miércoles, 6 de abril de 2011

Homilía para el 5to Domingo de Cuaresma - Ciclo A


Lectura de la Profecía de Ezequiel (37, 12-14): Así habla el Señor: Yo voy a abrir las tumbas de ustedes, los haré salir de ellas, y los haré volver, pueblo mío, a la tierra de Israel. Y cuando abra sus tumbas y los haga salir de ellas, ustedes, mi pueblo, sabrán que yo soy el Señor. Yo pondré mi espíritu en ustedes, y vivirán; los estableceré de nuevo en su propio suelo, y así sabrán que yo, el Señor, lo he dicho y lo haré –oráculo del Señor-.
Salmo 129 (130): Desde lo más profundo te invoco, Señor, ¡Señor, oye mi voz! Estén tus oídos atentos al clamor de mi plegaria. Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir? Pero en ti se encuentra el perdón, para que seas temido. Mi alma espera en el Señor, y yo confío en su palabra. Mi alma espera al Señor, más que el centinela la aurora. Como el centinela espera la aurora, espere Israel al Señor, porque en él se encuentra la misericordia y la redención en abundancia: él redimirá a Israel de todos sus pecados. 
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los cristianos de Roma (8, 8-11): Hermanos: Los que viven de acuerdo con la carne no pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están animados por la carne sino por el espíritu, dado que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo. Pero si Cristo vive en ustedes, aunque el cuerpo esté sometido a la muerte a causa del pecado, el espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús habita en ustedes, el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo Espíritu que habita en ustedes.  
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Juan (11, 1-45): Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?». Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo;  en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo». Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, conmovido y turbado,   preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cómo lo amaba!». Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, ven afuera!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en él.

Pidamos a nuestra hermosa Madre, la Virgen, que ruegue al Espíritu Santo para que nos conceda la gracia de entender esta palabra de hoy.

¡Qué tremenda y maravillosa promesa nos ha hecho Dios y cómo la hizo realidad en Jesús!
La promesa de sacarnos de la muerte ha sido insuperable, porque es la situación más terrible que tengamos que asumir. Muchísima gente tiene miedo a la muerte, y otros sienten bronca ante la muerte. Sólo los necios o los desesperados desean la muerte. Sólo unos pocos, muy pocos, aceptan con paz la muerte en comunión con Dios.

Generalmente gritamos como el salmo: ¡Desde lo más profundo te invoco, Señor! Esa profundidad, esa hondura, es la sensación de nuestra propia situación, el sentirnos en la zona opuesta a la cumbre del monte donde encontrar a Dios se hacía más fácil. Quien está metido en un pozo sólo puede alzar su voz para que llegue a la superficie y lograr ser escuchado. Con el salmista elevamos nuestra voz hasta Dios para que en su amor benevolente se incline hasta nosotros y nos rescate.
¡Tantas situaciones de dolor y sufrimiento nuestras son como estar en un abismo! Muchas veces nos sentimos más muertos que vivos. Incluso cuando pensamos en nuestra muerte o en nuestros muertos, estalla nuestro clamor al Dios que ha hecho la promesa de sacarnos del sepulcro. Y cuando sufrimos ¿cuántas veces nos quejamos e increpamos a Dios, pidiéndole que termine nuestro dolor y nuestro sufrimiento?
Si nuestros sufrimientos son causados por nuestros pecados, pareciera a los ojos de muchos que no tendríamos derecho a pedir ayuda a nuestro Dios. Sin embargo, ¿a quién otro podemos recurrir que pueda perdonarnos y sanarnos? “Si tienes en cuenta las culpas, Señor, ¿quién podrá subsistir?”
“De ti procede el perdón y así infundes respeto”.
Porque el Señor es misericordioso podemos acercarnos a Él con toda confianza y con sumo respeto, sabiendo que Él nos mira en nuestra real situación.
Dejarse mirar y esperar, ahí, en la hondura y en la debilidad mayor, ahí, en la desnudez y en la vergüenza, ahí, con la esperanza de que su corazón se incline hacia nosotros y nos ame: es la misma espera del que está en el sepulcro y que por estar muerto nada puede hacer.

Lázaro nos representa. Esperando. Sus hermanas claman al Señor Jesús, pero no le piden que lo resucite porque no sabían que Él podía hacerlo. Es la oportunidad de Jesús de revelarse y de revelar la inmensidad del amor del Padre que lo escucha y devuelve la vida al hombre. Jesús se revela como la Resurrección y la Vida. El que crea en Él aunque muera vivirá.
Yo, Lázaro, espero en Él, en medio de mi muerte. Yo creo en Él, en medio de mi agonía. Yo le creo a Él, en medio de mis tinieblas. Yo espero en Él, en lo profundo del abismo en el que estoy. Y lo hago con la alegría de haberme sentido escuchado. Y en medio de mis tinieblas comienzo a ver al que es La Luz del Mundo. En medio de mi agonía Él me fortalece nuevamente. En medio de mi muerte, su palabra resuena fuerte: “Sal fuera” y me levanta, resucitándome para que viva.
Sin dudas creeré en Él, porque Él me amó.
Sin dudas creeré en Él, porque Él me liberó del mal, del pecado y de la muerte.
Sin dudas creeré en Él y lo amaré con todas mis fuerzas, para que mi corazón beba del suyo, de donde mana el agua de la vida.

Ningún Lázaro de nuestro mundo tiene que quedar sepultado sin escuchar la voz de Jesús, y nosotros sus discípulos tenemos que hacer resonar su voz con el gozo de los enamorados, con la alegría de los salvados, con el entusiasmo de los enloquecidos por el amor.
La Iglesia tiene un mensaje de vida impresionante, y hace falta desatar las vendas de todos los resucitados para que puedan caminar y evangelizar.
Si nos vamos dando cuenta de las ataduras que tenemos que nos impiden salir de nuestros sepulcros es que ya está llegando a nosotros la luz de la palabra de vida que nos llama a salir.
¡Cómo no nos vamos a animar a desatarnos las vendas! ¡Cómo no nos vamos a ayudar a desatarnos unos a otros! La gente necesita a Jesús, y nosotros, los que de verdad lo tenemos vivo y glorioso en nuestro corazón lo tenemos que dar. ¡Demos nuestro testimonio de lo que Jesús ha hecho con nosotros!

Que María nos anime en la evangelización que tenemos que hacer. Dios bendito y la hermosa Madre los bendiga en todo.

1 comentario:

miriam dijo...

solo resta decir:"amén".
animémonos a proclamar su palabra con nuestra vida,mostremos a los demás que Él nos guía en los pequeños gestos de cada día, con los que nos rodean, en la casa, en la escuela, con los amigos, con los vecinos, en nuestro ámbito de trabajo, etc...Así los invitaremos a seguirlo.
Él nos abrió la puerta a la resurrección muriendo en la cruz.
Él nos resucitó como a Lázaro, a cada uno de nosotros. No desperdiciemos esta nueva vida que nos dió.
"Gracias Señor por tu Amor."

que Dios nos bendiga siempre.