jueves, 23 de junio de 2011

Homilía para la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo - Ciclo A

Pidamos, en primer lugar, a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe a contemplar el misterio maravilloso que hoy celebramos y que nos consiga del Espíritu Santo la gracia de entender.
El Señor Dios nos hace caminar, nos hace recorrer el camino de la vida, y en ese camino nosotros vamos buscando lo necesario para subsistir. Pero Él quiere que caminemos hasta experimentar el hambre. Es así, llega un momento de esa búsqueda que nos damos cuenta que nada sirve para calmar el hambre profunda que tenemos. No sirve ni el dinero, ni el poder, ni experimentar todos los placeres, nada nos llena. No sirve ni las alegrías cortas, ni las largas, ni los sueños, ni las penas, ni el llanto, no sirve la vida ni la muerte, no sirve la guerra y tampoco sirve la tranquilidad, no sirven las ambiciones ni los proyectos, no sirven las palabras ni los silencios, nada nos llena como deseamos ser llenados.
El Señor nos hace tener hambre para que nos demos cuenta que no sólo de pan (o de dinero, poder, placeres, alegrías, sueños, penas, llanto, vida, muerte, guerra o tranquilidad, ambiciones, proyectos, palabras o silencios) vive el hombre. Sólo de la Palabra que sale de la boca de Dios vive el hombre. Y hasta que no sienta que el hambre ya no lo deja vivir, sólo ahí, el ser humano levanta seriamente su mirada suplicante al Dios que vive y da la vida. Ese Dios dijo una Palabra, su Hijo, y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y su nombre es Jesús.
Es imprescindible que el ser humano escuche, reciba, acepte esa Palabra viva y la incorpore a sí mismo. Así como somos lo que comemos y lo que comemos se transforma en nosotros, también es imprescindible que la aceptación de esa Palabra, viva y vivificante, sea recibida por nosotros como alimento. Por eso Jesús dijo “Yo soy el Pan vivo bajado del cielo, y el que me coma vivirá por mí”. Y para significar eficazmente que nos alimentamos de Él instituyó la Eucaristía, signo real de su Cuerpo que es verdadera comida, y de su Sangre que es verdadera bebida. Cuerpo y Sangre de Jesucristo, vida nuestra, vida entregada para tuviéramos vida eterna.
Anímese todo ser humano a experimentar ese Pan que le quitará el hambre profunda para siempre. Anímese el creyente a recibir el Pan de vida comulgando el Cuerpo y la Sangre de Cristo, comulgando en la Comunidad de la Iglesia Católica porque en ella se da realmente la presencia sacramental de Cristo. Anímese el católico a perseverar en la comunión, y cuide siempre de comulgar en gracia de Dios. Anímese el que comulga sacramentalmente a comulgar en su espíritu con la voluntad de Dios, de manera que su corazón quiera lo que el corazón de Dios quiere. Anímese el que escucha la Palabra a ponerla en práctica gozando seguir el camino del Señor Jesús, muerto y resucitado. Anímese el que escucha la Palabra y la practica a compartir su fe con otros volviéndose testigo de lo que ha hecho y hace el Señor que da la Vida por su Pan y su Palabra en su propia vida. Anímese el misionero y el testigo a invitar a celebrar la Palabra y la Eucaristía a todos los que pueda. Anímese todo el que celebra la Palabra y la Eucaristía a ofrecer su vida y su trabajo, su vida familiar y social, su participación ciudadana y su compromiso político, su vida económica y productiva, su juventud, adultez y ancianidad, como ofrenda a Dios y acto de amor que glorifique al Señor que da la Vida.
Que María nos acompañe en este camino de comunión y madurez espiritual y cristiana.
El Señor bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

1 comentario:

miriam dijo...

Dios es pan.
Y algún sutil mensaje
Jesús quiso insinuarnos
cuando en la infinita variante de las formas
lo eligió por cuerpo y por legado.

...En aquella insospechada forma
asumida como cuerpo,
Jesús debió apreciar
el anónimo aporte de su gente,
junto a la concreta posibilidad de su reparto.
.....A ese Jesús
que conoció la tortura y el oprobio,
la injusticia y la impiedad,
a ese Jesús dirigimos la mirada.

porque a pesar
de las llagas y el tormento,
Tú seguiste blanco y manso
como los campos de trigo.

porque a pesar de la indiferencia,
seguiste trabajando como obstinada levadura.

y porque seguiste amasando,
incansable,
la ofrenda y la esperanza,
la ilusión de una nueva mañana.

A Tí, Señor de los panes y la vida,
ofrecemos entonces manos y tiempo,
abrazo y corazón.

Danos, Señor,
tu cuerpo y tu palabra
cada día...
...ellos serán para nosotros
pan de vida.
extraído de "AMASAR LA VIDA" de Tato Ortega.