viernes, 18 de marzo de 2011

Homilía para el 2° domingo de Cuaresma - Ciclo A

Lectura del libro del Génesis 12,1- 4a
El Señor dijo a Abram: «Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán todos los pueblos de la tierra». Abram partió, como el Señor se lo había ordenado, y Lot se fue con él.

Lectura de la Segunda carta de San Pablo a Timoteo 1,8b-10
Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por Evangelio, animado con la fortaleza de Dios. El nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la Manifestación de nuestro Salvador Jesucristo. Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena Noticia.
Lectura del Santo Evangelio según San Mateo 17,1-9
Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Jesús. Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantará aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo». Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se acercó a ellos, y tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo». Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».


Pidamos, en primer lugar, a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que nos acompañe en la escucha de la Palabra, y que nos consiga del Espíritu Santo el don de entenderla.

Sin duda el ser humano desde siempre, y lo hará siempre, busca y buscará lo que lo haga feliz y pleno. Porque estamos hechos así, para saciarnos sólo con lo infinito. Somos parte de una creación maravillosa hecha por un Dios maravilloso, inmensamente generoso y feliz y que quiere que todos seamos como Él. Y por eso nos hizo a su imagen y semejanza. Y por la misma razón el tomó para sí nuestra condición humana, con el mismo fin, el de mostrarnos el camino que nos lleva a la VIDA.
¿Qué hubo en el medio que hizo necesario tan tremendo proceder de Dios? ¿Por qué Dios tuvo que hacerse humano? ¿Por qué tuvo que morir por nosotros? ¿Qué misterio alteró la creación y a la humanidad para que la felicidad no fuera tan fácil de alcanzar, el gozo no durara todo lo que tenía que durar, la paz se volviera un deseo más que una realidad? ¿Qué pasó que antes conocíamos a Dios cara a cara, éramos amigos suyos y caminábamos con Él en el paraíso, y de repente la amistad se desvaneció, nos sentimos desnudos y nos ocultamos a su vista, y perdimos el paraíso y entramos en el dolor continuo de nuestra vida? ¿Qué sucedió que atraemos a nuestra vida tanta desgracia? ¿Por qué de tan ricos que éramos nos hemos vuelto inmensamente pobres y vulnerables hasta la muerte?
Todas estas preguntas han sido respondidas de muchas maneras en la historia de la humanidad, desde el pesimismo más oscuro hasta la argumentación de que el hombre es Dios.
Incluso se ha dicho que Dios no existe.
Dentro de cada uno de nosotros se produce ese proceso, ninguno puede vivir sin hacer un camino en su vida, y cada uno tiene que hallar la ruta, el mapa, la razón de vivir, la vocación de su vida, la intención por la que vivir.
A veces, desde niños, recibimos una gran ayuda porque alguien nos transmite la verdad, y muchas otras veces también recibimos lo contrario, mucha confusión y muchos obstáculos. La búsqueda honesta de la verdad y la transmisión, honesta también, de lo que creemos que es verdad son acciones profundamente humanas, son parte de la vida de la familia, los mayores legan a los menores la sabiduría adquirida.
Sin embargo, no siempre estamos abiertos a la escucha de esa sabiduría.
El hombre frecuentemente se halla enviciado, o debilitado, o encerrado en sí mismo, o confundido, o seducido y enceguecido por luces falsas. Necesita liberarse, necesita ser liberado porque solo muchas veces no puede. Necesita ser enseñado, ser bendecido, ser amado, acompañado con la verdad y el amor.
El Maestro vino a darnos su enseñanza, nos mostró a Dios y se mostró Él mismo a unos testigos, lo suficiente como para que comprendiéramos su naturaleza divina, lo resplandeciente y que nos supera absolutamente. Imaginemos lo más grandioso, empecemos por el sol, por ejemplo. Es maravilloso, y si nos acercáramos mucho a él y lo pudiéramos contemplar sin temor a morir nos asombraría aún más, y lo mismo con cada galaxia, y lo mismo con todas juntas. Y si pudiéramos imaginar toda la energía junta, de todo el universo, de todo absolutamente todo junto, nos quedaríamos tan pasmados que no podríamos hablar. Sin embargo, a pesar de toda esa grandeza, todo eso, todo es creado por Dios. Dios no es energía, es el creador de la energía. Dios es absolutamente distinto a toda la energía junta. Y si nos asombra la creatura ¿cuánto más nos asombrará el Creador? Absolutamente más. Dios es Dios, no una creación. Y eso fue lo que, como si fuera una puntita, Jesús presentó a los testigos Pedro, Santiago y Juan. Y cuando se presentaron Moisés y Elías dieron a entender a esos testigos que Jesús se relaciona íntimamente con la historia de Israel, con el plan de Dios, con las profecías, que Jesús es el culmen de “la Ley y los Profetas” como llamaban a toda la revelación hasta Jesús en las sinagogas y en el templo. “La Ley” encarnada en Moisés y “Los Profetas” en Elías. Y no sólo Jesús tenía que ver con la historia, la voz que se oye en la nube, la voz del Padre los trae al presente y al futuro: “Escúchenlo”.
Es tan rotundo ese “Escúchenlo” que el universo entero se tendría que estremecer y con más razón la humanidad toda. Dios lo dice, y lo señala: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo.» Porque es absolutamente imprenscindible escucharlo para hallar la vida perdida. Él es la Palabra de Dios, es el Mensajero y el Mensaje del Dios que se comunica, que se da y se comparte para hacer su voluntad maravillosa: darnos la vida eterna, la vida plena, que abarca la de la creación y culmina en la impresionante gloria de Dios.
¿Dejarás, entonces, tu tierra natal, dejarás a tus padres, todo lo que tengas por Él? Sin dudarlo que sí, porque en Él los tendrás a todos sin perder a ninguno. Es una promesa de Dios que el que más da más recibe. Y también aseguró que ningún profeta es reconocido en su casa. Pero no es el reconocimiento de los demás el que nos debe conducir, sino el maravilloso querer de Dios que es rico en misericordia y en bondad con todas sus creaturas.
Anunciar a Jesús, lo que Él nos ha enseñado y revelado, animar a otros a hacerse discípulos, es evangelizar y siempre tendrá oposiciones y padecimientos, pero todo lo colma el gozo que nos da el que nos conforta, el mismo que se transfiguró y mostró su grandeza divina es el mismo que morirá desnudo en la cruz, sin perder su ser ni su amor.
Nos toca dar testimonio por amor, sin perder nuestro ser de creaturas maravillosas de Dios, hijos amados adoptados por el bautismo, alegres mensajeros de la buena noticia, animosos de seguir el camino del Maestro, y de dar la vida por los demás como Él.
La Hermosa Madre nos aliente cada día, nos consuele cuando las fuerzas se nos vayan en nuestro camino de cruz, nos acompañe hasta el momento de morir y nos reciba en el Reino para llevarnos a las manos de su Hijo bienamado y con Él al Padre.
Dios bendito y la Hermosa Madre los bendigan mucho.

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