miércoles, 23 de marzo de 2011

Homilía para el 3er Domingo de Cuaresma - Ciclo A

Lectura del libro del Exodo (17, 1-7): Toda la comunidad de los israelitas partió del desierto de Sin y siguió avanzando por etapas, conforme a la orden del Señor. Cuando acamparon en Refidim, el pueblo no tenía agua para beber.  Entonces acusaron a Moisés y le dijeron: «Danos agua para que podamos beber». Moisés les respondió: «¿Por qué me acusan? ¿Por qué provocan al Señor?».  Pero el pueblo, torturado por la sed, protestó contra Moisés diciendo: «¿Para qué nos hiciste salir de Egipto? ¿Sólo para hacernos morir de sed, junto con nuestros hijos y nuestro ganado?».  Moisés pidió auxilio al Señor, diciendo: «¿Cómo tengo que comportarme con este pueblo, si falta poco para que me maten a pedradas?».  El Señor respondió a Moisés: «Pasa delante del pueblo, acompañado de algunos ancianos de Israel, y lleva en tu mano el bastón con que golpeaste las aguas del Nilo. Ve,  porque yo estaré delante de ti, allá sobre la roca, en Horeb. Tú golpearás la roca, y de ella brotará agua para que beba el pueblo». Así lo hizo Moisés, a la vista de los ancianos de Israel.  Aquel lugar recibió el nombre de Masá –que significa «Provocación»– y de Meribá –que significa «Querella»– a causa de la acusación de los israelitas, y porque ellos provocaron al Señor, diciendo: «¿El Señor está realmente entre nosotros, o no?».
Salmo 94, 1-2. 6-9: ¡Dios vengador de las injusticias,  Señor, Dios justiciero, manifiéstate!  ¡Levántate, Juez de la tierra,  dales su merecido a los soberbios!   Matan a la viuda y al extranjero,  asesinan a los huérfanos;  y exclaman: «El Señor no lo ve,  no se da cuenta el Dios de Jacob».  ¡Entiendan, los más necios del pueblo!   y ustedes, insensatos, ¿cuándo recapacitarán?  El que hizo el oído, ¿no va a escuchar?  El que formó los ojos, ¿no va a ver? 
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos (5, 1-2, 5-8): Hermanos: Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo.  Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado.  En efecto, cuando todavía éramos débiles, Cristo, en el tiempo señalado, murió por los pecadores.  Difícilmente se encuentra alguien que dé su vida por un hombre justo; tal vez alguno sea capaz de morir por un bienhechor.  Pero la prueba de que Dios nos ama es que Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores.
Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según san Juan (4, 5-42): Llegó a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José.  Allí se encuentra el pozo de Jacob. Jesús, fatigado del camino, se había sentado junto al pozo. Era la hora del mediodía.  Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: «Dame de beber».  Sus discípulos habían ido a la ciudad a comprar alimentos.  La samaritana le respondió: «¡Cómo! ¿Tú, que eres judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Los judíos, en efecto, no se trataban con los samaritanos.  Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú misma se lo hubieras pedido, y él te habría dado agua viva».  «Señor, le dijo ella, no tienes nada para sacar el agua y el pozo es profundo. ¿De dónde sacas esa agua viva?  ¿Eres acaso más grande que nuestro padre Jacob, que nos ha dado este pozo, donde él bebió, lo mismo que sus hijos y sus animales?».  Jesús le respondió: «El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed,  pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna».  «Señor, le dijo la mujer, dame de esa agua para que no tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla».  Jesús le respondió: «Ve, llama a tu marido y vuelve aquí».  La mujer respondió: «No tengo marido». Jesús continuó: «Tienes razón al decir que no tienes marido,  porque has tenido cinco y el que ahora tienes no es tu marido; en eso has dicho la verdad».  La mujer le dijo: «Señor, veo que eres un profeta.  Nuestros padres adoraron en esta montaña, y ustedes dicen que es en Jerusalén donde se debe adorar».  Jesús le respondió: «Créeme, mujer, llega la hora en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre.  Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos.  Pero la hora se acerca, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre.  Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad».  La mujer le dijo: «Yo sé que el Mesías, llamado Cristo, debe venir. Cuando él venga, nos anunciará todo».  Jesús le respondió: «Soy yo, el que habla contigo».  En ese momento llegaron sus discípulos y quedaron sorprendidos al verlo hablar con una mujer. Sin embargo, ninguno le preguntó: «¿Qué quieres de ella?» o «¿Por qué hablas con ella?».  La mujer, dejando allí su cántaro, corrió a la ciudad y dijo a la gente:  «Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice. ¿No será el Mesías?».  Salieron entonces de al ciudad y fueron a su encuentro.  Mientras tanto, los discípulos le insistían a Jesús, diciendo: «Come, Maestro».  Pero él les dijo: «Yo tengo para comer un alimento que ustedes no conocen».  Los discípulos se preguntaban entre sí: «¿Alguien le habrá traído de comer?».  Jesús les respondió: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió y llevar a cabo su obra.  Ustedes dicen que aún faltan cuatro meses para la cosecha. Pero yo les digo: Levanten los ojos y miren los campos: ya están madurando para la siega.  Ya el segador recibe su salario y recoge el grano para la Vida eterna; así el que siembra y el que cosecha comparten una misma alegría.  Porque en esto se cumple el proverbio: «Uno siembra y otro cosecha».  Yo los envié a cosechar adonde ustedes no han trabajado; otros han trabajado, y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos».  Muchos samaritanos de esta ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: «Me ha dicho todo lo que hice».  Por eso, cuando los samaritanos se acercaron a Jesús, le rogaban que se quedara con ellos, y él permaneció allí dos días.  Muchos más creyeron en él, a causa de su palabra.  Y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú has dicho; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es verdaderamente el Salvador del mundo».

Pidamos a nuestra hermosa Madre, la Virgen María, que nos consiga del Espíritu Santo, el don de entender la Palabra de hoy.
Sed tiene Jesús. Crucificado también tendrá sed.
Sed tiene el pueblo de Israel que camina por el desierto. Tanta sed que se queja, y rezonga y cuestiona a Moisés si para morir de sed lo trajo al desierto. Tanta sed que esa necesidad se le vuelve tan primaria, tan urgente, que pierde de vista todo lo demás. Ya se olvidó de la esclavitud en la que estaba, y de la opresión que sufría, de cuánto clamó y con qué prodigios fue liberado de sus opresores. Sed que le quitaba la conciencia. Sed que lo volvía necio e insensato. Sed que lo hacía soberbio.
Sed tenía Jesús en la cruz, y le dieron vinagre. Esa sed no lo volvió necio e insensato y menos soberbio. Esa sed no era por Él, sino por nosotros porque Él cargó sobre sí nuestra sed. Y los hombres le dieron vinagre. Pero Dios dará otra cosa.
Dios no quería hacer pasar por la sed para matar, sino para hacer buscar el agua verdadera, el agua de vida. No era admisible cualquier agua, por más desierto que se estuviera pasando. En nuestros desiertos tampoco es admisible cualquier cosa que se parezca al agua limpia y sana.
Moisés debía golpear una roca de la que brotaría el agua.
El soldado debía golpear con su lanza el costado de Jesús de donde brotaría sangre y agua, signo de los sacramentos de la vida.
En el desierto se vivencia la necesidad. Se desvelan los demonios. Se manifiesta nuestra debilidad y sale lo peor de nosotros a la superficie. Y eso es en realidad una gracia de Dios. Es en ese preciso momento de nuestra más absoluta debilidad donde descubrimos la verdadera búsqueda, donde descubrimos que realmente nos hace falta algo mucho más profundo que lo inmediato de la sed, donde descubrimos que tenemos que vivir y que tenemos que saber por qué vivir. Y es así como maduramos, nos convertimos, nos damos cuenta, crecemos, nos ponemos de pie, y avanzamos más seguros y más serenos, y más animados incluso a correr si hiciera falta, pero correríamos con el gozo de estar en lo cierto, el gozo de haber hallado la luz de la verdad.
Junto al pozo Jesús tiene sed, pero es la mujer la que necesita el agua de vida eterna, y Jesús la tiene.
Jesús pide de beber para que la mujer sienta que tiene sed.
En ese diálogo exquisito entre la mujer y Jesús, se manifiesta la impresionante paciencia y amor constante de Jesús por todos, por la mujer, por los del pueblo, por los discípulos y por nosotros. Un amor que brota del Padre que por amor lo envía. El Padre quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. El Padre quiere salvar a todos los hombres de la sed del desierto, de la sed de Dios, de la sed que es búsqueda más radical que hace el hombre durante toda su vida: la búsqueda de Dios como el sentido pleno de su vida. El Padre quiere salvar al hombre de la pobreza miseria que arruina al hombre. El Padre quiere alentar al hombre a una pobreza evangélica que es capaz de compartir todo con el hermano. El Padre quiere salvar al hombre de la ruina que le provoca el pecado, y del efecto más devastador del pecado que es la muerte.
Jesús se alimenta de ese querer del Padre, comparte su plan, su idea, su amor por la humanidad. Y no estará satisfecho hasta que haya hecho la obra del Padre.
Cada uno de nosotros tiene que hacer el camino de la samaritana, si tenemos sed: anhelar el agua viva que brota para la vida eterna; oir lo que Jesús me dice de lo que quiere su Padre acerca de adorar en espíritu y verdad porque el Padre no está en un lugar determinado por paredes, ni en un monte, ni detrás de las nubes, sino que nosotros somos los que estamos en Dios y yendo a lo más profundo de nuestra interioridad, desde ahí, desde nosotros, desde nuestro yo, desde nuestro espíritu adorarlo de verdad; abandonar los falsos maridos a los cuales nos unimos porque nos prometieron un amor, cuidados y riquezas que no eran capaces de dar, porque como Iglesia tenemos un único esposo, Cristo; y compartir con los demás, los amigos, los vecinos, los que encontremos, qué fue lo que Jesús hizo con nosotros y hacerles la pregunta: ¿No será Él el Salvador del mundo?
Si ya hemos hecho el camino de la Samaritana, si ya creemos firmemente y aceptamos que Jesús es el Salvador del mundo, si ya nos hemos vuelto discípulos, levantemos la mirada y veamos a la gente que busca a Dios y a quien Dios le está ya hablando, y asumiendo que son la mies lista para la cosecha ayudemos a que sean acogidas con cordialidad en la Iglesia, que encuentren en la Iglesia hermanos que nos los rechazan temerosos porque son desconocidos, sino hermanos serviciales que están dispuestos a atenderlos y acompañarlos en su camino de fe, compartiendo lo que sabemos y aprendiendo también de ellos. Muchos necesitan profundizar su fe y nos toca hacer esa profundización con ellos, y más si nuestra propia fe no alcanza a ser todo lo profunda que hace falta para contagiar a los demás. La catequesis para nosotros, para nuestras vidas, para enfrentar y asumir las realidades que vivimos, para ver la realidad desde la Palabra y saber qué camino quiere Dios que sigamos, es algo a lo que no podemos renunciar nunca. Busquemos nuestra catequesis y acompañemos a otros en su catequesis. El que enseña es el que más aprende.
Y habremos aprovechado bien la oportunidad que Dios nos ha dado para volver a Él, para encontrarnos con Él, y para profundizar nuestra amistad con Él. Pues la vida eterna y plena será vivir con Él. ¡Qué mejor que comenzarla desde aquí!
Que nuestra hermosa Madre, la Virgen, nos acompañe, sea nuestra catequista en la búsqueda del agua viva, y nuestra compañera de misión cuando andemos por la vida.
El Señor bendito y la hermosa Madre los bendigan mucho.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me ha dejado pensando

miriam dijo...

A mí tambien me ha dejado pensando...sobre todo esta frase:
..."El Padre quiere alentar al hombre a una pobreza evangélica que es capaz de compartir todo con el hermano"...
y hablando de catequesis, creo que estas homilías son buenas, grandes, profundas catequesis que todos debemos aprovechar...llegan muy profundo, nos hacen rever, replantear, muchas cuestiones y muchas veces darnos cuenta de todo el camino que nos falta transitar!
yo las imprimo y las hago llegar a personas enfermas e imposibilitadas de ir a misa.
es la humilde forma que encontré de ayudar en la tarea de difundir la palabra del Señor.
es tratar de transmitir una gota, solo una humilde gota, del Agua Viva que nos dará la vida eterna.
Cada uno desde su lugar, desde lo que puede hacer, ayuda, si lo hace con verdadero amor, a saciar la sed del hermano.
Dios nos bendiga siempre.