sábado, 23 de abril de 2011

Homilía para Domingo de Pascua - Ciclo A


Que nuestra hermosa Madre nos acompañe en la meditación de la Palabra y que nos consiga del Espíritu Santo la gracia de entenderla.

¡Jesús ha resucitado! canta y celebra y anuncia la Iglesia fiel que ha sido testigo de su presencia vivificadora a lo largo de las generaciones.
¡Jesús ha resucitado! anuncia exultante y siente que sus fuerzas se renuevan, que su esperanza se afianza, que sus cadenas fueron rotas para siempre.
Y la Iglesia viva, la del pueblo fiel al Señor Jesús, la Iglesia que es discípula y no sólo creyente, siente que lo nuevo y maravilloso de Dios ya se ha instalado para siempre. No teme la Iglesia ya a nada, porque el pecado, el mal y la muerte ya fueron vencidos para siempre.
Saborea ya la Iglesia, el gusto de la victoria lograda por el Maestro. Saborea ya la dulce copa de la salvación. Saborea ya el Pan de Vida. Ya la Iglesia se sacia de manjares exquisitos en el banquete pascual del amor victorioso de Dios.
Todas sus sombras son borradas. Porque aunque se sabe una Iglesia pecadora y de pecadores y para pecadores, ha sido embellecida por el amor infinito e incondicional de su Esposo que la purificó con su sangre, la colmó de su misericordia y la envió a derramar misericordia con todos. Y por eso la Iglesia se siente la novia renovada, rejuvenecida, enriquecida, adornada con joyas, preciosa por el que se dejó despreciar, embellecida por el que nadie podía contemplar de tan destrozado que estaba, perdonada por el que cargó sobre sí nuestras rebeldías.
La Iglesia se anima por eso a mirar con gozo su entorno y a acoger a todos los que buscan la vida, porque para ellos tiene la vida en abundancia que ha recibido de Jesús resucitado. Se anima, también, a ser misericordiosa con quien busca misericordia. Se anima a ser solidaria y desprendida porque sabe que tiene bienes inmensamente más valiosos que los materiales, y por eso se anima a compartir todo lo que haga falta con tal de que no sufran más los pobres. Se anima a anunciar y enseñar la verdad sobre la persona humana y su dignidad, y enseñará siempre que las personas están por sobre las cosas, sobre las estructuras, sobre los modelos económicos, sociales, culturales y pastorales. Proclamará el valor de la vida de todo ser humano, desde que es concebido hasta su muerte natural. Velará por los necesitados, desprotegidos, los niños en riesgo, los enfermos, los adictos, los ancianos, los trabajadores, los estudiantes, los matrimonios, las familias, los solos, los débiles, los marginados, los excluidos y desplazados, los pecadores todos, para darles un hogar, un ámbito donde son considerados familia, donde cada uno es valorado y respetado por estar.
Muchos se preguntarán si esto que digo no es más que un sueño, porque me dirán que la realidad de la Iglesia es otra. Y yo digo que sí, que la Iglesia verdadera vive esto, y que la otra no es aún la verdadera Iglesia, pero si va cambiando y convirtiendo su corazón, va en camino de ser la verdadera Iglesia viva y santa, esposa de Jesús resucitado. No es la Iglesia feliz la que vive presa del miedo, la que vive angustiada porque ve que sus fieles se van a otras iglesias. Por el contrario, se pregunta, con profunda humildad, qué ha hecho para que esos que se fueron vieran que irse era lo mejor. Se pregunta por qué no vive feliz, por qué impone la ley de Dios y no la vive con el gozo de los enamorados, por qué no contagia, por qué se queda en las apariencias, por qué se queda en los ritos y en las manifestaciones exteriores de la fe como algo para ostentar y no vive iluminada por la fe en su toma de decisiones, en cómo y por qué y para qué gasta el dinero, en cómo y por qué y para qué habla, obra, y vive. La comunidad de la Iglesia en muchos lugares no es una comunidad, hay individuos, pero no familia. Hay hipocresía y fariseísmo. Hay control y opresión. Hay vacíos que no se llenan nunca. Hay ovejas perdidas que nadie va a buscar. Hay estructuras que terminan ahogando y no sosteniendo la vida de la comunidad. Muchas familias llegaron a perder el gozo de vivir la fe en familia. Los jóvenes ya no creen a los mayores. Y los viejos están solos.
Pero esta es la Iglesia que recibe el anuncio para que cambie, para que se goce, para que se vea libre, y comience a disfrutar el camino que tiene que recorrer para estar en la Pascua del Señor. Los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre.
Por eso digo que la Iglesia verdadera sí vive esto y eso se ve en los que se convirtieron, en los que dejaron transformar, en los que se encontraron personalmente con Jesús y lo escucharon y se dejaron tocar el alma y se la entregaron. Se ve en los que hacen el bien siempre sin mirar a quién, se ve en los que día a día brindan su amor desinteresado, en los que ayudan siempre, en los que aunque cansándose dan un poco más de lo que le piden. Se ve en esos santos anónimos que nos rodean. Se ve en los que respetan a las personas porque saben del valor central de la persona humana en toda la estructura social y cultural y económica. En los que no se ocupan tanto de rezar como de hacer el bien y oran siempre para alabar a Dios por todo. En los que buscan los bienes del cielo pero no huyen de los hermanos. 
La Iglesia de los discípulos disfruta la Pascua. La de los creyentes la anhela. Los discípulos se alegran de que la tumba esté vacía, porque si no hay cuerpo no hay muerto. El Señor Jesús resucitó y eso es novedad total, transformación total, nueva creación. Paso liberador de Dios. Los discípulos por eso viven resucitados.
Que María Santísima nos acompañe en nuestra misión para contar al mundo lo que hemos visto y oído.
Que el Señor bendito y la Hermosa Madre los bendiga mucho.

1 comentario:

miriam dijo...

hermosa la homilía para el domingo de pascua...para leerla, releerla, meditarla y plantearnos, con total humildad y sinceridad:¿ en cual de las dos iglesias estamos?

Dios nos bendiga siempre