVÉS DE NUESTROS ACTOS, QUE A TRAVÉS DE NUESTRAS PALABRAS!!!! (los que son padres, los que educan niños, saben esto perfectamente).

nuevamente gracias por estas homilías.
que Dios los bendiga siempre.

Abuela dijo...

JESÚS NOS REVELÓ AL PADRE CON SU HACER...NOSOTROS TAMBIÉN DEBEMOS MOSTRAR EL VERDADERO DIOS CON NUESTRO ESTILO DE VIDA.

Ma Visitación dijo...

Vivo para hacer tu voluntad ... amo tu voluntad... es mi estilo de vida ... el que me enseñaste Jesús.
Te amo Maestro mío.